La democracia, entendida como el instrumento que tienen los ciudadanos para a su libre voluntad de respaldar las propuestas o los candidatos de sus preferencias, se encuentra golpeada y amenazada por los obligantes y condicionados avales que se han convertido en una especie de retén político, utilizado por los caciques de los distintos partidos, para imponerle al pueblo, no lo que propiamente el pueblo quiere, sino lo que a su gusto, interés o capricho mejor les suene.
En todo un negocio de sospechosos intereses, se ha convertido para muchos este tema de la asignación de los avales para los aspirantes a las gobernaciones, alcaldías y corporaciones en un negocio en el que los quereres del pueblo muy poco parecen importar, y en donde lo que prima es lo que más les pueda servir a los jefes políticos de los partidos.
Consultas amarradas, encuestas tendenciosas, acomodados conceptos jurídicos y todo tipo de artificios son aprovechados por algunos dirigentes de partidos para intentar legitimar ante los ojos de los ciudadanos, decisiones que en últimas se toman unilateralmente en los escritorios a conveniencia de unos cuantos.
Ya en esto de las elecciones, la prioridad a la hora de avalar candidatos, no la tiene la voz del pueblo, y son muchos los casos en los que el buen nombre, el reconocimiento social, la preparación, el liderazgo y otras cualidades de los aspirantes, no son valoradas en el momento de la asignación de los apetecidos avales; porque más que pensar en un representante del pueblo, muchos jefes partidistas prefieren a un leal y obediente representante de sus movimientos políticos.
Varios patrones de la política, que por su posición, tradición y poder económico, se apoderaron de los partidos; someten, chantajean e incluso intimidan, a quienes les facilitan o niegan los avales, así con las “llaves” que abren las puertas de partidos políticos, juegan a ser los San Pedro de los santos cielos.
En la costa y muy especialmente en el Atlántico, las campañas políticas ruedan a media máquina y en medio de un panorama de incertidumbres, a causa de las indecisiones de los mandamás de varios partidos, que hoy dicen una cosa y mañana, cuando descubren que sus imposiciones no dieron resultado, dicen o se inventan otra; otros jefes simplemente, en medio del silencio, aguardan el instante que mejor les sirva, para alzar la mano de sus pupilos.
Los afanes por la Gobernación del Atlántico y la alcaldía de Soledad van a diario rindiendo a más de un candidato, que ante el enredo y la pugna por los avales, decidieron enfurecidamente tirar la toalla, a falta de claras garantías, lo que demuestra que en la política de hoy, más que el cariño del pueblo, lo que más importa es caerle bien a algún peso pesado con mando y autoridad en uno de los tantos partidos con aval.
Tal vez la soberbia, la arrogancia y las chequeras de los pluma blanca de las principales casas políticas de la costa sirva para imponer el aval a sus recomendados por encima de la cabeza de quien sea, pero no creo que sirva para asegurar el cariño del pueblo. Lo que ya debieran comprender los patrones de la política, es que si bien la decisión del aval obedece a ellos, al final la elección depende del pueblo, que termina mandando con su voto a favor o en contra de quien quieran.