No se puede aducir que es un trueno en un día despejado lo que está ocurriendo en Latinoamérica en este 2019 que ya quedará signado como un año raro para quienes viven el día a día, pero que no puede sorprender a quienes siguen el acontecer regional.
Cuando la Cepal pronosticó en julio de este año que América Latina sufriría una desaceleración y advirtió que la región crecerá en 2019 solo un 0,5%, cifra inferior al 0,9% de 2018, ¿no era lógico que se incrementara la proverbial inequidad latinoamericana?
El apoyo a la democracia decrece. Está en 57,7%, según la última medición de Latinbarómetro, y en la región solo un 13% de los latinoamericanos confía en los políticos.
La inexistencia de políticas públicas capaces de ofrecer una efectiva solución a los angustiantes problemas de la salud sufridos por millones de personas y el informalismo, que en 2018, según la OIT, suma 130 millones, lo que supone el 53,1 % de la PEA regional, ¿iba a ser eterna problemas sin solución de continuidad?
No son datos a ser solamente manejado por los tecnócratas.
Estos indicadores no solamente los leen con preocupación quienes procuran cambiarlos, también son atentamente seguidos por los dictadores y sus aliados.
Terreno fértil. En primer lugar, América Latina es un terreno fértil para la protesta sea pacífica, desesperada, o vandálica, donde la infiltración orquestada por los enemigos de la democracia transforma ese escenario en pasto seco que facilita el incendio de la pradera social.
No importa que situaciones similares otrora presentadas como “condiciones objetivas y subjetivas para crear muchos Vietnam desde México al Patagonia”, hayan reportado la pérdida de generaciones de jóvenes latinoamericanos sacrificados a la guerra fría ideológica previa a 1989.
Un millón cien mil mensajes publicados entre el 16 y el 25 de octubre en Twitter sobre el apoyo a las protestas en Chile reflejan una intensa actividad de cuentas venezolanas, según un informe del think tank estadounidense Atlantic Council, lo que evidencia que el chavismo apoyado por Rusia está alentando revueltas en América Latina.
Venezuela es el país con mayor presencia de tropas cibernéticas; cuenta con al menos 500 personas dedicadas a la desinformación y manipulación de la opinión pública con el objetivo de favorecer al chavismo.
Perversión. Es doblemente perverso empujar hacia la anarquía este presente continental donde miles de centroamericanos peregrinan en condiciones infrahumanas hacia un sueño estadounidense que los escupe una y otra vez; mientras los dirigentes, sean de derecha o izquierda, han engullido millones de dólares fruto de la corrupción que desvía los recursos que podrían mitigar el drama centro y sudamericano.
Según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, Odebrecht pagó unos 788 millones de dólares en comisiones ilegales por más de 100 proyectos de construcciones públicas en 11 países de América Latina, así como en Angola y Mozambique, en África. De acuerdo a los cálculos de la consultora Global Financial Integrity, América Latina pierde cada año unos 140 mil millones de dólares por corrupción, un 3% del PIB de la región.
La ciudadanía de a pie que padece lo anteriormente descrito, no puede, además, envilecer su propia cotidianeidad envenenándose a ritmo de Twitter, WhatsApp o Facebook.
Pensamiento “en combo”. Una columna de una periodista costarricense sobre quienes “piensan en combo” y un video que cada tanto reaparece en redes sociales sobre la responsabilidad de Stephen Bannon —el controversial exasesor de Trump cercano a la ultraderecha estadounidense— y la empresa Cambridge Analytica (CA), en generar microclimas que los presentan a los usuarios de RRSS como patrimonio de millones, vienen bien para alguna reflexión acerca de lo que acontece en sociedades como la argentina, boliviana, chilena o uruguaya.
También la plataforma Netflix distribuyó en julio el documental El gran hackeo, donde muestra como CA utilizó millones de datos de usuarios de RRSS para orientar el voto ciudadano en una u otra dirección.
Cada país de los aludidos atraviesa situaciones con tensiones parecidas, y al mismo tiempo, en diferentes momentos de su vida institucional.
Pero en las cuatro comunidades, ese pensamiento en combo descrito por la periodista Hazel Feigenblatt, es enormemente dañino para los respectivos tejidos sociales sea que estén viviendo una transición de gobierno saliente hacia una nueva administración; un fraude electoral constatado por la OEA que llevó a la renuncia presidencial; palpiten los días previos a un balotaje, o transiten las jornadas subsiguientes a una explosión social que ya causó veinte muertos y produjo daños millonarios que pagará la ciudadanía.
Son cuatro sociedades exasperadas, inmersas en un continuo intercambio mayoritariamente en redes sociales, no exento de tintes agresivos, separadas por brechas que parecen insuperables en contextos que como señala Feigenblatt “exacerban las identidades grupales (religiosas, políticas, de género, étnicas, etc.) y desencadenan lo que en teoría de identidad social se conoce como despersonalización”.
Miedo a pensar. Basta que alguien haga un chiste sobre el candidato presidencial oficialista uruguayo para que sus amigos de Facebook, muchos de toda la vida, lo amonesten, o injurien porque está “haciéndole el juego a la derecha”.
Si una argentina recuerda que el ahora excarcelado expresidente Lula, tras una controvertida decisión judicial mantiene 10 casos abiertos por presunta corrupción, inmediatamente será tachada de “fascista” por “apoyar a Bolsonaro”. Reclamar cordura ante el destrozo vandálico de uno de los metros más moderno de Latinoamérica, equivale a ser acusado de defender el “modelo neoliberal chileno”, aunque este haya sido gestionado por gobiernos socialistas y de centro izquierda durante más de 25 años.
La renuncia de Evo Morales agrega al enfrentamiento callejero y en RRSS —este ampliado exponencialmente a toda la región— una nueva disputa sobre si hubo golpe de Estado, o si las FFAA no deben seguir la “obediencia debida” cuando un presidente que ha incurrido en inconstitucionalidades pretende que los militares y policías repriman a la ciudadanía.
“Se trata de personas que se aferran a un “combo” determinado de opiniones asociadas a una identidad grupal, la cual usan para interpretar las opiniones de los demás —sostiene la periodista tica— así, cuando alguien está de acuerdo o en desacuerdo con ellas en un tema, automáticamente hacen una serie de suposiciones sobre los demás temas aunque un tema no tenga relación con el otro”.
En mi opinión es la renuncia a la exhortación kantiana de atreverse a pensar y el deleznable tránsito al espíritu de barrabrava en toda la vida social. Hay una pérdida de la reflexión personal, por lo tanto, diversa e imprescindible para aportarle a la comunidad en aras del crecimiento personal y societal.
Cuando una opinión sobre un tema puntual contradice el pensamiento de una persona formateado en combo, automáticamente ese individuo hace una serie de suposiciones sobre los demás temas, aunque un tema no tenga relación con el otro, adjudicándoselas prejuiciadamente al eventual discrepante.
Esto no solamente repotencia el crispamiento social, sino que afecta la psiquis individual, malquista a la persona, la endurece en su postura hasta volverlo irracional. Los efectos negativos huelga describirlos, pero afectan su entorno familiar inmediato y mediato; su relación con el vecindario; su clima laboral…un desastre.
De por sí la región vive momentos de convulsión debida a factores que se arrastran secularmente. Pretender resolverlos mediante el vandalismo, la agresión personal contra quienes no son dibujados como “enemigos” por intereses ajenos a las legítimas aspiraciones ciudadanas, no conduce a otro destino que favorecer geopolíticas rapaces cuando no al crimen organizado. Saberlo es, además de no empujar a nuestros jóvenes a la muerte, proteger la sanidad mental y moverse con el necesario equilibrio para no entrar en ese juego, como puntualmente lo hizo en octubre la comunidad indígena ecuatoriana que supo separar la paja del trigo cuando el correísmo quiso copar sus manifestaciones de rechazo a la política acordada entre Lenín Moreno y el FMI.