Los angustiosos últimos 5 días de La Cacica, la mujer que volvió el Vallenato la música de Colombia

Los angustiosos últimos 5 días de La Cacica, la mujer que volvió el Vallenato la música de Colombia

Cuando regresaba de pagar una promesa a la virgen de las Mercedes fue secuestrada por las Farc, que finalmente la mató en la Sierra Nevada hace 20 años

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septiembre 30, 2021
Los angustiosos últimos 5 días de La Cacica, la mujer que volvió el Vallenato la música de Colombia

La última vez que Consuelo Araujo Noguera asistió a una misa se sentó en la nave izquierda de la Iglesia de Patillal. Era el 24 de septiembre de 2001, día de la Virgen de las Mercedes, su patrona, y justo  había viajado a ese pueblo del Cesar para cumplirle una promesa. Nadie sabe que escribió en una libreta, pero durante toda la misa tomó apuntes. Esa semana empezaría la campaña de su amigo Alvaro Morón a la Cámara de Representantes. Ocho años después el sucreño fue condenado por concierto para promover grupos armados al margen de la ley y determinador de constreñimiento al sufragante.

Los que la vieron ese día la recuerdan vestida con un traje color mandarina, estilo safarí. Llevaba un collar guajiro y zapatos bajitos. Estaba acompañada por su escolta de tres hombres y, aunque el Frente 59 de las Farc que rondaba la zona la había amenazado, La Cacica, apodo que le puso el periodista de El Espectador Hernando Giraldo a finales de los sesenta, se creía invencible.

Nacida en la Calle Grande de Valledupar el 1 de agosto de 1940, Consuelo, la única hija mujer de Blanca Noguera Cotes y Santander Araújo Maestre, fue una adelantada a su época. No le gustaba ponerse faldas, prefería los hombrunos pantalones y se aburría a rabiar con los tangos y las rancheras que se escuchaban en Valledupar a principios de los sesenta. A ella le gustaba esa música de acordeones y de guacharacas que solían tocar algunos indígenas y la gente de la Sierra. Era tan aborrecida esa música de campesinos que el Club Social Valledupar ordenó, por decreto, prohibir ser escuchada en sus instalaciones. A Consuelo esto no le importaba y desafiante se la pasaba con sus proscritos cantores.

Se casó con Hernando Molina Cespedes, un muchacho que estudiaba derecho en Bogotá y tenía la capacidad de gozar la rumba que soñó alguna vez Gabriel Garcia Márquez para su Aureliano Segundo. Tuvieron cinco hijos y se fueron a vivir a La Casona, el lugar que transformaría la música colombiana para siempre. Allí no sólo se hospedaron presidentes, ex gobernadores o jóvenes de la alta sociedad bogotana como Jaime García Parra, Pablito Lozano Simonelli, El pibe Torres quienes duraban un mes entero bebiendo ron y escuchando el vallenato, ese sonido despreciado por los ricos pero que en ese patio lleno de árboles de mango se consolidó como el sonido de Colombia.

En Patillal le dijeron que no se fuera, que se quedara, que esperara al otro día al alcalde que se irían al otro día madrugados. Era terca y no se hizo caso. Después de comer en la casa de Eloísa “Icha” Daza de Molina, arepa e’ queso, chicharrón y café con leche, arrancó viaje. Dos horas después,  en un sitio conocido como La Vega,entre la carretera Patillal-Valledupar, se encontraron con un retén de uniformados. El chofer no quería abrir la puerta del carro pero La Cacica no hizo caso y dijo que quería saludar a la tropa. Cuando el guerrillero del Frente 59 le puso la pistola en la frente, se dieron cuenta de que eran las Farc. Los bajaron y los metieron por una trocha escarpada que ascendía implacablemente a medida que se caminaba. La camioneta la mandaron a quemar la propia guerrilla. A la Cacica los zapatos bajitos se le reventaron una vez empezó a caminar por la trocha. A sus 61 años el cuerpo ya no soportaba tanto. Empezó a desvanecerse y lo único que hizo fue recordar.

El gobernador y creador del departamento del Cesar, Alfonso López, mejor amigo de Hernando Molina, le dijo que tenía pensado cambiar las festividades de la Virgen del Rosario por algo que celebrara la cultura de su tierra. Le dio vía libre a Consuelo para que se craneara lo que quisiera. Es así donde se inventó un reinado que proclamaba no a la mas bella sino al mas talentoso. Nacía el festival  de la Leyenda Vallenata y su primer rey fue el gran Alejo Durán. El vallenato entonces explotó en todo el país y llegó a traspasar fronteras a finales de los ochenta cuando Rafael Orozco y su Binomio de oro irrumpieron con fuerza en Venezuela aunque, eso sí, nadie estaba preparado para el cataclismo que produciría Carlos Vives con sus Clásicos de la Provincia.

Para defender su cultura Araujo Noguera no dudaba en enfrentarse con el que fuera. A comienzos de los setenta tuvo un agarrón con la crítica de arte argentina Marta Traba porque escribió que “El vallenato se parece al tango”. La cacica escribió un texto afirmando que no se parecían en nada porque un tango solo contaba historia trágicas, con muertos al final en enfrentamientos con malevos. En el vallenato, en cambio, la gente solo se moría de amor y profetizó al final del texto  “Con el pasar del tiempo el vallenato se impondrá en el mundo”.

La Cacica alcanzó a ver la ascensión definitiva de ese sonido con Carlos Vives. Incluso dejó a un lado su labor como promotora cultural cuando se lanzó a la gobernación del Cesar en 1997. Se rodeó de su equipo de siempre y sostuvo sus decisiones en su consejero político Alvaro Morón. No ganó pero se afianzó en el corazón de su pueblo. La Cacica Comenta, su espacio durante más de 25 años, fue el programa periodístico mas escuchado en su región. Entre 12 y 30 y 1 de la tarde Valledupar se paralizaba para escuchar las denuncias de Consuelo Araujo. Nadie la callaba y todos temblaban. Cuando Pastrana la nombró ministra de Cultura, el cachaquismo entero hizo una polémica con la decisión. Ahí se mantuvo hasta se aburrió a principios del 2001

La voz se le apagaron el 29 de septiembre del 2001, después de estar caminando durante cinco días por la Sierra. El ejército iba estrechando el cerco de los guerrilleros comandandos por Omar Antonio Castrillón Luque, alias César, Cecil Alfonso Rodríguez Sánchez, alias Amauri y Samuel Arias Galvis alias El Tigre. Los pocos que la vieron antes de morir afirmaban que tenía lo pies raspados, cubiertos solo por hojas de plátano. No hablaba, solo sufría. Cuando llegaron a la Nevadita, un sector a cuatro mil metros por encima del nivel del mar, las Farc dieron la orden. El cuerpo lo entregaron a sus familiares dos días después. Valledupar entero la lloró al igual que los grandes cantantes del vallenato. Ahí, ese día, cuando murió La Cacica, fue cuando empezó el mito.

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