No es un artista primitivo. Creo que tiene el alma limpia y por eso su imaginación y su impulso viven en otro mundo, aunque reside en la isla de Mallorca, Diego Arango (1946) trae a la galería la Balsa en Bogotá sus imágenes que están cargadas de humanidad infantil. El mismo pintor anota: “… Mi primer recuerdo es una cometa inmóvil en el aire. Era una cometa multicolor y gigante, que estaba estática allá arriba. Se encontraba suspendida a una gran altura, y yo, claro, no veía el hilo. Ni sabía que así funcionaba. Entonces pensé ¡que estaba colgada del cielo! Es una vivencia que siempre recordaré. De ahí en adelante he descubierto que el modo de ir destapándole la tapa a los recuerdos, tiene mucho que ver con la pintura. A medida que he ido pintando, dibujando, se me van apareciendo, en medio de los trazos, trozos y trozos de infancia. Grandes retazos que comienzo a plasmar. Es que ir pintando es ir creciendo en la búsqueda de la forma, e ir creciendo es darle forma a la búsqueda de la vida. Todo se mezcla con todo”.
Ese primer recuerdo sigue estando en su memoria. La casa, el tigre, la niña, la novia… Todo es tan general como particular porque se conjuga en un presente continuo. Diego Arango maneja el color con habilidad. Pero siempre es simple como si estuviera tranquilo. Sereno. Conmueve esa actitud alegre en este mundo, aunque en algunos cuadros el trabajo con el negro es, como siempre, contundente.Diego Arango, Novia,213
La vida es simple y es de día. Cumple con sus requisitos fundamentales. La luz es un alivio de ternura sin dios presente. No hay sonido ni silencio. No hay incertidumbre. Solo calma.
Muy por el contrario, nada más terrible que lo primitivo cuando se trata de ser racional. La exposición de Carlos Alfonso en la galería Casa Rigner es una verdadera penuria. Es su primera exposición y ojalá sea la última. Recrear un momento sagrado con simples palos y ladrillos en toda es un desperdicio de tiempo y espacio y la galería Casas Rigner perdió la ocasión de hacer una exposición. Esto es una recreación simple de unos altares. Ni son altares, ni animan al fuego.
A veces los artistas piensan, otras no piensan. Carlos Alfonso no lo hace. Desmenuza con sinceridad un acopio simple de cualquier comienzo. Según el texto de la galería, Alfonso despliega ante el visitante una puesta en escena en que el color azafranado del espacio expositivo, o aquel que evoca el color de la tierra quemada asociado con procesos de aparición, crecimiento, calor y fuego, abraza y sostiene una serie de bodegones… Y pinturas sin propósito.
Una invención inútil en un espacio estéril. Nada se sostiene en ese recorrido infértil de palabras. Nadie se encarta con un trabajo sin futuro. Nadie quiere comprar mugre o una hoguera sin fuego.