Si tiene cara de pato, hace como pato y camina como pato, es una vaca. Tal es la lógica que domina nuestros tiempos. Cualquiera que haya pedido un combo en una cadena de restaurantes, más célebre que salubre, puede asegurarlo: hay un mundo de diferencia entre la hamburguesa de la fotografía y la que nos presentan en la mesa, que si bien tiene una carne que distrae por un buen tiempo a la solitaria, de ninguna manera es extraordinaria. Algo parecido pasa con la pizza y por fortuna, rara vez con el helado.
No obstante, en este simpático mundo y en el país del Sagrado Corazón, nunca faltan los clientes satisfechos: almas para los que el pan-roca siempre está caliente; la lechuga de papel, fresca; las rondas de tomate lapidario, pasables; el queso rancio, como para comérselo a besos; el tejo de res (si efectivamente es de res), como el mismísimo cuerpo de Cristo; y las copiosas salsas con mucha sustancia. Dicho esto, también hay gente que forma una tormenta en un vaso de agua.
Por ejemplo, en nuestro cuenco de manos, algo menos tembloroso, los colombianos encontramos de continuo ese temporal que llaman "Venezuela", el cual se nos presenta como nuestro reflejo macabro o una fuente turbia. Y no es para tanto, de verdad: solo es una hamburguesa, no uno de esos habanos infumables. Al menos eso es lo que me ha dicho mi amigo, quien atribuye la atención que despierta el país vecino a una cortina de humo del "aparato mediático del 'Imperio' y sus lacayos pitiyanquis." Y yo le creo porque, verán, la independencia de poderes en Venezuela salta a la vista: el poder judicial es tan independiente que está encabezado por un juez que ha sido juzgado; la Asamblea, un cuerpo que en principio era unicameral, se ha vuelto bicameral, y no cabe duda de que en breve será una posada en la que todo el mundo le "tenderá la cama" a todo el mundo; de manera que el ejecutivo no tiene vía libre para hacer y deshacer en nombre del pueblo, pues las leyes, por medio de los jueces, están ahí para advertirle a Maduro (y a los que enjalman al burro) que antes de arrollarlos debe pitar.
Además, pese a que la mayoría de los venezolanos tiene que echarse a la boca lo que haya, el Gobierno venezolano es un verdadero paladín de la democracia, de la democracia de partido único. Ser o no ser, a eso se reducen las elecciones de los ciudadanos venezolanos. Ser enterrados o cremados es una cosa que ya no los despeina, aunque me temo que quienes siguen la línea del Sr. Cabello tienen una opinión distinta. Y ya que hablamos de escoger, conviene aclarar que en Venezuela no hay prisioneros de consciencia, puesto que en los trinos de Twitter hay más espontaneidad que palabras medidas. Por lo demás, los venezolanos en verdad no tienen nada qué pensar: cuando la gangrena se extiende, hay que amputar.
No se trata de violencia, es cuestión de sanidad: hay que aprovechar las vendas y mordazas que el Foro de Sao Paulo ha donado a Venezuela.
Porque hay que ser claros: aunque lo que sucede en Venezuela tiene cara de dictadura, los que mandan en Venezuela hacen como las dictaduras y su economía camina como la democrática Zimbabue, en Venezuela no hay una dictadura: lo que hay en Venezuela es un capricho de la izquierda.
