La Real Academia Española (RAE) nos dice que pacto –vocablo que tiene su origen en la palabra latina pactum– es un “concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado”. Según esta acepción, que es la que realmente fundamenta mi escrito, los pactantes están obligados a respetar una posición ideológica común a todas las partes. En otras palabras, están convencidos de materializar una idea que les permita llegar al poder bajo una misma ruta de gobierno.
Por eso, amigo lector, me hago está pregunta que espero que le llegue a usted también: ¿qué es lo que acordaron los miembros del Pacto Histórico, si no es otra cosa que arruinar el país? Digo esto porque no se puede esperar de exmilitantes uribistas, hoy convertidos en vasallos de la izquierda, algo diferente a lo que profesa su mentor y único líder, el mismísimo Gustavo Petro.
En este orden de ideas, se ha pactado –claro está, empleando los discursos democráticos más altisonantes– la implementación de las políticas socialistas que han destrozado la economía de algunos países latinoamericanos.
A través de ellas se quiere debilitar el trabajo de la banca privada, motor importante para la formalización de nuevos emprendimientos; entorpecer la exploración petrolera y la explotación minera bajo la consigna de cuidar el medio ambiente; y limitar la tenencia de la tierra al estilo de las expropiaciones que hacía Hugo Chávez, causantes del exilio del empresariado venezolano.
Si esto no es así –ya que no faltará el que le crea al Pacto Histórico todo lo que dice–, ¿por qué Petro habla de energías limpias, declarándole abiertamente la guerra a Ecopetrol? Sencillamente, porque ese es el anzuelo engaña bobos.
A través de él enarbola unas causas justas, para luego imponer las que mejor le sientan. Por ejemplo, la destrucción de nuestra endeble economía, atacando miserablemente a los que se las arreglan para salir adelante.
Por eso disfraza su equívoco proceder con todo aquello que desean oír los jóvenes de esta perdida generación, dando la impresión de que los que se oponen a sus ideas son corruptos o delincuentes, cuando la historia nos dice que él fue guerrillero y tuvo cercanía con la mafia que se tomó el Palacio de Justicia.
Cada vez que ha tenido que salir a defender sus ideas termina mal parado, porque se logra entrever cuáles son sus verdaderas intenciones. No es que quiera especular con su discurso, pues no se trata de que realmente se muestre inseguro con su pensar, sino que en su pecho crece un sentir socialista que lo hermana con Cuba y Venezuela.
Ese es su gran problema: en el fondo siente como suya la causa de los Castro, germen de la debacle venezolana y los demás desastres políticos que hoy tiene Latinoamérica.
Así que el Pacto Histórico es una farsa, puesto que no busca salvar a Colombia. Por el contrario, amigo lector, quiere destruirla bajo el capricho de un necio que ha convencido a otros necios.
A estos últimos, militantes conversos de la izquierda, los mueve la politiquería, esa que tanto rechazan pero que igualmente promueven.
Que no nos engañen: el lobo puede hacerse pasar por oveja cuando quiere llegar al rebaño. Por eso muy bien decía Maquiavelo que “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.