Lo que pesa la vida

Lo que pesa la vida

La violencia empieza por esa casa que el Estado desconoce, y que pone a sus habitantes y a su infancia en condición de vulnerabilidad ante la guerra

Por: Laura Andrea Rendón Pareja
junio 20, 2024
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Lo que pesa la vida

En Colombia, un niño en condiciones ideales nace con un peso oscilante entre los 2,5 o 3,5 kilogramos. Ahora, imaginemos que ese niño es criado en las marginalidades del país, en un lugar donde la vida transcurre entre las dificultades que históricamente han caracterizado a ciertas zonas del territorio colombiano, que ese amasijo de carne y hueso que sólo con paciencia aprende a caminar, a pensar y a vivir el lenguaje, se ha construido un criterio temprano que le permite tener una respuesta, o muchas, ante la pregunta de “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”, y que esas respuestas están alejadas, a distancias de años luz, de la violencia. Ahora, dejemos de imaginar y asomémonos por la ventana del confort para asombrarnos, con horror, al ver la realidad.

Hoy, en el 2024, las guerrillas y las disidencias de un conflicto que no puede proclamarse extinto siguen tomándose a la niñez. En efecto, un niño en condiciones ideales nace con un peso oscilante entre los 2,5 o 3,5 kilogramos, pero cuando pesa 40, ya puede cargar esos mismos 3 o 4 kilos repartidos en el cuerpo de un fusil. Unos padres deben construir, de esos 3 kilogramos iniciales, una persona con propósitos, saberes, deseos, ideales e incluso con miedos, sin embargo, esos miedos aprendidos no quisieran estar fundados en la falta de una calidad de vida para sí y para su familia, o en ser presa fácil de un uniforme, de un hombre, cuya identidad se oculta entre la de su grupo ideológico, que se acerca a veces con promesas, otras veces sin preguntar, a la salida de la escuela, de camino a casa o de regreso de un partido de fútbol.

Reiterativamente, en Colombia, un niño en condiciones ideales nace con un peso oscilante entre los 2,5 o 3,5 kilogramos, pero cuando se convierte en un número más en las cifras de reclutamiento forzado y ese entorno le obliga a matar o morir, el peso de su consciencia suma, al igual que es mayor el peso, sobre otros, cuando se pierde la propia vida, y ese mismo peso, añadido al de todos los muertos que deja la guerra, equivale a las toneladas de dolor que reposan dentro del corazón de la tierra de este país de parajes hermosos y de historias cruentas. Cuántos kilos de tristeza albergan los territorios más vulnerables del país que siguen vivenciando ausencias, qué cantidad de masa compone el peso que le falta a una madre entre los brazos, o a un padre sobre sus rodillas. Cómo se explica, a ciencia exacta, que lo que más pesa es lo que ya no se tiene.

Nacer en Colombia, en una de las zonas más desprotegidas por el Estado, donde los brazos de la ley y la seguridad no alcanzan, es correr con el riesgo de no poder ser niño, de no poder descubrir si la clase favorita iba a ser la de matemáticas o la de español, o de no recibir todos los abrazos que el hogar estaba dispuesto a brindar.

La guerra es una cosa que emerge de una mente adulta inconexa con su inocencia, distante de la infancia en la que fuese una hoja en blanco, antes de que los odios penetraran el corazón y fuesen destruidos todos los puentes de regreso.

En medio de las vanidades que permean ese mundo de gigantes irracionales, son los niños instrumentos, mano de obra barata, barro que se moldea para afiliar su lealtad a una razón, en cualquier caso, indefendible; aun así, no es allí donde inicia la violencia, sino que esta nace cuando una familia despierta y no hay un plato sobre su mesa, cuando un padre debe sacrificar su físico a los niveles más impensables por conseguir un mínimo de sustento, cuando la escuela más cercana está a dos horas de camino, y cuando una mamá vive en la constante búsqueda de retazos para rescatar de su suerte a esa prenda que hace parte crucial del guardarropa, que sirve para salir al pueblo, que abriga del frío.

La violencia empieza por esa casa que el Estado no conoce, y que pone a sus habitantes y a su infancia en condición de vulnerabilidad ante cualquier tentáculo que se extiende de la guerra que ha azotado al país, y que ha tomado una fuerza implacable, sobre todo en ciertos territorios, generando así desarraigo y aprovechándose de cualquier fragilidad social para dominar, desde edades tempranas, a las poblaciones más desprotegidas, pasando por alto el hecho de que la guerra no es un juego de niños.

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