Lo que nos deja Simone Biles, aparte de medallas...

Lo que nos deja Simone Biles, aparte de medallas...

Pocos recuerdan que mucho se especuló sobre la tragedia de la diosa gimnasta Simone Biles y su reivindicación de la salud mental

Por: Eduardo Vargas
agosto 26, 2024
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Lo que nos deja Simone Biles, aparte de medallas...

Según Workforce (Korn Ferry, 2024), 71% de los líderes empresariales padece Síndrome del Impostor; pese a haber demostrado alto desempeño, esos ejecutivos denuncian que sus capacidades están debilitadas y las exigencias exceden a sus capacidades posibilidades.

Durante las olimpiadas de la traumática pandemia, mucho se especuló sobre la tragedia de la diosa gimnasta y su reivindicación de la salud mental. Tras contemplar la restauración de sus poderes, desafiemos la normalización del trastornado entorno laboral, la desalmada gestión humana o la desvirtuada resiliencia, con la que justifican abusos sistemáticos.

Intentando abandonar el desempleo, escapar de un trabajo tóxico o procurar alguna promoción, 99% de los profesionales fracasa 99% de las veces; terrenales, paulatinamente degradados, ocasionalmente se extingue su «mojo». Ese desenlace es similar al que experimentan tantos artistas y deportistas que, tras destacarse o alcanzar el éxito, anticipan el final de sus carreras porque colapsan -se les van las luces, no superan el ruido de una racha negativa, o terminan paralizados tras perder confianza/control en su talento o motivación-.

Una proporción significativa se autoexcluye de cualquier concurso; frustrada, otra fracción relevante se afilia a la renuncia silenciosa, y el representativo segmento residual termina incapacitado, mediante el desgaste (burnout), que contagia a quienes están expuestos a una extralimitada presión o sobrecarga, y la ergofobia, o ansiedad ante el fracaso potencial (overthinking).

Tautológicas, las contracciones de personal son inminentes porque apalancan ganancias expeditas, aunque esa estrategia sea censurable e insostenible. Absurdo, así automatizamos el empuje, para arrojarnos sobre la cuerda floja, y recorrerla sin red de seguridad, porque la salvaje competencia convirtió en antagonistas al jefe/equipo.

Cobardes, muchas empresas terminan sus procesos de selección sin dar la cara (ghosting); acaso envían una notificación superficial y genérica, que niega a los candidatos la retroalimentación necesaria para entender por qué los eliminaron. Como contraprestación, parece justo que le entreguen a ese grupo de interés el informe automático de la evaluación de competencias, resaltando los aspectos estratégicos en los que ese instrumento sugiera corregir, enfocar o equilibrar su empleabilidad.

En los despidos también se ausenta la rendición de cuentas, y es usual que haya desvinculaciones inmerecidas. Sin una debida diligencia de conclusión, los marginados son sometidos a la rumiación, el estigma ante eventuales empleadores o la vergüenza frente a sus dependientes, porque el trabajo sirve de refugio o permite cubrir ciertos vacíos.

Mientras presuntos expertos emiten ignorantes, despiadados o «viles» juicios, los afectados deben reprimir su tribulación y fingir compostura; su duelo inicia con la creencia de haber defraudado expectativas, desperdiciado oportunidades o malogrado esfuerzos, y culmina con el desvanecimiento de aquello que los inspiraba o les recordaba la equivalencia entre «valorar» y «co-laborar»: palabras cuya permutación resuena.

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