Entre las muchas tonterías que ha cometido durante su gestión, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, acaba de poner contra las cuerdas la generación de electricidad a partir de fuentes renovables.
Como el peor de los dinosaurios del otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), que tanto criticó tras abandonar sus filas, y antes que apostar por un desarrollo más sostenible, su gobierno está representando una verdadera vuelta al pasado en materia ambiental.
En cuanto a la generación de electricidad con fuentes renovables (eólicas y solares), y con el burdo pretexto de que debe garantizarse la “confiabilidad” del suministro a las redes, condicionó la participación de generadores de energía renovable (“intermitente”) a la coexistencia de centrales de combustibles fósiles.
Desde el punto de vista técnico, el entramado jurídico, lleno de irregularidades, promovido por su gobierno relega a los generadores más eficientes y favorece plantas convencionales, como las de la cuasi-monopólica e ineficiente Comisión Federal de Electricidad (CFE), que en su mayoría usan combustibles fósiles y son altamente contaminantes. Y estas, por si fuera poco, van a ser repotenciadas.
En la lógica absurda del gobierno, el avance de las energías limpias queda supeditado, como un lastre, a la preeminencia de las plantas de combustibles fósiles.
Desde que en 2014 entró en vigor una reforma energética, las energías limpias habían experimentado un crecimiento exponencial, que ahora se ve doblemente amenazado: no solo porque el gobierno las desaira, sino porque además las inhibe.
Es tan grave el problema, que las representaciones en México de Canadá y la Unión Europea ya expresaron a la Secretaría de Energía, en cabeza de Rocío Nahle, su preocupación por este freno al desarrollo de proyectos de energías limpias, que han implicado cuantiosas inversiones.
Y varios actores económicos y de la sociedad civil en México ya se han manifestado también en contra de estas decisiones. Varios generadores de energías limpias ya han recurrido incluso a tribunales nacionales en defensa de sus derechos, que les han dado la razón.
Este reciente episodio es una confirmación más de la gran ignorancia que ha demostrado el actual mandatario en materia de desarrollo sostenible, sobre todo ambiental. Para no ir lejos, su proyecto de construir el llamado Tren Maya, cuyo trazado atraviesa amplias zonas de selva, también ha recibido múltiples y razonadas críticas por sus impactos ambientales.
Y confirma también muchos de los peores defectos que el político tabasqueño ha demostrado a lo largo de su carrera: es autoritario, terco, berrinchudo, poco receptivo a la crítica y poco dado a la autocrítica, supersticioso (con gran irresponsabilidad, presumió unos amuletos religiosos como su mejor escudo ante el nuevo coronavirus), poco dado a la ciencia y muy conservador, casi retrógrado, aunque se llena la boca descalificando a quienes llama “conservadores” como sus enemigos más acérrimos.
En tiempos del cada vez más deseable desarrollo sostenible, cuyas tres dimensiones económica, social y ambiental ofrecen criterios muy claros de medición, las clasificaciones absurdas entre izquierda y derecha, neoliberal o progresista están totalmente rebasadas. Pero políticos de vieja guardia como López Obrador, sea en México o en cualquier otro rincón del planeta, parecen no haberse enterado de que el mundo cambió.
