Tras respirar el limpio sentimiento de libertad que inspira viajar desde La Habana en la mañana hacia el oriente, contemplando la mar azul de diversas tonalidades y apariencia variable por causa del roce de la fuerte brisa, la vista se regocija sorprendida con el paisaje de Matanzas, su hermosa bahía, su río, su singular arquitectura y sus puentes desde donde saltan niños sonrientes.
Decenas de veleros navegan en distintas direcciones, impulsados por el soplo de los vientos, como si tuvieran adherido a su popa uno de esos motores con los que en Colombia nos movemos por los grandes ríos, cuyo recuerdo nos hace parecer pequeñas quebradas los de aquí. El tamaño de los botes, sus velas blancas y su despliegue nos hablan de una ensoñadora aldea de pescadores.
Como esa en que vivía Santiago, el viejo que cumplía 84 días sin atrapar un pez que mereciera un reconocimiento y que cada amanecer se echaba a la mar en su barca soñando con pescarlo. Hablo del relato que le valió a Ernest Hemingway el Premio Pulitzer y que terminó por convertirlo en ídolo de todos los cubanos. Un canto a la tenacidad humana, dijo alguno, y lo comparto.
Nunca un pescador había atrapado un pez espada de dieciocho pies de largo, como el que pescó él tras una titánica y solitaria lucha. Tras asegurarlo a un costado de su bote, emprendió el regreso a su caserío, imaginando la admiración general y todo el provecho que sacaría de su trabajo. Pero entonces hicieron su aparición los tiburones, atraídos por el hilillo de sangre del arpón.
La batalla nocturna del viejo contra aquellos tiburones que atacaban con furiosas dentelladas su preciado tesoro, me parece apropiada para compararla con el proceso de paz de La Habana, una larga saga que se inició más de treinta años atrás, y que se halla a las puertas de un Acuerdo Final, víctima también de rabiosas embestidas obstinadas en impedir su arribo a buen puerto.
Sobran las interpretaciones interesadas y malintencionadas sobre el conflicto colombiano. Todas ellas apuntan a desconocer dos realidades históricas de bulto, la enorme desigualdad económica y social dominante en el país, y el carácter profundamente elitista, intolerante, antidemocrático y violento del régimen político vigente. Atenderlas debidamente posibilitó el camino a la paz.
Aunque con criterios distintos acerca de la manera de abordar esas dos grandes falencias, es innegable que el Acuerdo General de agosto de 2012 fijó su atención en ellas. La problemática de la tierra y los cultivos de uso ilícito, la apertura política y las garantías, las víctimas y la justicia ocuparon más de tres años en debates. No será el paraíso, pero echamos por fin a andar.
En el camino se han sumado a este sueño más y más colombianos, cada vez más claros de la oportunidad que entraña para el futuro de todos el que se ponga fin a este largo conflicto fratricida. Y la comunidad internacional, países acompañantes y garantes. Enviados de USA y la Unión Europea. Las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad. La cuestión va en serio.
Mientras John Kerry, Secretario de Estado norteamericano, acude a La Habana a reunirse por separado con las delegaciones de las dos partes sentadas a la Mesa, y el Secretario General de las Naciones Unidas escribe respetuosamente al Comandante de las FARC, persisten voces en Colombia afirmando que si bien el proceso es bilateral no es entre dos partes iguales.
Y que no abandonan por tanto su aspiración de someter la insurgencia a los intocables poderes estatales. El Acuerdo General proclama otra cosa. El punto tercero de la Agenda, Fin del conflicto, lo describe como un proceso integral y simultáneo que envuelve siete grandes temas, y que comenzará su desarrollo con la firma del Acuerdo, en un plazo prudencial acordado.
Quien quiera examinar de manera desprevenida los siete grandes temas referidos, concluirá que se trata de asuntos complejos, en los que no puede exigirse a una de las partes la dejación de armas y su reincorporación a la vida civil, mientras la otra a su vez no materialice los compromisos correspondientes. Conservar las armas no nos interesa tanto como conservar la vida.
Los plazos no pueden ser abiertos para una de las partes, y fijos, precisos y firmes para la otra. Por eso deben ser prudenciales, hábiles para desarrollar integral y simultáneamente los acuerdos. ¿Es que aún alguien cree que el paramilitarismo, el atentado personal y la siembra de los odios diarios, no son amenazas reales para la insurgencia desarmada y el movimiento popular?
El mito del proselitismo armado, de los guerrilleros en armas haciendo política por todo el país, no es más que una malintencionada caricatura propalada sin calcular el daño ocasionado. Claro que debe acabarse para siempre en Colombia el vínculo entre política y armas, no más terror de Estado, no más odios, no más paramilitarismo, no más paros ni marchas contra la paz.
¿O es que todo eso no es proselitismo armado? Las conversaciones de paz se iniciaron para poner fin definitivo a la violencia y las armas en la política. Mal podría la insurgencia pactar con el gobierno nacional, con países acompañantes y garantes, con toda la comunidad internacional como testigo, fórmulas que piense incumplir. No tenemos vocación de necios o suicidas.
Sorprende que se invoque la figura de colombianos desprotegidos en el Caguán, cuando por fuera de la zona de despeje, en todo el territorio nacional, el paramilitarismo, en complicidad abierta con las fuerzas militares, inundó el país en sangre con sus crímenes, masacres y despojos. Horrores como el del Catatumbo ocurrieron en la Colombia protegida, esa que nunca han querido ver.
Los Acuerdos implican verificación y ya las Naciones Unidas avanzan en esa dirección, con representación del Estado y la insurgencia. Nadie se niega a ello. El señor Presidente sin embargo lo insinúa en su declaración pública, como si aún lo poseyera el ánimo de rendirnos, desmovilizarnos y humillarnos. Algo improcedente para quienes tenemos dignidad.
El gobierno colombiano exigió como requisito indispensable de las conversaciones la discreción total sobre las discusiones en la Mesa. Hemos cumplido. Podríamos por ejemplo demostrar que no es cierta la negación absoluta del doctor De La Calle sobre lo acaecido en la Subcomisión Técnica, pero no nos interesa ahondar contradicciones, sino aproximar, consensuar acuerdos.
Por lo mismo tampoco suministramos información reservada a la prensa, para que elabore crónicas y notas sobre los temas en discusión, a objeto de crear un clima desfavorable a nuestros interlocutores. No se trata de eso. Queremos la paz, luchamos por ella, deseamos firmar un Acuerdo Final cuanto antes. Eso requiere mesura, sensatez, responsabilidad.
Sabemos que los tiburones carniceros perseverarán en su obra predadora y por ello quizás sea imposible que las soluciones convengan a todos los colombianos. Hay quienes no las desean. Pero basta con que una inmensa mayoría se incline por la paz y respalde los acuerdos finales. Es con ellas y ellos que debemos unirnos ahora, Colombia entera lo merece.
La reciente y halagadora noticia de un próximo inicio de la fase pública de conversaciones de paz con el ELN, constituye sin duda una voz de aliento y de esperanza para todos los interesados en el fin del largo conflicto armado colombiano. Los astros se alinean de nuevo y no puede echarse a pique esta oportunidad feliz. Vamos a lograrlo, Santos, estamos seguros.
Timoleón Jiménez
COMANDANTE DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP
La Habana, 4 de abril de 2016.