Hasta el 2 de abril estarán abiertas en la galería La Cometa las exposiciones de dos compañeros de ruta: Olga de Amaral –en el segundo piso— con su muestra Color de sombra y Jim Amaral con Tiempos del nunca. En el proyecto trabajó la familia exigente y completa, si leemos las banderas de los catálogos. Curaduría, fotografía, diseño gráfico y textos en dos idiomas. Seguramente, también el montaje estuvo muy supervisado por la coherencia del recorrido.
El comienzo del texto de Olga, ella misma nos cuenta cómo sus dorados tapices comienzan desde el principio: “El tejido de lino y algodón, en conjunto crea la superficie perfecta: una tela similar a la arcilla que es la base de las tiras que son piedra angular de mi trabajo. Siempre he pensado en ellos como una forma de hacer el hilo elemental de mi trabajo. A partir de dichas tiras desarrollo mis primeras unidades fundamentales, rectangulares y de proporciones perfectas. Estos fragmentos del tejido son las “palabras” que utilizo para crear paisajes de superficies, texturas de emociones, recuerdo, significados y conexiones”.
Es el comienzo básico de un trabajo sublime. Son tapices que buscan la alquimia entre el oro y la plata. El universo del color tejido, el umbral desde donde hace una vida pictórica. En la exposición hay un complejo penetrable que me hizo pensar y añorar al mejor geométrico del siglo XX el venezolano Jesús Rafael Soto. La óptica tiene distancias, las esquinas nuevos encuentros donde los colores aparecen y desaparecen como por arte de magia. El arte óptico, la dinámica de los cambios residuales, las no imágenes que son más una propuesta escultórica.
En los tapices de Olga de Amaral todo se va uniendo en sus propósitos, los telares que comenzaron en crin de caballo, ya son obras pictóricas donde el lámina de oro ilumina un mundo sagrado. Donde la plata va delegando su supremacía a los colores o donde el azul llega a ser una sombra que se asoma. En la exposición también hay unos bellos “collages” insinuantes, sutiles, bellos y silenciosos.
Jim Amaral presenta sus esculturas en sus tiempos de nunca jamás. Una instalación sonora de sus seres que no quieren ser representados como ángeles porque sus seres en bronce tienen alma de cemento. Se trata de una obra donde la metafísica tiene un orden, donde las texturas importan en el contenido, donde carretas ancestrales llevan el mundo de la geometría de Pitágoras, donde la figura humana tiene la condición del cinismo de ser sombra o máquina infernal.