Es época de campaña electoral en Colombia y entre muchas aberraciones inherentes a estos meses, como candidatos tomándose fotos en la ruinas que dejó una bomba, hay una que ha resultado “novedosa” pero no menos degradante, me refiero a la validación de la crueldad contra los animales y la cultura que ha tomado como bandera la precandidata por el Centro Democrático a la gobernación de Antioquia, Liliana Rendón, cosa que no sorprende.
Comienzo por decir por qué estoy en contra de las cabalgatas, de la grotesca estética y mezquina cultura que las rodea.
En principio, me opongo a este tipo eventos porque constituyen en esencia un acto de maltrato contra los animales. No se trata solo de los monstruosos hábitos de muchos de quienes gozan del espectáculo en cuestión: apalear un animal para que se mueva de acuerdo a la voluntad humana, hacer que se golpee contra un muro para que incline su cabeza y se vea más “fino”, situarle bocinas con “música” a todo volumen, clavarles piezas de metal en las patas, quemarles la piel con hierros al rojo vivo, perforarles las orejas, someterlos al bullicio, al sol, a la lluvia, y privarlos de agua y alimento por largos periodos de tiempo, no se trata solo de esto, el problema va más allá y consiste en que el solo acto de montar un animal es cruel, por cuanto se le obliga a cargar un peso antinatural, se le causa un sufrimiento innecesario. En principio, el ser humano no tiene derecho a montarse encima de un animal, solo en la mentalidad arcaica de gente ignorante cabe que los animales existen para el servicio de los seres humanos, ellos son parte del mundo como nosotros, son compañeros.
Veamos un ejemplo: imaginemos que un caballo pesa en promedio 600 kilos, y debe llevar un individuo de 70 kilos, que, sumado a los aparejos, llega digamos a 100 kilos. Esto quiere decir que un caballo debe cargar un peso anormal equivalente a 1/6 del suyo. En otras palabras, si usted es un ser humano promedio que cree que montar a caballo no es maltrato, lo invito que camine cargando una sexta parte de su peso en la calle, al sol, sin ropa y luego me cuenta si es o no maltrato. En este caso sería, si una persona promedio pesa 70 kilos, llevar 11.6 kilogramos.
La segunda crítica contra la “tradición” de las cabalgatas, es que constituyen, desde siempre, un acto de clasismo. Los caballos y sobre todo los de “exhibición” o “paso fino” no han sido nunca accesibles económicamente a la mayoría de la población, son utilizados como cualquier alhaja, adorno o mercancía de ostentación, para que en medio de su miseria espiritual, moral e intelectual una persona consiga la atención que desesperadamente necesita de los demás, con la diferencia de que los caballos sufren y sienten. Las cabalgatas son entonces eventos de presunción, de concurrencia de lo más decadente de la humanidad; tanto los que salen a montar como los que van a aplaudir.
¿Y qué contra la estética? Contra la “estética” de las cabalgatas todo. Estoy en contra del uso de artículos de cuero, que son comunes en estos eventos, porque considero que en un mundo donde existen cientos de materiales sintéticos, matar un animal por moda de usar piel es criminal, y si se usa piel de animales sacrificados con otro fin sigo en desacuerdo, porque se apoya una industria bastante oscura, que no solo comercia con pieles de animales domesticados (lo cual es cuestionable) sino con pieles de animales salvajes. Por otro lado, el modelo de feminidad que se fomenta es el de mujer como objeto de ostentación, cual mercancía, no distinto del carriel o el caballo, cuya estética expresa una feminidad decadente y malsana; la exageración, la desproporción y la vulgaridad, la banalidad, son parámetros en la idea de lo femenino que promueven los caballistas, lo que bien representa la señora Rendón.
El mundo de los caballistas es de mafiosos y eso es algo suficientemente probado. Entre muchas fuentes se puede citar el libro Los caballos de la cocaína de Martha Soto, en el que demuestra las relaciones entre quienes han pertenecido a este círculo social y el narcotráfico, incluyendo la familia Uribe y los Ochoa. En buena medida, en Colombia nunca hubo una expansión de la “cultura” caballista y la cría de caballos “de paso fino” hasta la gestión y el dinero de la mafia. Se trata de un ambiente natural para los traficantes, pues se presta para que nuevos ricos hagan gala de su poder y fortuna.
Ahora bien, resulta que no solo en las cabalgatas los caballos son sometidos a tratos crueles o degradantes, también en su uso para en trabajo los sufren, como en Cartagena, en Bogotá con las llamadas “zorras” o en Antioquia con las carretillas. Aborrezco todo acto de maltrato animal, sin embargo, entiendo que es diferente maltratar un animal por gusto, por egolatría, por gozar con su sufrimiento, que hacerlo porque es el único medio para sobrevivir que el modelo económico. Causar sufrimiento innecesario a otro ser vivo es siempre peor.
Sobre la señora Liliana Rendón no hay mucho que pueda decir, solo que me repugna la defensa del maltrato contra los animales como una manera de conseguir votos.