Por vocación, por misión y por obligación nuestra razón de ser, como docentes, son nuestros estudiantes. Sin ellos la educación carecería de sentido. Es a nosotros, y no al gobierno, a quienes primeramente deben preocuparnos sus estudios. Pero más allá de lo cognitivo, debe concitar nuestra atención como lo fundamental en este momento cómo se sienten y cómo al interior de sus hogares está viviéndose esta tragedia que nos afecta a todos: COVID-19.
En esto último se materializa el carácter humano y humanista de nuestra profesión. La educación por la educación misma es un sinsentido deshumanizante. La educación adquiere sentido solo en tanto acto de amor y de humanidad prácticos y no teóricos. Es inconcebible entonces volvernos en este momento una pesada carga más que agrave las difíciles circunstancias de nuestros estudiantes.
Solo los docentes pueden y deben (entre otras razones por supervivencia como sector) concebir de tal manera el acto de educar. Para los gobernantes, por el contrario, la educación ni siquiera como inversión es visionada. Para ellos es un gasto y la pandemia es vislumbrada como una oportunidad perfecta que para maestros y estudiantes se constituye en amenaza. ¿Pero oportunidad para qué? Oportunidad de ahorro para liberar recursos que puedan ser manejados y apropiados desde los acostumbrados usos no santos de los recursos públicos en la que es experta nuestra clase politiquera.
¿Amenaza por qué? No hay que perder de vista, que la clase gobernante ha demostrado hasta la saciedad actuar con alto grado de perversidad y maldad. Por tanto, siempre hay que esperar el peor de los escenarios posibles de sus acciones y decisiones. Piensa mal y acertarás solían decir las abuelas. Por ello maestros y maestras no pueden dejar anticipadamente de visionar los posibles golpes que pretenden asestarse contra la educación pública luego de que la pandemia develara las falencias de nuestro sistema educativo, sus inequidades y una exclusión que hay que ocultar o transferir como responsabilidad hacia quienes realmente no son culpables.
Desde el gobierno se sabe que no hay condiciones para el retorno a las aulas, mientras no haya vacuna o tratamiento efectivo. No obstante, lo van a proponer para pretender hacernos ver ante la sociedad como los responsables y obstaculizadores de la concreción de un derecho.
Por esa vía intentarán, con intenciones de desestimular a los docentes, hasta hacerlos pensar en mejor irse del servicio, duplicar las cargas de trabajo planteando (como una posibilidad) la atención virtual para los estudiantes que gozan del privilegio del internet y la presencial para los que no disponen de herramientas y conectividad por culpa del mismo estado y sus políticas.
Dentro de sus cálculos, saben también que el miedo a contagiarse motivará a que otros docentes, en el mejor de los casos, renuncien masivamente o se acojan a planes de retiro y pensión anticipada. Proyectan también que otros mueran y que muchos no accedan a ningún tipo de beneficio. Estos últimos, son los que más alivianarán para el estado las cargas salariales y prestacionales, pues serán encausados disciplinariamente y destituidos por un abandono de cargo inducido y calculado desde el miedo a morir.
Logrado esto y "legitimado" el gobierno para intentar "responderle a la sociedad" garantizando la continuidad en la prestación del servicio público y del derecho a la educación de niños, niñas y adolescentes, harán el tránsito legal hacia la virtualización de la educación para implantar modelos "eficientes" en los que cada nuevo docente, contratado por órdenes de prestación de servicios para laborar por horas, atienda a grupos más numerosos de estudiantes (en detrimento de la calidad) y trabajando desde su casa, se convierta en una nueva y pauperizada fuerza de trabajo que, por salarios míseros, deberá además aportar y cubrir gastos de servicios públicos esenciales para la prestación del servicio tales como luz y conexión a internet aparte de aportar su espacio físico y sus equipos.
En la materialización de este apocalíptico panorama sin que nadie se oponga o defienda a los maestros, juega un papel fundamental el aislamiento social del gremio. ¿Cuál de los estudiantes o padres que hoy se sienten maltratados y agobiados por la sobrecarga de responsabilidades va a tener un mínimo nivel de empatía hacia un gremio que en lugar de considerar sus circunstancias las agravó desde su indolencia y desde una visión estrecha de educación que privilegia el desarrollo de contenidos y formas de calificación deshumanizadas y deshumanizantes?
Mucho menos, habrá apoyo de nuestros aliados inmediatos y naturales, si el gobierno con una ínfima parte de lo que se ahorre salarial y prestacionalmente y de lo que obtenga por la venta de inmuebles y lotes puede (ahí sí) costear la entrega de equipos y conectividad a las familias.
Estamos a tiempo. Es hora de mover inteligentemente nuestras fichas. No podemos por afanes y pretensiones academicistas inconducentes y absurdas deshumanizar el acto educativo y perder frente a lo que se viene el respaldo de la comunidad educativa. Es hora de preguntarnos y tener claro: ¿qué es la educación? y ¿para qué enseño? Si es para dar contenidos y luego retirarlos estamos aun tristemente en un modelo de educación tradicional y/o bancaria a pesar de que en los PEI persista la mentira de un modelo constructivista inexistente.