Con la idea ya repetida y hasta cierto punto fracasada de que Colombia puede innovar instituciones que podrán ser un ejemplo para el mundo, nos lanzamos a inventar una supuesta nueva forma de hacer la Paz.
Por el momento lo que se logró es el desarme de unos insurrectos por una vía mucho más complicada que la que otros países en otros conflictos habían seguido. Nuestro ‘complejo de Adán’ que nos hace creer que con nosotros se inicia una nueva forma de manejar los problemas nos llevó a montar un esquema demasiado ambicioso y demasiado enredado para la búsqueda de una convivencia pacífica.
El resultado -también por el momento- es que pueden ser más los nuevos conflictos que nos ha traído que las soluciones o respuestas que buscábamos a los temas que se enfrentaban: la paz y la seguridad no han llegado, pero sí nos han creado nuevas divisiones y profundizado la polarización que ya existía.
El nombre de Patricia Linares no le dice mucho a la mayoría de la gente, y sin embargo no es poco lo que a ella se debe.
El listado de los avances en los procesos de la JEP es relativamente desconocido y solo ahora con la entrega del cargo se divulga la dimensión de la tarea realizada y las expectativas inmediatas de resultados.
El superar las dificultades de montar una nueva jurisdicción con las ‘curiosidades’ que esta tiene es ya un gran mérito. La vinculación con organismos extranjeros para elegir la magistratura; el elevar a rango Constitucional todo un esquema de nivel apenas judicial; el articular con el resto de la institucionalidad lo que es un mecanismo transitorio; en fin, el conjunto de ‘innovaciones’ predecían toda clase de obstáculos y dificultades difíciles de superar.
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Los uribistas -con su líder a la cabeza-, quienes no resignándose a no poder desaparecer lo que ya es parte de la institucionalidad, buscan ponerle palos en la rueda para que no opere
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A esto se adiciona la oposición cerrada y radical del poder en ejercicio -por ejemplo, las objeciones del presidente para intentar desconocer lo pactado- y la de las fuerzas enfrentadas, inconformes por no lograr lo que aspiraban: es el caso de las disidencias, de los otros grupos guerrilleros, pero sobre todo, desde el establecimiento, del deseo de saboteo por parte de los uribistas -con su líder a la cabeza-, quienes no resignándose a no poder desaparecer lo que ya es parte de la institucionalidad, buscan ponerle palos en la rueda para que no opere.
Y justamente el éxito de lo que deja Patricia Linares no son tanto los casos en trámite sino una jurisdicción instalada y funcionando. La superación de todas esas dificultades es más que de aplaudir, de agradecer.
Pero nos deja algo aún más importante: el ejemplo de lo que debe ser un buen funcionario, y, aún más importante, un buen magistrado.
Si logró cumplir tan a cabalidad su misión es justamente porque no cayó en la tentación del protagonismo y la figuración, ni en el vicio de la polémica y el debate. Su posición y su carácter de eficiente y discreta la mantuvieron alejada de las cámaras y los medios de comunicación para concentrarse en lo que era su responsabilidad.