Lo único que sabe hacer el Gobierno Petro es repartir pobreza disfrazada de justicia social

Lo único que sabe hacer el Gobierno Petro es repartir pobreza disfrazada de justicia social

La socialdemocracia requiere riqueza para sostener el bienestar. Sin una economía fuerte, el gasto público sin respaldo solo reparte pobreza en vez de progreso

Por: Carlos Eduardo Lagos Campos
marzo 31, 2025
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Lo único que sabe hacer el Gobierno Petro es repartir pobreza disfrazada de justicia social
Foto: Presidencia

La socialdemocracia, ese modelo que combina democracia con un Estado de bienestar robusto, ha sido el faro de muchos gobiernos progresistas. Sin embargo, su éxito no es un acto de fe ni una cuestión de buenas intenciones: depende de una verdad incómoda, pero ineludible: para repartir bienestar, primero hay que generarlo. La idea de que se puede construir un sistema de salud, educación y protección social universales sin una economía próspera es, en el mejor de los casos, una ilusión; en el peor, una receta para repartir pobreza. En Colombia, bajo el Gobierno de Gustavo Petro, esta premisa parece ignorarse, apostando por un gasto público ambicioso sin una base productiva que lo sostenga. Analicemos por qué este enfoque está condenado a fracasar.

La riqueza como fundamento de la socialdemocracia

Históricamente, los países que han implementado con éxito la socialdemocracia —Suecia, Dinamarca, Alemania— lo hicieron sobre cimientos económicos sólidos. No fue la redistribución la que creó la riqueza, sino la riqueza la que permitió la redistribución. En Suecia, por ejemplo, la industrialización del siglo XX, con gigantes como Volvo y Ericsson, generó empleos, impuestos y excedentes que financiaron un sistema de bienestar envidiable. En Noruega, el petróleo, bien gestionado, cumplió un rol similar. Estos casos demuestran que la socialdemocracia no es un punto de partida, sino una consecuencia de la prosperidad.

Sin una economía que produzca valor agregado, el Estado se ve atrapado en un dilema: recauda impuestos insuficientes para sus promesas o asfixia a los pocos sectores productivos con cargas fiscales desproporcionadas. El resultado es predecible: déficits, deuda o inflación. Colombia, con una economía aún atada al café, el petróleo y una informalidad que supera el 50%, carece de la musculatura fiscal para emular a los nórdicos. Sin embargo, el Gobierno de Petro parece empeñado en gastar como si ya fuéramos un país industrializado, ignorando que el bienestar no se decreta: se construye.

La industrialización: un pilar ausente

La industrialización no es un lujo, sino una necesidad para sustentar un Estado de bienestar. Genera empleo formal, amplía la base tributaria y fortalece la capacidad exportadora, todo lo cual alimenta las arcas públicas sin recurrir a medidas insostenibles. Países como Corea del Sur transformaron su destino al pasar de una economía agraria a una industrial en pocas décadas, sentando las bases para un sistema social sólido. En contraste, Colombia ha sufrido una desindustrialización prematura: la participación de la industria en el PIB ha caído desde los años 80, y hoy dependemos más de materias primas volátiles que de una producción diversificada.

Petro, con su discurso de justicia social, ha priorizado subsidios y transferencias directas, pero sin un plan claro para reactivar la industria o reducir la informalidad. Esta estrategia recuerda a Venezuela, donde el boom petrolero financió un espejismo de bienestar que colapsó cuando los ingresos se esfumaron. Sin un motor económico interno, repartir dinero no es progreso: es pan para hoy y hambre para mañana.

El Estado de bienestar como resultado, no como origen

El error de fondo en la política actual de Colombia es tratar el Estado de bienestar como un punto de partida, no como un objetivo. Los países socialdemócratas exitosos primero construyeron riqueza y luego la redistribuyeron. En cambio, el gobierno de Petro parece creer que el gasto público masivo, financiado con deuda o impuestos a un sector privado debilitado, puede generar prosperidad por arte de magia. Esto no es socialdemocracia: es populismo con fecha de caducidad.

La base tributaria colombiana, estrecha y frágil, no soporta un estado de bienestar ambicioso. Mientras en Dinamarca el 70% de la fuerza laboral está formalizada y paga impuestos, en Colombia apenas llegamos al 40%. Sin industrialización ni formalización, los recursos para salud, educación o pensiones seguirán siendo insuficientes, y las promesas de equidad se traducirán en colas, desabastecimiento y frustración.

¿Hay alternativas a la industrialización?

Es cierto que la industrialización no es la única vía hacia la riqueza. Finlandia apostó por la tecnología con Nokia y Noruega gestionó sus recursos naturales con maestría. Pero ambos casos tienen algo en común: identificaron fuentes de ingresos estables y las aprovecharon con eficiencia. En Colombia, donde el turismo, la tecnología o la agricultura moderna podrían ser opciones, el Gobierno no ha mostrado un plan coherente para potenciarlos. En lugar de eso, se enfoca en redistribuir una torta que no crece, condenándonos a repartir migajas.

Conclusión: la pobreza no se combate con espejismos

La socialdemocracia sostenible exige un equilibrio: generar riqueza antes de repartirla. Sin una base productiva —sea industrial, tecnológica o de otro tipo—, los intentos de construir un Estado de bienestar son como edificar una casa sin cimientos. El Gobierno de Gustavo Petro, con su apuesta por el gasto sin respaldo, no está acercando a Colombia a la socialdemocracia, sino a un modelo que reparte pobreza disfrazada de justicia social. Para que el bienestar sea real y duradero, primero hay que crearlo. Todo lo demás es una promesa vacía.

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