De forma provocadora, el presidente escoge esa fecha para presentar en el Congreso la ley que en su lenguaje morrongo llama para "regular la protesta", pero que en palabras castizas es criminalizar la protesta y ponerle trabas a la gente para que no reclame sus derechos ni se pronuncie contra la injusticia. Además, ese mismo día va a insistir en la reforma tributaria, que desde ya debe tener un nombre rimbombante para despistar bobos.
Y el presidente escoge esa fecha porque sabe que en la práctica la protesta social ya fue criminalizada con la pena de muerte a partir de aquel 13 de septiembre de 2020, cuando 13 jóvenes fueron asesinados por la policía por atreverse a protestar contra la brutalidad policíaca que se había ensañado contra el abogado Javier Ordóñez, a quien asesinaron cobardemente en una estación de policía.
Y luego, después del paro nacional del 28 de abril, la pena de muerte se volvió cotidiana; decenas, cientos o quizás miles de veces ha sido aplicada. Nadie tiene certeza del número exacto porque, en este país para que no nos remuerda la conciencia, no nos gusta hablar de temas espinosos (es difícil que publiquen esta nota ciudadana, y si la publican es aún más difícil que obtenga a lo sumo mas de 100 vistas, la gente prefiere leer los cachos que se ponen en el Desafío).
Acá no llamamos las cosas por su nombre, como cuando los agentes del Estado detienen ilegalmente y luego ejecutan a jóvenes que protestan, los medios de comunicación llaman a eso "desapariciones"; a las masacres les llaman "asesinatos colectivos"; al asesinato de jóvenes humildes para cobrar aplausos de sus superiores los llaman "falsos positivos"; y a la difunta reforma tributaria le decían "solidaridad sostenible".
Además, la vida de los humildes no vale ni 5 centavos en este país. Los muertos de los que protestan no cuentan, no se contabilizan. Sabemos exactamente cuántos muertos hubo en los atentados del 9 de septiembre en las torres gemelas, fueron 2996. Además, todos los terroristas que participaron en el atentado fueron dados de baja o detenidos de por vida en Guantánamo, se hizo justicia. Pero nadie sabe a ciencia cierta cuántos fueron los asesinados por el ejército en la masacre de las bananeras ocurrida casi hace 100 años, o cuántos muertos hubo por las protestas del Bogotazo, cuando el pueblo salió furioso a protestar contra el asesinado de su líder Jorge Eliécer Gaitán (vale recordar que en esa época la gente de bien también salió a disparar desde los tejados, de safari a cazar “vándalos”).
El Espectador tímidamente denuncia que solamente el 28 de mayo en Cali hubo 13 muertos... 13 muertos solo en un día de los tantos que ha durado este paro, y en una sola de las ciudades que se levantó contra el horror que nos quiere imponer el uribismo. Eso da una idea de cuantos serán realmente las jóvenes almas rebeldes que habrá recibido San Pedro en estos días.
Con esos antecedentes pues francamente a nuestro presidente no le temblará la mano para presentar sus leyes, así cuesten un número "indeterminado" de jóvenes asesinados el próximo 20 de julio. Porque increíblemente aún hay valientes que insisten en exigir justicia y no se dan por vencidos a pesar de que todos los días ven por redes sociales en vivo y en directo como el estado, la policía y la "gente de bien" responde con balas a su rebeldía.
Las nuevas generaciones no escarmientan tan fácil como lo hicimos las generaciones caducas, dinosaurios cobardes que normalizamos la injusticia y que hoy nos escudamos en fusiles para disparar a prudente distancia a la generación que avanza. La protesta en nuestra época se limitaba a una minoría en las universidades públicas. Uno o dos muertos cada 4 años bastaba para acobardarnos.
Sin embargo, hoy la cosa es distinta, la indignación es generalizada y no ha sido suficiente la escandalosa cantidad de muertos para silenciarlos. Ante semejante reto el uribismo ha respondido a la altura de las circunstancias, con un carnicero sin escrúpulos que posa con el uniforme del verdugo una vez ha cumplido su recado.
