La banda sonora de la infancia de Robinson Díaz en Envigado era el traqueteo de las ametralladoras. Los muchachos que se hacían en la esquina de su barrio murieron casi todos. A él lo salvó la obsesión que tenía por el teatro, ir a Matacandelas, ponerse a las órdenes de Cristobal Peláez, subirse al tejado de su casa hasta que Emilia, su mamá, lo sacaba de las ensoñaciones en las que andaba. Siempre supo lo que quería ser cuando fuera grande: actor. Por eso su papá, en cada 25 de diciembre, le dejaba en el árbol de navidad como aguinaldo un libro. Las letras le abrieron no sólo las entendederas sino el alma y con el alma llena de gozo fue como un fanático al Pablo Tobón Uribe de Medellín a ver al Teatro La Candelaría y su Trasescena. Mientras los pelados de su generación soñaban con ser como Michael Jackson o Pablo Escobar, él quería ganarse la vida como lo hacía su ídolo, Santiago García. Y por eso le dijo a Norberto, su papá que se iba a Bogotá tras el sueño. Su papá sólo le dio un consejo “no importa lo que hagas siempre sé el mejor”
En Bogotá no había día en que no pensara en devolverse para Medellin. Habían días lluviosos y fríos en donde no tenía para el bus y le tocaba irse caminando de la 180, donde vivía en una pieza, hasta la Candelaria donde estaba la Escuela Nacional de Arte Dramático, el lugar donde estudiaba. Muchos años después, cuando ya era el actor más famoso y mejor pagado de Colombia, le hizo un Tour a una de sus hermanas y le mostró las esquinas donde había llorado.
Los días fueron menos grises cuando conoció a Adriana Arango, el amor de su vida y se fueron a vivir a un minúsculo apartamento en la Candelaria. Ella también tenía adentro la llama de la actuación y para pagarse sus estudios trabajaba hasta tarde en Johnnie Kay, un bar del centro. Él también meseraba en un bar de salsa y no había plata pero su Gran Combo, Hermanos Lebrón, juventud y las ganas de comerse el mundo.
Y se lo comió. Treinta años después Robinson Díaz es una marca registrada en toda Latinoamérica. Hasta el propio Vicente Fernández lo ha invitado a su hacienda. Todos se derriten ante su interpretación del Cabo, una actuación que lleva más de 10 años con él. Crítico, ácido, agudo, Robinson se despacha en esta entrevista contra la televisión colombiana, el haber desaprovechado la explosión de novelas tan icónicas como El cartel de los sapos “debió haber tenido seis temporadas” sobre la pobreza de talento que vive la televisión nacional, la defensa de las narconovelas y el engaño con el que se van muchos actores jóvenes creyendo que en México pueden triunfar fácilmente. Sigue siendo un actor exclusivo de Telemundo y sigue viniendo a su casa, a Colombia, con proyectos tan maravillosos como Wenses y Lala y La Dama de Negro. Esta es la entrevista: