Cuando nací en 1966, ya había empezado la guerra de guerrillas en Colombia. Había gobiernos repartidos entre godos y liberales. Cuando estaba en la escuela secundaria, vi cómo muchos de los compañeros de clase se iban uniendo a las guerrillas urbanas y rurales. Otros iban al ejército, otros a dar sus primeros pinitos en las drogas, mientras otros jugábamos futbolito o leíamos las primeras ediciones de Gabo.
Creciendo vimos los horrores del Palacio de Justicia, las tomas de los pueblos, la muerte de amigos de infancia a manos de sicarios, el secuestro y desaparición de alguno de nuestros maestros, los carros bombas, el afianzamiento paulatino de la corrupción, mientras que nosotros soñábamos con un mundo donde pudiésemos salir de la universidad y ejercer nuestras profesiones en cualquier lugar del territorio; en un territorio que ya estaba ocupado por guerrillas y paramilitares y bandas de delincuentes. Y nosotros, inermes, veíamos cómo pasaban los féretros de familiares, amigos y vecinos.
Pero soliviantar de alguna manera la crudeza de nuestro espíritu colombiano --la incrustada costumbre a la violencia cotidiana-- también nos ha dado para celebrar en la costa, en el interior, en el amazonas; algún triunfo en solitario de tantos de los compatriotas en el deporte, la belleza, el arte y en la ciencia como para recordarnos que debajo de la piel de violentos, teníamos algo que mostrar, algo que decir, algo que edificar.
Por eso, y aunque este paso sea solo el comienzo --pues mañana no vamos a amanecer con mejores empleos, ni nos van a atender a tiempo en el centro de salud, ni van a becar a los estudiantes de bajo recursos a la universidad, aunque todavía esa siga siendo la deuda del Estado con nosotros los cincuentones como yo-- sí puedo sentir emoción por los cuarentones como usted, los mozos, jovencitos y los niños futuros, porque por lo menos les tocará -- y me tocará en mis últimos años-- caminar tranquilos por la calle. Y también siento emoción por nuestros campos hermosos sin el ruido de balas, ni de gritos de ira, ni de odio e intolerancias.