Sabemos, por la neurociencia, que los seres humanos actuamos, no movidos por la razón, sino por nuestro subconsciente, donde anidan las emociones. Es desde ahí, entonces, desde donde puedo comentar el debate de los candidatos presidenciales.
No es por mi condición de feminista, sino de observadora de los personajes de ambos sexos que aspiran a la presidencia, que fueron incluidos en el debate (ya que algunos fueron excluidos), que debo decir que quien más me gustó fue Francia Márquez, por su transparencia y honestidad. Ella se perfiló como la más espontánea y auténtica. Pienso y pido que el próximo presidente le dé la oportunidad de ser incluida en un cargo del Estado que le permita conocer el entramado del gobierno ejecutivo, que es lo que necesita para ser presidenta en el futuro.
Si Francia no es designada vicepresidenta, lo que creo difícil por el juego de alianzas oportunistas que hoy se manejan, pienso que el presidente electo debe nombrarla jefa de la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer.
Creo en la honestidad de Camilo Romero, pero no se lució, y debo confesar, para mi gran sorpresa, que quien más se destacó fue Alejandro Gaviria. Se nota que es un magnífico catedrático. Lamentablemente, está inmerso en “la frialdad dolosa de los académicos” de que hablaba Gaitán, por lo que como presidente no le veo chance ni hoy ni mañana, pero sí creo que puede ser una figura de opinión que eleve el nivel de la política colombiana, hoy en la más triste decadencia.
Seguramente su influencia no servirá para cambiar nuestro maldito statu quo, pero puede elevar el nivel mental de nuestro País Político, hoy sumido en la más grande mediocridad. Porque no nos olvidemos que Alfonso López Michelsen tuvo más influencia en su papel de lo que hoy llamaríamos influencer que como presidente, donde salió a la luz su personalidad bicéfala: era progresista en su subconsciente y profundamente oligarca en su razonar, a diferencia de su padre, que era integralmente reaccionario y que, como tal, optó por la táctica del Gatopardo con el principio de “que todo cambie para que todo siga igual”.
Por eso habló de la Revolución en Marcha para disfrazar su voluntad de abrirse a un capitalismo dominado por el poder financiero que Gaitán combatió con fervor, como puede verse en sus debates en el Congreso de la República y en el Plan Gaitán[1], donde el dirigente socialista (que se tomó el partido liberal para convertirlo en el partido del pueblo[2]) proponía darle una voltereta de 180 grados al nefasto modelo lopista, cuyas consecuencias todavía estamos padeciendo, tal como puede dar fe la gestión de Alberto Carrasquilla Barrera, quien como ministro de Hacienda orientó el crédito hacia la franja más rica de la sociedad.
También puedo señalar la intervención de Juan Manuel Galán, con quien coincidí plenamente cuando dijo que “el problema de Gustavo Petro es que se desfiguró políticamente”. Así es, basta su devoción por la reaccionaria y tartufa “Revolución en Marcha”, cuyo cometido fue legalizar las tierras de los latifundistas, robadas a los colonos, para que luego el Estado las comprara y que esos dineros públicos fueran a parar al fortalecimiento de la banca privada, a fin de robustecer el modelo de predominio del capitalismo financiero. Además, para sacudirse el polvo de la supuesta similitud suya a Gaitán, Petro en su intervención emparejó a Turbay con Gaitán. Es lógico que sus jóvenes seguidores debieron pensar en Julio César Turbay porque a Gabriel Turbay pocos lo conocen hoy en día.
Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán representaban, precisamente, las antípodas en que estaba dividido ese Partido Liberal, donde los banqueros y capitalistas eran los jefes de las masas populares inscritas en el liberalismo, más por “quistes psicológicos” que por ideología. Gabriel Turbay, al igual que Petro, se desfiguró políticamente con el correr de los años porque habiendo sido de izquierda cuando joven, terminó siendo el candidato y vocero de esa derecha liberal reaccionaria y profundamente oligárquica, a la cual se le enfrentó Gaitán en las elecciones de 1946 y 1947, dando por resultado el triunfo del gaitanismo y la toma del Partido Liberal, al que declararon “el partido del pueblo”.
No es la primera vez que coincido con Juan Manuel Galán; también comparto su opinión cuando dijo en el entierro de su padre “Galán no es un Gaitán”, refiriéndose a su papá y al mío. En efecto, ambos dirigentes son figuras muy respetables, pero antagónicos ideológicamente sobre la estructura económica que debía imperar en Colombia. Para Luis Carlos Galán el modelo a seguir era el de su asesor, César Gaviria, que lo puso en práctica bajo su gobierno, abriéndole el paso al neoliberalismo.
Rodolfo Hernández tuvo una pobre presencia. Repitió consignas, pero no pudo mostrarse como hombre de Estado. Tal vez con el tiempo adquiera una estructura que sobrepase el manejo de su empresa de construcción, pero por el momento no está aún a la altura de un jefe de Estado.
Los demás no vale la pena mencionarlos. No se destacaron como posibles presidentes de Colombia. Es posible que haya sido la estructura misma del debate lo que no les permitió “lucirse”. El hecho es que quedé deseosa de más profundidad y no de lugares comunes, hasta el punto que, hoy por hoy, no soy capaz de diferenciar lo que dijo el uno o el otro.
[1] Ver el texto del Plan Gaitán en la página www.jorgeeliécergaitán.com (no olvidar las tildes)
[2] Decía Gaitán al tomarse el Partido Liberal sin renegar de sus ideas socialistas: “Lo que queremos es que la oligarquía liberal se vaya para el partido conservador y el pueblo conservador se venga para el partido liberal. Así estaremos claros y tendremos, entonces, UN PARTIDO DEL PUEBLO”.