Todo triunfo de una telenovela es una derrota del intelecto, y el caso de Yo soy Betty la fea o Ugly Betty, como la llaman en inglés, no es la excepción. La función de toda telenovela es manipular los sentimientos del televidente para meterle en sesenta minutos un embutido de sueños fallidos o logros falsos, cuyo verdadero objetivo es venderle un sinnúmero de productos inútiles a través de las propagandas, además de darle una concepción distorsionada del mundo.
Y lo que pasa con las telenovelas es que aunque parezcan reales, no tienen nada que ver con la realidad. Por ejemplo, en el caso de Yo soy Betty la fea, sus apologistas tratan de ver en ella una reivindicación de la mujer trabajadora, “así sea fea”, ante el monstruo corporativo. Pero precisamente ahí es donde radica el problema: los espectadores ven sus propios sueños realizados en la protagonista, todo ante su impotencia frente a un sistema que los carcome y que no los deja progresar. Por cada persona que llega a la cima del capitalismo, millones quedan aplastados por debajo, y el éxito de la protagonista es la válvula de escape que le da la esperanza a la persona de que individualmente alcanzará el sueño corporativo, ya sea “americano”, ruso, mexicano o colombiano, así no lo logre nunca.
En los EE. UU. las telenovelas son conocidas como soap operas (óperas de jabón), ya que en los años treintas, cuando empezaron las radionovelas, estas eran patrocinadas por fábricas de productos de limpieza y su objetivo era llegar a las amas de casa para vendérselos.
Curiosamente, la primera radionovela que se transmitió en los EE. UU. a nivel nacional, en 1932, llevaba por título Betty and Bob. Podemos ver la penetración cultural del género: un modelo exportado de entretenimiento atraviesa fronteras y después se devuelve 75 años más tarde a su lugar de creación. Yo soy Betty la fea carece de originalidad, hasta el mismo nombre “Betty” es una venta de nuestra identidad nacional, ya que no estamos hablando de "Dorotea la fea” ni de “Margarita la bonita” y el mismo argumento es prestado de un cuento infantil que leen muchos niños: El patito feo, donde un feo patito resulta ser un bello cisne. Además, no es de extrañar que los personajes femeninos suelan estar en el centro de las telenovelas, ya que se trata de un género eminentemente sexista: desde su creación su blanco fueron las mujeres.
Su atractivo fue creciendo, y para los años 40, estas soap operas representaban el 40% de la programación que salía al aire. Hoy en día, el término soap opera se trasladó a las telenovelas, y en los EE. UU., las diferentes cadenas de televisión transmiten más de 50 horas de telenovelas a la semana. Las personas que viven vidas aburridoras y monótonas pueden vivir así vidas prestadas a través de las aventuras de los o las protagonistas. Y el que haya visto una telenovela en su vida, las ha visto todas, ya que los argumentos facilistas giran siempre alrededor de los mismos temas: celos, odio, rencor, intrigas, infidelidades, chismes, chica pobre que se enamora de hombre rico y aparentemente inalcanzable, arribismo social a través del matrimonio u otros medios, buenos y malos estereotipados, una narrativa intrascendente y un terrible denominador común: su nivel intelectual tiene que ser tan bajo que sean del gusto de la “gran masa”.
El atractivo de la telenovela es directamente proporcional a la falta de intelecto del televidente. El estímulo intelectual es reemplazado por el masaje adormecedor de un mensaje que suprime el pensamiento activo. Fórmula perfecta para crear personas alejadas de todo pensamiento crítico y listas a ser manipuladas por medio de fórmulas preestablecidas. Por eso no es de extrañar que mientras las telenovelas sean un éxito mundial, el mundo vaya camino a su destrucción por el calentamiento global. ¿Cuánta gente ha visto Yo soy Betty la fea, pero no ha visto el documental de Al Gore, Una verdad inconveniente?
La función de las telenovelas, además de entretener al público y venderle productos innecesarios, es desviar su atención de temas que en verdad necesiten análisis y estudio y en resumidas cuentas, educación. Cada minuto que pasa una persona viendo una telenovela es un minuto menos que pasará tratando de ver su propia realidad o cómo sus gobernantes están saqueando el erario para pelear guerras apocalípticas o para llenar sus propios bolsillos o simplemente un minuto menos que pasará leyendo un buen libro para instruirse. Tal vez muchas personas conozcan con pelos y señales el argumento de Yo soy Betty la fea, ¿pero cuántas conocen el contenido de un TLC y cómo va a afectar a su país, su propia vida y la de sus hijos o nietos?
En esto radica la mala magia de los medios masivos de comunicación, cuyo modelo Made in the USA se ha distribuido por el resto del planeta. Mientras que en Colombia mueren decenas de miles de personas al año en una guerra sinfín o en Siria son masacrados cientos de miles, podemos respirar tranquilos porque Ugly Betty ganó un Globo de Oro, o como decía por ahí cierto columnista: “El Globo de Oro a Yo soy Betty la fea, versión USA, hace de Fernando Gaitán el Gabo de las telenovelas”. De haber leído esto Gabo, seguramente se sentiría insultado por la comparación. Lo verdaderamente feo de Yo soy Betty la fea no es la fealdad de Betty sino los sueños de arribismo y las toneladas del jabón de apatía social que supo vender.