Asistimos a un escenario sombrío en esta tercera ola del COVID. Es diferente de las dos anteriores porque ha llegado inadvertida. Hemos tenido más muertos ahora que hace un año, aún con vacunas y con la experiencia previa. Después de semejantes antecedentes no hubo forma de frenar la letalidad de esta pandemia, ya comparada como la tercera guerra mundial. El escenario es apocalíptico: toques de queda, cuarentenas, el ejército en las calles, etcétera. Nos quitaron poco a poco el espacio público. Les arrebataron a los ciudadanos su ciudad y los confinaron a la suerte en sus hogares.
Cualquiera creería que un año es tiempo de sobra para anticiparse. Sin embargo, en Colombia, lastimosamente la astucia les jugó una mala pasada. Hicieron caso omiso de negociar con china y Rusia los lotes de vacunas que hoy a mayor precio y a menor cantidad ya se convencieron de comprar. Eso sin contar con que el plan de vacunación está retrasado en más de la mitad del tiempo, y mientras tanto el Invima y el Ministerio de salud están pensando cómo hacer un negocio redondo con las vacunas, para después soltarla a los privados.
Mientras tanto cursa la segunda reforma tributaria en el Congreso. Hábilmente ocultaron hasta lo último el texto final y lo fueron diciendo por pedacitos, para ver la reacción del pueblo y saber cómo manipularlo. El borrador de la ponencia destila todo el veneno del oportunismo. Ya el daño está hecho desde la concepción, ahora lo que van a buscar es suavizar el mensaje para aprobar lo que más puedan y excluir lo que les toque.
En la urgente y manifiesta necesidad por hacer ciencia e investigación en Colombia. El recién creado Ministerio de Ciencia y Tecnología, ofreció más de 500 becas a las mejores mentes del país para que cursaran su doctorado. La triste realidad dos años después es que a más de la mitad ni siquiera los han matriculado, quedaron en un limbo entre dejar su trabajo y tener un título. Como era de esperarse, después de nueve tutelas, el ministerio con una demoledora respuesta afirma que no les debe nada hasta que adjudiquen los recursos, es el trato que reciben los doctores.
Para acabar de completar el panorama, en Cali, se cometió un hecho que muestra la desidia de nuestros gobernantes, la policía entra al campus de Univalle en Meléndez, violando abiertamente la autonomía universitaria, nadie puede hacer nada, como en los tiempos en que Lleras reclamaba la Nacional en Bogotá. Es la muestra de que nadie está por encima del establecimiento, el miedo acalla las voces que se levantan, se exilian los testigos o aparecen muertos, una sombra que acecha desde la corte hasta los recónditos municipios de Antioquia y el bajo Cauca, donde se siguen reclutando niños para alimentar la guerra.
Nuestra sociedad pacientemente aguanta. Es un secreto a voces que algo debe pasar. La última esperanza que tengo es que la generación de nuestros padres y abuelos está pasando, y con ella los males de su época. Quedamos nosotros al frente, con la verdad de 20 años atrás. De nosotros depende el 28, de nosotros depende en las urnas y de nosotros depende Colombia.