Los adultos-niños
Opinión

Los adultos-niños

Tiranos de pelo en pecho dispuestos a llevarse a quien sea por delante con tal de sentirse el centro del cosmos. Adultos-niños en su más lamentable expresión

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abril 15, 2024
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Alguna vez le oí a un amigo que el infierno debería ser algo semejante a pasar la eternidad en Divercity. Nunca tuve la oportunidad de conocer este parque de centro comercial, pero lo puedo imaginar: una ciudad a dudosa escala construida enteramente para niños: con edificios enanos y avenidas de caucho antideslizante. Una sociedad miniatura repleta de pequeños desquiciados y gritones, poseídos por una experiencia en donde podrían alcanzar la cúspide del juego infantil: imaginar ser adultos. En estos tiempos de distopías cumplidas, al costado de Orwell, Bradbury, Huxley y Atwood habría que añadir una nueva ficción —disfrazada de cuento infantil y devenida en catástrofe— en la que en un futuro cercano, muy parecido al presente, el mundo estuviera de rodillas ante los caprichos de niños y niñas. El gobierno de las pataletas sería una tenaz dictadura que pondría en riesgo al mundo entero y en donde todos los adultos vivirían esclavizados y temerosos de contradecir a estos breves tiranos. 

El mundo según Divercity sería un espacio seguro y ajeno a los riesgos. Las paredes estarían acolchadas y toda amenaza en forma de material filoso o contundente habría sido eliminado.  Un edén infantil en el que el único mandamiento sería pasarla bien hasta caer exhausto. Como se puede ver, el problema radicaría en que ese mundo de fantasía y eterna diversión contradiría la naturaleza misma de la vida real tan llena de caídas, golpes, quebrantos y fracturas. Y por lo tanto, crearía una percepción tergiversada en los más jóvenes respecto a lo que implica —y lo que cuesta— vivir. Como siempre el problema no son los niños sino los adultos en lo que se convierten. Hace poco supe de unos parques públicos en algún país escandinavo que fueron prohibidos por ser excesivamente seguros: los niños y niñas estaban olvidando como caerse y esto les estaba trayendo consecuencias irreversibles. Todo lo anterior tendría como resultado —y me temo que tiene, en presente— que se estuviese levantando toda una generación de personas incapaces de lidiar con ese asunto espinoso y traicionero como lo es el mundo real. Toda una generación de adultos-niños que serían (y son) incapaces de sobrellevar la dificultad y la adversidad y ante su primer asomo se quebrarían en llantos compungidos y ahogados en desesperación buscarían a sus padres o niñeras.


Toda una generación de adultos-niños que serían (y son) incapaces de sobrellevar la dificultad y la adversidad


A diario las redes sociales se llenan de denuncias por circunstancias que hace años hubiesen sido más que triviales. Situaciones en las que algún joven o adolescente ante la primera dificultad u obstáculo se paraliza, toma su celular y de inmediato cuenta —entre lágrimas y temblores— su traumática experiencia. Y no me refiero a casos relevantes como el de los abusos sexuales, la discriminación racial o el maltrato laboral. No, me refiero a situaciones ridículas en donde un niño de treinta años se queja porque el mundo no le rindió pleitesía a su desbordada sensibilidad. La vida es dura, así ha sido, así será y así debe ser. Poco favor le hacemos a estos personajes —en los que no falla el deseo narciso de llamar la atención a toda costa— cuando le damos eco a sus quejidos y cristalizamos en ámbar su perpetua incomodidad. Tribulaciones inventadas que surgen de todo lo que se oponga a sus intereses, que casi siempre son tan instantáneos y efímeros para aparecer como para desaparecer. Tiranos de pelo en pecho que están dispuestos a llevarse a quien sea por delante con tal de sentirse el centro del cosmos. Adultos-niños en su más lamentable expresión.

Desde luego no tengo nada en contra de los parques de diversiones infantiles, mucho menos ahora que soy asiduo visitante de varios de ellos Sin embargo me estremece ser testigo —y culpable— de un comportamiento anómalo por el cual los padres negamos un derecho casi fundamental para los niños: que todos y cada uno de ellos deben aprender a aburrirse. Hoy en día pareciera que la obligación principal de los papás es brindar entretenimiento instantáneo: hacer del mundo un Divercity abierto 24 horas. Más aún cuando todo este comportamiento está amparado en una industria lucrativa y costosa de experiencias, servicios y productos diseñados específicamente para que los infantes no caigan en el tenebroso abismo del aburrimiento. Considero que dicha actitud es sumamente nociva para padres e hijos, teniendo en cuenta que es en esa pausa y en ese silencio en el que el niño desarrolla muchas dimensiones de su imaginación y aprende a saber quién es. Y quizás también, el aburrirse signifique algún tipo de mecanismo de defensa ante las eventuales vicisitudes de la vida que dota a los niños en crecimiento para entender la inminencia y dimensión de los problemas que enfrentan. Un adulto es aquel que es capaz de sacar provecho de su aburrimiento, de ser responsable ante él y de saber con seguridad que no todo en la vida se trata de estar divirtiéndose. Un niño cree que la vida es solo un escenario para cumplir sus deseos y por eso toda infancia se empieza a acabar cuando afrontamos, tarde o temprano, una primera y crucial decepción. El resto serían adultos niños: una lamentable distopía probablemente más enfermiza que esas que se escribieron en el siglo veinte.

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