Vladimir Putin acababa de llegar al poder en Rusia y quería demostrar que tenía la autoridad de un zar, de Stalin. Por eso una de sus primeras ordenes fue sacar al mar el submarino nuclear más potente de toda la flota rusa por primera vez en 6 años. Dos años duró su construcción y fue la última nave de la clase de submarinos Oscar II, diseñada y aprobada por la Unión Soviética. Era imponente. Medía 155 metros de largo y una altura de cinco pisos. Según los ingenieros que lo diseñaron era indestructible. Su doble casco era inexpugnable. Nada lo podía corroer.
El 12 de agosto del 2000 fue botado de nuevo al agua. Tenía que hacer algunos ejercicios bélicos. El juego consistía en disparar dos torpedos sin explosivos a un crucero de batalla. Ese día el Kursk salió con 18 torpedos y 22 misiles de crucero. Era una maniobra rutinaria pero a las 11:28 todo cambió. Se encendieron las alarmas en la sala de torpedos, una filtración de uno de ellos desencadenó una reacción química y ocurrió la primera explosión.
Más de la mitad de los 118 tripulantes murieron inmediatamente. Los otros tuvieron tres minutos para refugiarse en una cabina, resistente a todo, incluso a la segunda explosión de 7 ojivas, algo tan grande que reportó en el mar de Barents un registro de 4.2 en la escala de Richter. El Kurst perdió contacto con tierra y empezó un descenso vertiginoso de 110 metros al fondo del mar.
Un día después fue localizado. Se supo que había por lo menos 40 marineros vivos. Putin estaba veraneando en su casa de Soshi. Las críticas empezaron a lloverle porque no interrumpió su descanso. La única orden que dio causó indignación en el mundo entero: rechazó la ayuda que otros países, como Noruega y Estados Unidos, le proponían para rescatarlos. El aire se les agotó a los sobrevivientes y las señales de auxilio se apagaron siete días después. A Putin no le convenía el rescate porque en el más poderoso de sus submarinos nucleares. En el diseño de la nave se escondían los secretos de la estrategia de guerra Rusia. Putin no pestañeó ante el reclamo de los familiares de los 118 familiares que le gritaban al mundo la frialdad del jefe de estado.
Tuvo que pasar dos años para que el gobierno ruso desembolsara USD$ 65 millones a la empresa holandesa Smit International para subir los restos del submarino. La operación se hizo con total sigilo y el control absoluto de la inteligencia Rusia. Nunca se supo que secretos guardaba el imponente Kursk. Ahora resulta paradójico que Putin ofrezca su ayuda para rescatar el submarino argentino Ara San Juan. En su momento el nuevo Zar ruso no hizo nada para ayudar a sus marinos.