A los 7 años, fui amigo de Pambelé

A los 7 años, fui amigo de Pambelé

"Recuerdo como si hubiese sido ayer, mirar al campeón sentado en una de las cabeceras de la mesa, comiendo y rodeado por muchos, pero lucía extraño y actuaba errático"

Por: Douglas Ivan Paez
mayo 05, 2017
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A los 7 años, fui amigo de Pambelé
Foto: Jet Set

Fui vecino de la familia Cervantes en el barrio "El Recreo" de la ciudad de Cartagena, cuando mi nombre era Iván en vez de Douglas. Y no es que me lo haya cambiado, no, es que a los cinco años, edad a la que llegué al mencionado barrio, mi primer nombre, Douglas, era difícil de pronunciar.

Eran los Cervantes mis vecinos cuando el campeón, Antonio Cervantes Reyes “Kid Pambelé”, recién iniciaba su gloria. Y la prosperidad llegaba a sus vidas tan contundente y sorpresiva, como un golpe de la zurda que él muy bien administraba.

Fui compañero de juegos infantiles y andadas de Manuel "Mane" Cervantes, su hijo mayor, lo que me permitió muchas veces la entrada a su casa.

Famosas eran las fiestas cuando el campeón llegaba. Recuerdo una descomunal olla de sancocho hirviente en medio del patio, y nosotros corriendo alrededor de la misma o  jugando a las escondidas entre las matas de plátano. Si plátanos, estas casas tienen patios extensos donde no era extraño encontrar frutales, hortalizas y matas ornamentales, lo que para nuestra volátil imaginación infantil, no era difícil convertir en una exuberante jungla.

La primera vez que vi al campeón fue en uno de esos corrillos infantiles. Esquivando adornos e invitados por toda la casa nos correteábamos uno al otro. Cuando de repente Mane, abrúptamente me detiene colocando su manita en mi pecho, y señalado con su índice acusador, me dice: "ese es mi papá". Percibí admiración y amor en sus palabras, ya que si hubiese querido jactarse, me hubiese señalado al "Campeón". Y allí estaba él, sentado en medio de todos, elegante con saco blanco y pantalón del mismo color, callado; le brindan un trago y dice que no, sin desplante ni gesto alguno, simplemente dice que no.

Pambelé se da cuenta de nosotros y con un gesto nos pide acercarnos. Con voz gruesa pero pausada, y un leve acento palenquero pregunta: ¿Mane y este cachaquito quién es? —Papi él no es cachaco, es Ivancito Páez, y vive en la otra calle, detrás de los Orozco. —Ah ya, ¿y él es amigo tuyo? —volvió a preguntar el campeón. —Sí papi, él es mi amigo. Entonces, haciendo un ademán de combate boxístico y tocando mi pecho con ese puño inmenso, áspero y lleno de callos en los nudillos, el campeón dice: —Entonces, Ivancito Páez también es mi amigo. Me quedé impávido, y con una sonrisa media faz congelada en mis pronunciados cachetes. No lo podía creer, era amigo de "Kid Pambelé", el campeón mundial de boxeo.

Fue la primera vez en mi vida que deseé acortar el fin de semana para llegar pronto al colegio y presumir de esa forma exagerada y jactanciosa—que solo a los niños les queda bien—, que había conocido y era amigo del gran Kid Pambelé.

Tengo en mi mente la imagen de un hombre moreno, alto, delgado y elegante; vestido de traje completo. Serio y "muy bien puestecito", como dirían nuestras abuelas. Recuerdo verlo retirarse a dormir cuando la fiesta aún estaba lejos de terminar, no podían ser más de las nueve de la noche, pues mi permiso era hasta esa hora y yo aún estaba en medio del jolgorio dando lata con el hijo del campeón.

La casa de los Cervantes era blanca, y en la fachada había incrustaciones de ladrillo rojo hasta la mitad de la pared. El piso era de baldosas blancas con pequeños puntos y trazos rojos.

Recuerdo que en una de esas llegadas del campeón, —como siempre— el sancocho era para todo aquel que quisiera saludarle, y claro, allí estábamos nosotros, en medio de todos y corriendo sin cesar.

Tenían ellos en la mitad de la sala comedor, y justo sobre la mesa, una inmensa lámpara de cristal. Tenía múltiples rombos tridimensionales que caían a borbotones. Era una lámpara hermosa. La estructura central o esqueleto, era de color dorado, y en sus terminaciones, se alzaban hermosas coronas de cristal, dentro de las cuales iban las luminarias. Mane me dijo que todo lo dorado en esa lámpara era de oro, yo le creí.

Recuerdo como si hubiese sido ayer, mirar al campeón sentado en una de las cabeceras de la mesa, comiendo y rodeado por muchos, pero lucía extraño y actuaba errático. Hablaba alto y se reía a carcajadas. De repente, se pone de pie muy rápido; tambalea un poco, y empuñando sus gigantescas manos, coge la lámpara que Mane y yo tanto admirábamos como una pera de boxeo. Le lanza no más de cuatro poderosos y muy rápidos golpes, los que fueron suficientes para destruirla por completo.

Los vidrios salieron disparados por todos lados. Algunos hicieron blanco en varios invitados, quienes a pesar de los golpes y una leve magulladura en la frente de Plutarco (esposo de Candelaria, hermana de Pambelé), rieron a carcajadas festejando la hazaña del campeón.

Me quedé paralizado por un instante. Asustado, y dudando sobre qué hacer. Pero la voz de Mane me saca del letargo momentáneo: “rápido Ivancito, coge los tuyos que son diamantes". Fue en ese momento, y mientras recogíamos los fragmentos de cristal de la lámpara, convencidos de que eran diamantes, que entendí a mi corta edad, que el campeón, ya no era el mismo, que mi campeón estaba cambiando.

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