En nada nos ha beneficiado mantener bajo el tapete los defectos morales que gobiernan la cotidianidad de los colombianos que se ven. Los antivalores dañinos y negativos que se observan en el comportamiento diario y que jocosamente se admiten y divulgan en los medios de comunicación, estallan cada vez con más frecuencia en la cara de todos los colombianos.
Que grandes grupos formados por desconocidos coincidan instantáneamente en qué actitud negativa y destructiva hay que tomar en cualquier situación, sin que nadie los dirija y los coordine, prueba lo enraizados que están los antivalores en el país.
Saquear, romper, dañar, molestar, arrebatar, aprovechar, irrespetar, incumplir, saltarse el turno siempre, son algunos de los principios inmorales, que son ampliamente compartidos actualmente, que crecen con poco o ningún reproche de la sociedad y de las distintas entidades del estado, no se sabe si por miedo, indiferencia o afinidad.
El hombre nace bueno y la sociedad los corrompe, decía Jean-Jacques Rousseau, mientras que Thomas Hobbes y Maquiavelo sostenían que el hombre es malo y vil por naturaleza. Suponiendo que Rousseau es quien tiene la razón, entonces, cabría preguntarse, en qué momento y por qué razones, el colombiano que nació bueno se transformó en un depredador social, y llegó a ser parte de una chusma, ahora mundialmente famosa.
¿Todo comenzó en la casa, en el vecindario, en el colegio, en la radio, en la televisión? Qué ejemplos le mostraron la conveniencia y legitimidad de sus deplorables comportamientos: ¿el próspero vecino traqueto, el influencer chabacano y millonario, los políticos corruptos, los dirigentes deportivos, el éxito de la mentira o de la verdad acomodada en los medios de comunicación, la gran vida de las narconovelas? ¿Podrían ser todas las anteriores? Los sociólogos nos deben una explicación.
Siguiendo la idea de que no nace, sino que se hace, otros factores que pueden ayudar a explicar cómo se alimenta y crece la personalidad del depredador social son, por ejemplo: una infancia desastrosa o mimada, los malos comportamientos observados que no se cuestionan, las borracho-reuniones de tres días con pelea a cuchillo que son el paradigma de la felicidad, el descubrimiento de que en los grandes medios de comunicación que forman opinión, la mentira no existe, solo hay verdades alternativas.
Está claro en estos tiempos que, la misma noticia se puede tratar de tres maneras: ataque, defensa o silencio, según los intereses del dueño del medio. También la fusión envenenada inventada en Colombia, en la que, en el mismo minuto, una noticia comienza con una masacre y termina entre risas con un reinado, es una práctica perversa generadora en gran medida de la indolencia que caracteriza a los depredadores sociales.
Al final, nada es grave, todo es chiste. Todo esto ayuda pasivamente a trastocar la mente despoblada de muchos y al mismo tiempo da pie para justificar a título personal toda forma deshonesta e inmoral de actuar en la vida.
Somos lo que vemos. La invasión del estadio de Miami en la final de la copa América, no es más que una pequeña replica de la invasión por una turba descontrolada, que vimos en directo no hace mucho al edificio del Congreso de los Estados Unidos.
También los colombo-estadounidenses están viendo actualmente que ser condenado legalmente puede ser una catapulta al éxito, que las condenas no quitan, sino que dan votos y que pasar por los juzgados aumenta admiradores y donantes. T
También tenemos fresco en nuestra memoria que, sin ningún respeto por los ciudadanos y el país, los grandes medios de comunicación de Colombia de capital criollo o extranjero, en 2022 promovieron la llegada la presidencia de un atarbán charlatán, que tenía abierto un proceso por corrupción, con pruebas inequívocas ya conocidas en ese momento. Querían que votáramos por él sin importar que fuera un hampón, lo importante es que era su hampón.
Mantener bajo el tapete los defectos morales que gobiernan la cotidianidad de los colombianos y sacarle partido a esa patología social, cuando se ocurra, por ejemplo, en elecciones o cuando se necesite llevar pancartas a los estadios, beneficiará a unos cuentos, pero perjudica enormemente a los colombianos trabajadores, honestos y respetuosos que sufren las consecuencias de lo que siembran estos activos y omnipresentes depredadores sociales. Algo se debería hacer, a estas alturas ya todo parece olvidado, pero la mancha sigue viva y extendiéndose, y los protagonistas, sin duda, a esta hora, están “muertos” de la risa, presumiendo de sus grandes hazañas. De arrepentimiento o vergüenza, nada. ¿Pero de qué?