Los grandes medios de comunicación colombianos han puesto el grito en el cielo por los que consideran peligrosos ataques contra la libertad de prensa por parte del gobierno nacional. Voceros suyos se refieren en términos muy agresivos contra el presidente de la república, al que no dudan en calificar como dictador. Todo porque Petro se ha atrevido a desmentirlos de manera pública y a señalarlos como defensores de poderosos intereses económicos.
El desbalance de ese debate es demasiado evidente. El gobierno nacional realiza diarias alocuciones en uno y otro lugar de la geografía nacional, e incluso del exterior, que por lo regular se limitan a sus destinarios directos, las comunidades que lo rodean o los asistentes al acto de que trate. Algunas, escasas, se transmiten por la televisión oficial, sin duda altamente rezagada en su labor comunicativa. El conjunto del país no tiene cómo escucharlo.
Lo cotidiano es que los colombianos conozcamos las realizaciones del gobierno nacional por vía de los grandes medios. Y a decir verdad, estos carecen por completo de honestidad, presentan las palabras oficiales de la manera que ellos quieren hacerlas aparecer, titulando maliciosamente, tergiversando, poniendo el acento en lo que les interesa desprestigiar y atacar. De informadores imparciales no tienen nada, se muestran partidarios de la más radical oposición.
Cuando uno se toma el trabajo de buscar por internet las intervenciones públicas del presidente, y las escucha con atención, descubre de manera inmediata cómo han sido manipuladas para presentarlas a sus audiencias de manera insidiosa. Se da cuenta que lo que están informando las emisoras radiales, los noticieros de televisión y los grandes medios escritos no se corresponde con lo dicho realmente. Que su propósito es generar un rechazo generalizado.
Y lo están haciendo las 24 horas del día, todos los días de la semana. En sus avances informativos, en sus noticieros, en sus columnas de opinión, en sus comentarios y debates al aire. Todos en coro, sin piedad alguna y sin el menor respeto por la verdad. Hasta el punto de generar una percepción generalizada que no se corresponde con la realidad. Un ejemplo descarado fue lo ocurrido con la marcha de apoyo invocada por Petro la semana pasada.
En Bogotá, hacia el mediodía, desde la plaza de Bolívar hasta la calle 19, bajando por esta a la carrera 10, el río humano que se congregó en respaldo a las reformas resultó verdaderamente aplastante. Pero mientras esto ocurría los medios afirmaban que un número aproximado a las 7000 personas habían respondido a la convocatoria, quizás el doble si se sumaba a todos los marchantes en el país. Y que un buen porcentaje de estos había sido obligado.
O incluso comprado para participar. Hasta el propio Petro en su intervención pública manifestó su sorpresa por la multitudinaria congregación popular. Es que los grandes medios se habían anticipado a anunciar el fracaso total de la iniciativa, generando un calculado escepticismo en los simpatizantes del gobierno. En eso consiste su tarea, en idear un escenario imaginario que, gracias a su poder tecnológico y de comunicación, logre reemplazar la realidad material.
Hasta el propio Petro en su intervención pública manifestó su sorpresa por la multitudinaria congregación popular. Los grandes medios se habían anticipado a anunciar el fracaso de la iniciativa
Son ellos precisamente los que al obrar de esa manera ponen de presente más que nunca, la existencia de esa lucha de clases que tanto dicen odiar y despreciar como creación de comunistas y terroristas. Los grandes medios no actúan de esa manera porque les provoque hacerlo o por mezquindad, lo hacen porque representan los intereses de los elitistas grupos económicos y políticos que tradicionalmente dispusieron del país a su antojo.
Nunca en la vida política nacional había podido llegar a la presidencia de la república alguien que se opusiera de manera frontal a la voluntad de ese poder institucionalizado y hereditario. Conseguirlo costó miles y miles de vidas de compatriotas perseguidos, asesinados, aterrorizados y desplazados, en tiempos en los que la violencia criminal originada en el Estado al servicio de esos grupos de poder podía actuar de manera libre e impune. Hoy las cosas no son así.
Las luchas del pueblo colombiano terminaron por abrir paso al Acuerdo de Paz de La Habana, que aún con sus limitados desarrollos consiguió desarticular el orden político tradicional en nuestro país, posibilitando el torrente de la movilización popular en las calles y las urnas que permitió por fin la llegada de un gobierno alternativo. Por eso la ira de todo el establecimiento, su desespero ante las reformas planteadas. El Estado de negocios a su servicio tambalea.
Y quieren recuperarlo al costo que sea. Abusando de la mentira y la maniobra sucia. Poniendo a jugar todo su poder mediático, en armonía con los aparatos de control que aún manejan, fiscalía, procuraduría, defensoría y a sus fichas en el parlamento. El 7 de junio se percataron de su falta de cálculo, por eso que ahora se ensañan con otra de sus creaciones.