La mujer me lanzó la pregunta con tono de curiosidad. ¿Qué extrañaba yo de mi pasada vida en la guerrilla? Balanceó de prisa cuál podía ser mi respuesta y aventuró una opción, con un interrogante rápido, ¿las cancharinas? Apenas lo dijo, rio como abochornada. Me dije que esperaba una respuesta de carácter material. ¿Qué decirle?
En una fracción de segundo pasaron por mi mente múltiples escenas. El mes de enero en la selva, cuando las lluvias cedían su lugar a días soleados que alegraban hasta a los pájaros y grillos, que cantaban y chillaban con felicidad contagiosa. La vista de una enorme planada con su río a la distancia, tras coronar un alto filo, descargar el equipo y sentarse a descansar.
El abrazo cariñoso de las guerrilleras al llegar a alguna nueva unidad. Interrumpí mis pensamientos con unas palabras precisas. Lo que más echo de menos en mi nueva vida, es la cotidiana experiencia colectiva de nuestra comunidad guerrillera. Fuimos capaces de construir y vivir un mundo distinto, un tipo de sociedad con valores muy superiores.
En la guerrilla siempre primó el interés general sobre cualquier aspiración personal. Las enemistades no tenían cabida entre sus integrantes, todos eran camaradas, en una confraternidad en la que tampoco era muy bien mirada la amistad como se la conoce afuera. Un amigo es un cómplice dispuesto a apoyarte hasta en las cosas mal hechas.
Por tanto esa categoría no gozaba de entusiasmo entre nosotros. Nuestro sueño de crear una sociedad en la que la solidaridad y el trabajo conjunto fuesen lo más importante, comenzaba por demostrar en el día a día que aquello era posible. El universo paralelo que creamos y sostuvimos durante décadas, es lo que más se extraña en esta sociedad de egoísmos e individuos.
Claro que era posible convivir en armonía, organizar un quehacer en el que cada uno aportaba con su esfuerzo al resultado final, que iba siempre en beneficio de todos. Al llegar a un lugar elegido para acampar o permanecer unos días, cada escuadra recibía una misión que transformaba el entorno hasta hacerlo irreconocible unas horas más tarde.
Todos sacaban sus machetas y limpiaban el área a ocupar. El monte cortado se recogía al final y se amontonaba en algún extremo. Las palas comenzaban a cavar junto a la quebrada para construir la hornilla, al tiempo que se oían caer las palmas cuyos tallos servirían para arreglar el bañadero, con su represa, sus vestidores y hasta escalinatas para bajar al agua.
Otros se dedicaban a explorar el área circundante, a objeto de conocerla al detalle y descubrir cualquier rastro de presencia enemiga, mientras un grupo se dedicaba a cavar las letrinas y los huecos de un metro cuadrado, donde se habría de depositar la basura resultante. En unas horas existían las oficinas para mandos y radistas, un aula para la hora cultural y las caletas de todos.
La seguridad no se podía descuidar un segundo, así que la comandancia de guardia, con sus relevantes y centinelas era la primera preocupación del oficial de servicio. Al servicio se concurría en primer grado de alistamiento. Paralelamente, otro grupo podía haber sido devuelto con el fin de remolcar economía e intendencia hasta el nuevo lugar de campamento.
El casino comenzaba a echar humo
mientras los rancheros designados cargaban el agua en grandes indios,
pelaban yucas y plátanos, secaban el arroz y arreglaban la carne
El casino comenzaba a echar humo mientras los rancheros designados por turnos rigurosos cargaban el agua en grandes indios, pelaban yucas y plátanos, secaban el arroz y arreglaban la carne que cada uno cargaba en bolsas plásticas y entregaba por orden del ecónomo. A las cinco de la tarde se cumplían la relación, la formación para lectura de guardia y la comida.
Mientras esta era servida, las enfermeras atendían los casos de salud que surgían. En la comunidad guerrillera se profesaba el respeto por todas y todos, se castigaba severamente el maltrato de palabra o de obra, se estimulaba el estudio y la superación política, militar y cultural. Se enseñaba y practicaba la modestia, el amor por las gentes del pueblo, la disposición a dar la vida por él.
Eso es lo que más se extraña en esta selva de cemento en la que todos se miran con desconfianza, en la que se imponen los valores de personajes siniestros que respiran odio y venganza todo el tiempo. En la que el ánimo de lucro vale más que la vida. Aquí resulta muy difícil expandir el corazón a los cuatro vientos, abrazarlos a todos y decirles los quiero mucho.
Allá no era así. Lo que anima a continuar aquí es el sueño de construir esa sociedad feliz, no sólo para unos miles, sino para millones de seres humanos, así muchos de ellos piensen que somos nosotros los monstruos. El camino es largo y las dificultades y amenazas fulguran en el horizonte. Siempre supimos superarlas y claro, gracias a lo aprendido, lo haremos de nuevo.