El animal que no me contradice
Se ha convertido la sociedad en algo tan desastroso y perturbador, que no podemos tener una comunicación normal entre humanos, ─con todo lo que eso conlleva─, ya que muchos consideran, es mas, prefieren, el trato tiernamente absurdo de un animal o de las cosas inertes.
Con los animales, ─bueno─, dicen que los escogen por sobre su especie y con lo inerte, pues es un tema más inquietante.
El pobre ser que los acompaña, ─ya sea animal o planta─ o las cosas que le “brindan compañía” no pueden, ─así lo quisiera hacer─ decirle lo que usted se merece, o lo que usted no quiere escuchar.
Esa irracional mentalidad que le dicta colocar a un animal por encima del humano, es el germen ─y no lo van a aceptar─ del fanatismo, del extremismo y de la superstición. Amigo ateo, si usted dice eso, si cree eso, déjeme decirle que, lamentablemente se equivoca y debe reconsiderarlo. Jamas le dirá que debe cambiar de forma de pensar, que le molesta, que no está de acuerdo… simple y llanamente le mirará tratando de entenderlo y recibirá su miserable necesidad de cariño y aceptación. Eso es lo que se llama un ser asocial.
Dentro del dialogo humano, hay controversia, hay disputa, malentendidos y decepciones, etc. pero también aciertos y descubrimientos. Es lo que significa hablar. Si usted no puede aceptar que el hombre es un ser magnánimo y despreciable a la vez, tampoco lleve todas sus cargas a la idea de que un animal lo “comprende y escucha”. Esta destruyendo y alimentando a la vez, primero a la comunicación, al debate dialéctico, al sentido de todo aquí, al ser verdaderamente humano, y segundo, persiste en la sinrazón de los supuestos religiosos que se aferran ─al igual que usted─ de lo que les conviene y no les presenta resistencia o les hace frente.
El oso de la justicia
Muy recientemente, llegamos a las cumbres de lo absurdo; el tema del oso Chucho y “su victoria” ─o del humano-abogado─ ante la altas cortes con una tutela sobre Habeas Corpus. Esto sencillamente, colocó al país en una disputa aparentemente idiota, sobre los derechos de los animales. Por esto, muy seguramente, tendremos semanas de controversia e indignación suprema de los defensores de los mismos, y los que tenemos sentido común o podemos comunicarnos aún con el otro.
Mas allá de la sentencia, que podría haberse manejado de otra forma, ─teniendo en cuenta que el animal estuvo la mayoría de su vida en cautiverio─, buscando el bienestar del mismo quizá en un medio o clima mas propicio, pero de ahí a darle ¿Derechos humanos? en un ¿Habeas Corpus? es otra cosa.
Como inicié mi atrevida publicación, la preferencia de unos con los animales o las cosas, es simplemente monstruosa. Sin embargo, espero aclarar con lo siguiente la posición que muchos ya se habrán imaginado que tengo y llenos de prejuicios, anden en furia.
El animal debe ser protegido,─no creo que por el Dios oso de anteojos─ por el Estado, por usted, por mi, al igual que a los perros, gatos, pájaros, etc. Debemos evitar causarles sufrimiento innecesario como con las vacas o los chivos. No usarlos como espectáculo de sevicia y morbosidad enfermiza como con los toros o las peleas de gallos. Debemos hacernos cargo de todas sus necesidades cuando los compramos o adoptamos, tanto de diversión como de salud. Debemos respetar y evitar interferir con su natural comportamiento y ser solidarios con sus penurias para conservarlos el mayor tiempo posible. Pero no tenerlos o debemos, obligarlos a satisfacer nuestra hipócrita necesidad de verlos como cosas o recuerdos de épocas mejores en el planeta.
Somos los culpables y tenemos que afrontarlo, pero no desprestigiar al humano.
Los animales no tienen derechos, tienen consideraciones
Tener derechos fundamentales es propio del humano y esto contiene en igual medida, deberes.
¿Son seres sintientes?, si. ¿Son seres que expresan algún tipo de razonamiento básico?, si.
Bien, pero entonces ¿qué motivo evita que sean ingresados dentro de la categorías de “Sujetos de derecho”?
Para que un derecho, o los derechos existan, deben también existir los mecanismos para hacer que estos se cumplan, se protejan y del mismo modo se exijan. En este caso es el Estado, ─porque creo que muchos no tienen claro que eso no nos viene del cielo.
Bien, es ese pacto y nuestra lucha por ellos, nuestra necesidad de ellos y nuestra voluntad de disfrutarlos, los que nos hacen pertenecer a un país y aceptarlos en la legislación. Los derechos fundamentales, son propios del humano, nosotros los creamos, nosotros los estructuramos y nosotros los entendemos.
Ahora bien, el pobre animal no es una cosa, primero que todo, por lo tanto, merece una consideración especial, ─a eso me refería con el subtitulo─ por parte de nosotros que controlamos ─o nos apoderamos del pedazo de tierra donde “habita el oso”, incluso el de los primeros pobladores─ brindando el derecho a quien pertenezca al genero humano y a la nación.
El susodicho animal no pueden rechazar una sentencia, apelar, negarse o interponer por iniciativa propia una exigencia ─cosa que hace un humano─ ni mucho menos puede desistir de ser representado o en su defecto, cambiar de abogado.
Los animales y la naturaleza, son nuestra responsabilidad, nuestro deber, pero de ahí a tener derechos humanos hay un largo trecho.
Mas polarización
Ante este hecho, a todas luces absurdo y la mentalidad de los que se proclaman protectores de animales, llegamos a otro tema no menos espinoso y que nos compete a todos.
Existe, se expresa en cada mirada, nos corre por las venas y lo vemos en cada esquina de nuestras comunidades; hay latente un odio y resentimiento nacional por el otro, por el ciudadano, ─por al hombre, por la mujer, por el niño, anciano o el mismo animal─, por el compañero o por el que no está con nosotros compartiendo nuestro “buen” juicio o postura incipiente.
Es un ambiente de conflicto, de guerra el que recorre nuestro aire, que unido a la parodia política, al absurdo de la religión con la visita del pontífice que viene de la Papavilla o Popetown ─¿se acuerdan de la serie?─ y la incertidumbre social, nos colocan en la ofensiva y dirigen todas las miradas ademas de la misma razón, hacia el fanatismo y la violencia.
No estamos muy alejados de la situación que se ve por allá en países destrozados por las guerras civiles, solo nos diferencia de ellos, la cobardía del grueso de la población para enfrentarse a las élites dominantes y la naturaleza sumisa del colombiano promedio, en parte, gracias a los comediantes, a la literatura y a la vergüenza ─casi característica de nuestra idiosincrasia─ de ser habitantes de estas zonas o latitudes.