La primera vez que estuve en una comunidad indígena de la Sierra Nevada fue en la Kankurúa de Arúmake, un pequeño pueblo de paso para las comunidades kogui, kanguama, wiwa y arhuaca, en cercanías de Valledupar.
Luego de recibir el permiso del mamo, autoridad principal en cada asentamiento, pude ingresar. Antes de seguir, se me pidió abrir el morral. Así lo hice. Luego de un cruce de palabras entre ellos, escuché una voz que en un español aprendido de oídas, repitió la frase: “Entra todo, sale todo otra vez… entra, sale otra vez… entiende”.
La frase me pareció obvia. Claro que entraré todo y saldré todo otra vez, dije para mis adentros. La sentencia llegó a su total comprensión y complejidad al momento de partir. Se me pidió abrir el morral nuevamente. Procedí. Hubo un diálogo entre ellos, que a mí se sonó a una ruda discusión. Luego, apareció la misma voz con ese español aprendido de oídas. “Pote, pequeño, no ‘stá”. No entendí en ese primer instante, pero sabía que algo muy grave estaba pasando. Luego de unos segundos, la voz pudo precisar la frase: “Falta lata pequeña” y agregó: “Entra todo, sale todo”. Entendí que había dejado una pequeña lata de salchichas en algún lugar de la vivienda que me dieron para alojarme. Regresé a buscar la lata. Vacía la metí en uno de los bolsillos del morral. Todos se rieron en ese instante. Ahora tenía claro qué era “Entra todo, sale todo”.
Esa misma frase se me vino a la cabeza al comenzar un recorrido por los pueblos de Santa Rosa, Villanueva y Arenal, al norte del departamento de Bolívar, y ver la cantidad de basura acumulada en las salidas y entradas de esos lugares.
Si uno se detiene a revisar qué hay en esos basureros encontrará bolsas y embases plásticos de todos los colores y tamaños, botellas y frascos de vidrio de productos gaseosos y bebidas espirituosas, latas de variadas formas y cajas de cartón de televisores, neveras, lavadoras y hornos. Si la curiosidad ataca y se busca un garabato para remover los desechos, aparecerán desde viejas baterías de radio hasta teclas de computadores de mesa.
Se pregunta uno ¿qué piensan los alcaldes de estos pueblos? ¿Cuál es la gestión en la recolección de basuras? ¿Qué programas de educación emprenden? A primera vista ve uno que ni piensan ni tienen una gestión clara sobre el asunto. Podríamos decir que son los alcaldes puercos del norte de Bolívar, pero entonces dejaríamos a otros del sur, del este o el oeste fuera de la porqueriza, y la verdad no es justo, porque todos hacen méritos.
Las relaciones entre lo urbano y lo rural están marcadas por múltiples dinámicas, una es un constante intercambio de basuras que degrada al pueblo, y cuyas costumbres son hoy un remedo lamentable de la vida en la ciudad.
Mientras los gobiernos municipales promueven acciones como el carro de mula que recoge las basuras y las deja a la salida o entrada del pueblo, una buena idea sería pensar como los mamos de la Sierra Nevada “Entra todo, sale todo otra vez…” y que devuelvan a la urbe la misma basura que llevan al pueblo. Un médico que trabaja con las comunidades de la Sierra Nevada desde hace años me dijo: “La filosofía es tan simple como profunda: "Si la trajiste llena, mucho más fácil es llevártela vacía”. Funcionaría.
