La semana pasada, llegué a los 1.000 trinos. Quién sabe cuál será la causa profunda, a lo mejor evolutiva, de nuestros gustos por las cifras redondas. Me quedé pensando cuándo vi esa cifra: mil. Son muchos caracteres que, implican, mucho tiempo en esa red social. Lo más valioso que tenemos, siempre he creído, es el tiempo. No se puede recuperar cuando pasó. Desde hace unos años, quizás cuando me acercaba a cumplir 30, he hecho un intento consciente a prestarle atención a cómo uso el tiempo. La mayoría de las veces, no he sido exitoso en enfocarlo como quisiera pero, es mi esperanza, la decisión de hacer un acto consciente, así sea un fracaso, trae -en sí misma- algún proceso de transformación.
Dice Twitter que abrí la cuenta en mayo de 2009. No me acuerdo de ese momento. Por esa época ya usaba Facebook que era, y sigue siendo, mi red social favorita. En un perfil común y corriente, desde hace más de 10 años, compartía alguna ocurrencia, una foto y textos largos. No usé Twitter activamente esos primeros años pero, si no estoy mal, lo usaba para ver algunas cosas. La mayoría de los usuarios usan Twitter así, pasivamente, casi nunca publicando un trino, un like quizás. Hubo un momento, de ese sí me acuerdo, en el que dejé de usarlo. Fue en el año 2011 y, al final de un debate político, un estudiante de una universidad en Medellín se me acercó. Me dijo que me quería decir algo, en privado. En una esquina del auditorio, me dijo, en voz baja, que le había gustado mi intervención y que se sentía apenado conmigo. Le pregunté la razón. Me dijo que directivas de la universidad le pagaban por manejar varias cuentas de Twitter para difundir calumnias en contra del grupo político que yo había representado en el debate y, en particular, contra mi papá. Me dijo que lo hacía porque necesitaba graduarse. Le dije que no se preocupara pero que, por favor, votara libremente, que su consciencia no tenía precio. Un par de años después, al político que manejaba esa universidad, lo condenaron por la masacre de Segovia. Un ingrediente más de la amplia mezcla del Partido Liberal en Antioquia, universidades y mafias políticas. Siempre hay estudiantes dignos en esas universidades.
Dejé ahí de ver Twitter porque yo había sido educado en la escuela del argumento va, argumento viene y, aunque ya con un cuero grueso acostumbrado a algún insulto o calumnia, la revelación del estudiante me hizo ser totalmente escéptico sobre la posibilidad de argumentar en esa red. Si ni siquiera sabía si el interlocutor era un perfil falso, pagado por mafiosos para proteger, desde la política, su negocio. Eran tiempos en los que no había bodegas. Estaba, también, el punto de mi propia incapacidad para producir el argumento que debía acabar en 140 caracteres. Está bien probado que es esencialmente imposible lograr que alguien cambie de opinión en una interacción, mucho menos con unos tuits, supongo. Algunos genios logran manejar así el lenguaje, yo no.
Seguí disfrutando mucho mi uso de Facebook. He conocido en esa red miles de personas, muchas de ellas que conocí después personalmente, e intercambiado largos argumentos, algunos interesantes. Sin embargo, en la recta final de la campaña de 2018, llegué a un límite con esa red social. Participando desde “adentro” de la campaña entendí que, en Facebook, el que no paga tiene inmensas dificultades para alcanzar un público amplio. Estaba convencido y orgulloso de participar en la Coalición Colombia, quería participar en la amplificación de ese mensaje. Decidí empezar a tuitear en enero de 2018, así: “Mi primer tuit cuando, según dicen, ya se va a acabar Twitter. Más vale tarde que nunca. He sido escéptico de esta red pero con interés de ensayarla a ver si se puede dar un uso constructivo. Gracias por la compañía.”
Han pasado un poco más de dos años y muchos trinos desde entonces. Quizás más de los necesarios. ¿Cuál es el objetivo de publicar un trino? Alguna vez, intentando dar un debate, descubrí que me motivaba, principalmente, usar una fórmula breve, con una dosis de cinismo adecuada, para responder una agresión con otra agresión. Logré parar, y publicar un trino que mantengo fijado, “Ante la tentación, quizás resultado del ego herido, de decir alguna cosa agresiva, o cínica, disfrazada de ingeniosa; o responder rápido con alguna burla inteligente pero inútil, respiro profundo y vuelvo a esta lámina que llevo siempre en el bolsillo. Es mi principio de vida.” La lamina dice, “Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”
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Algunos cometen el error de pensar que lo “popular” o lo “odiado” en Twitter es lo “popular” o lo “odiado” en la “opinión pública”. No es así
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No tengo interés en responder agresiones ni enterarme de agresiones, eso lo tengo claro. Más allá de la violencia física que nunca se fue, no hay, hoy en día, un lugar más violento que Twitter. Yo he participado en decenas de debates presenciales, miles de conversaciones uno a uno, en donde he defendido mis planteamientos y escuchado otros, y nunca he visto el nivel de agresividad de esa red. Acusaciones, amenazas, mentiras, son fáciles de vender porque si el que las origina es hábil, la fórmula es sencilla, todos la conocemos. La estructura de la red en donde pocos nodos dominan casi toda la conversación hace que, con algo de astucia, se pueda dominar qué trinos vuelan hasta dónde. Hoy en día, además, es fácil automatizar esos comportamientos con perfiles falsos manejados por un solo individuo. En las campañas, por ejemplo, ofrecen esos paquetes de seguidores. Es trampa, pienso yo.
Sin embargo, algo debe haber de valor que explique que algunos -pocos- nos mantengamos ahí. El mundo de Twitter es muy distinto al resto del mundo. Algunos cometen el error de pensar que lo “popular” o lo “odiado” en Twitter es lo “popular” o lo “odiado” en la “opinión pública”. No es así. Por dos razones, principalmente: uno, el espacio que han ocupado desde hace algunos años perfiles automatizados o anónimos que concentran atención de manera artificial, usualmente creando tendencias políticas o de marketing, y dos, porque aún la población de los usuarios “reales” de la red, tiene características estructuralmente distintas a la de la población en general, más joven, más urbana, más ingreso, más interesada en la política, más a la izquierda.
Está el ego, claro. Hacer un buen trino, lograr que varias personas lo lean, que alguno se interese y conteste algo amable. Pero no es suficiente, además es dañina esa motivación. También está, el sentido de la utilidad, compartir algún conocimiento interesante, una idea que uno quisiera que más gente evaluara. Compartir alguna alegría por un triunfo del Medellín, más recientemente alguna felicidad compartida con Elena, mi hija. Publico esperando, todavía, que algún tuitero, tuitera, desprevenido encuentre valor en eso. Últimamente he perdido ánimos para la batalla política en Twitter. Es eso, una batalla. No hay espacio para más. A lo mejor vuelven esos ánimos. Por ahora, en tiempos de la pandemia, seguiré compartiendo estas columnas, algún artículo interesante y alguna idea, siempre con el interés de construir algo que destruir, sobre todo en 280 caracteres, es muy fácil.
@afajardoa