La vicepresidenta sugirió hace poco que hay demasiados psicólogos, y con eso, abrió un debate muy intenso. Yo no sé si hay muchos o hay pocos psicólogos. Lo que sí sé, es que Colombia tiene, seguramente, indicadores muy preocupantes y subestimados de salud mental. Sé que no hay cifras confiables. Sé que hay indicadores que ni siquiera se tienen en cuenta. Sé que tenemos niveles desbordados de violencia intrafamiliar, y que ese es el escenario en donde ocurre el grueso de la violencia en Colombia. Sé que nacen demasiados niños no deseados. Que muchas mujeres y hombres son abusados sexualmente cada año. Sé que la gente va al médico cuando lo necesita, pero evitará a toda costa consultar a un profesional en medio de una depresión, un duelo o un periodo de desorientación. Es un país machista. Es un país de apariencias.
Sé que hay regiones del país en las que no hay profesionales de la salud mental, y la gente acude con asombrosa frecuencia en la búsqueda de chamanes y brujos para que les conjuren brotes psicóticos, depresiones y duelos. Sé que, a falta de respuestas, la gente acude a toda suerte de ritos y prácticas irracionales para quitarse esos malestares.
Sé que esta es una cultura que no entiende ni sabe cómo tratar a una mujer con depresión posparto, y que se les acusa, se les juzga, se les violenta, y se les obliga a esconder su condición, y a hacerse daño para apagar el dolor. Sé que hay demasiadas víctimas con duelos sin resolver, con sus hijos desaparecidos, entumidas por la pérdida, atrapadas en la rabia, tragándose la impotencia, no importa cuánto tiempo haya pasado. Sé que necesitamos una cultura que no estigmatice la salud mental, que promueva la capacidad de pedir ayuda, de buscarla sin vergüenza, y de aprender a cuidarse mejor, a proteger la propia salud mental.
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Vivimos en una sociedad extremadamente tóxica, sin darnos mucha cuenta. Una sociedad incapaz de pedir ayuda, de reconocer siquiera su anormalidad
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Vivimos en una sociedad extremadamente tóxica, sin darnos mucha cuenta. Una sociedad incapaz de pedir ayuda, de reconocer siquiera su anormalidad. Es una sociedad en la que grandes sectores añoran la limpieza social, y expresan por las redes, con toda libertad, fantasías de destajo social, de nostalgia por las masacres, de odio por la convivencia, de desprecio por la solidaridad y desconfianza por el respeto a los derechos humanos. No es normal que los narcos y sus secuaces se hayan tomado la televisión y el imaginario de escritores y novelistas, como si no hubiera nada más, como admitiendo que la igualdad de oportunidades es una ficción entre nosotros, que en esta sociedad solo se puede avanzar a balazos, como si el único valor que verdaderamente importara es hacerse valer por la fuerza y a cualquier costo.
Sé muy poco sobre la calidad de las escuelas de psicología y otras ramas de la salud mental. Pero difiero de la vicepresidenta, y creo que ella misma diferiría si meditara su propia afirmación a la luz de bullying del que ella misma es víctima. Y creo que ella está en capacidad y en el lugar preciso para convocar un debate franco sobre la situación, que permita esbozar un diagnóstico, por lo menos provisional, sobre lo que está pasando y cómo abordarlo desde las políticas de salud pública.