Lo rico de ser viejo

Lo rico de ser viejo

"Me muero de la risa cuando mis amigos más jóvenes me dicen “cucho” y se vanaglorian de su juventud y de sus conquistas amorosas"

Por: Edilberto Valencia
mayo 22, 2016
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Lo rico de ser viejo
Foto: cronicadelquindio.com

Me recuerdan el viejo cuento de los pollos que asedian y calientan la gallina hasta que llega el gallo y sin pedir permiso se monta al galope; me muero de la risa cuando las mujeres se escandalizan si les lanzo un piropo más antiguo que el asesino del Mar Muerto y me dicen viejo verde, Tal parece que los viejos ya no tenemos derecho a expresar los sentimientos y debemos mantenernos en el escaparate del olvido.

Los jóvenes no saben las incontables ventajas de ser viejo. Los viejos sabemos escuchar las peroratas de quienes se consideran eternos dueños de la verdad, y con nuestro silencio y nuestra ingenua sonrisa les estamos pidiendo que continúen con sus estupideces que los viejos ya quemamos esa etapa.

 Los viejos sabemos apreciar las expresiones de estúpida condolencia de nuestras amigas cuando con fingido  cariño nos dicen: "viejito, no haga mucho esfuerzo mirando las chicas que le puede dar un infarto". No saben que el infarto nos da si no alimentamos el alma con la vitamina que nos prodigan los ojos.

Cuando alguien peyorativamente nos dice viejos, sin tener en cuenta que muchos no podrán llegar a nuestra edad porque quemaron todos sus cartuchos siendo jóvenes, sentimos esa angustia existencial que acosa a los dioses en el Olimpo, cuando miran a los mortales esponjarse de orgullo como un pavo real a las puertas del horno donde lo van a asar.

Los viejos admiramos la tecnología y tratamos por todos los medios a nuestro alcance de estar al día o al menos entender en parte su lenguaje juvenil. Eso sí, tenemos la ventaja de no caer derechito al abismo de la adicción tecnológica y todavía almorzamos sin estar chateando al mismo tiempo.

 Los viejos exteriorizamos nuestra alegría cuando al calor de unos tragos escuchamos una buena canción colombiana y el cuerpo se nos mueve rítmicamente como un resorte impulsado por las fuerzas invencibles de nuestra ancestral idiosincrasia. Por eso no entendemos las horribles contorsiones pornográficas de los jóvenes cuando escuchan su pavorosa música moderna, que más que música es un aquelarre de brujos enloquecidos bailando en las puertas del infierno. Mientras nosotros bailamos una pieza y nos sentamos satisfechos a comentar la fiesta, los jóvenes después de una de sus diabólicas faenas, quedan a las puertas de un infarto sin fuerzas siquiera para mirar a su pareja.

Con las naturales dolencias propias de la edad, ser viejo es rico, es saber exactamente qué se quiere, cómo conseguirlo, cómo mamarle gallo a todo el mundo con cara de bobo bien administrada; es montar en bicicleta sin los afanes del joven que espera que lo consideren campeón mundial de ruta; es reírse de quienes nos critican sin saber que ellos están a punto de alcanzarnos y es esperar la parca sin miedos y sin aspavientos, a sabiendas que ella, a pesar de su terrible poder de vida o muerte, es más vieja que los mortales que tememos su llegada.

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