Enfrentémoslo, muy pocos conocían el tema de la Van der Hammen hasta que Peñalosa la calificó desafortunadamente como un potrero con vacas. Desde entonces la reserva está en el foco del debate porque representa un modelo de ciudad para el futuro y se ha convertido en un caballito de batalla para un sector político, un dolor de cabeza para la administración, un caso de estudio para la academia, una pregunta obligada para los candidatos a la alcaldía y en un relevante factor de decisión para el electorado bogotano. Sin embargo, vale la pena preguntarnos, ¿qué tanto sabemos de la Reserva Forestal Thomas Van der Hammen?
El tema, a pesar de haber ganado relevancia en esta administración, no es nada nuevo, casi es un déjà vu, porque hace 20 años cuando Peñalosa propuso expandir el norte y el noroccidente de la ciudad, los ambientalistas y la Corporación Autónoma Regional (CAR) se opusieron. Entonces, el Ministerio de Ambiente se vio en la obligación de dirimir esta disputa, para ello convocó a 12 sabios que recomendaran qué hacer. Debido a las calidades del suelo de la zona y a la presencia de relictos (remanentes) de ecosistemas únicos, como el bosque Las Mercedes (un relicto de bosque inundable de sabana), los sabios propusieron gestionar la creación de un gran bosque de un kilómetro de ancho que limitara el crecimiento de la ciudad al norte, promoviera la recuperación y expansión de esos relictos únicos y generara una real conexión ecosistémica entre los cerros orientales, el valle aluvial, los humedales y el río Bogotá. Demasiado bueno para ser real en esta tierra.
Ha habido confusión al creer que la reserva Van der Hammen es un bosque existente, pero en realidad es un espacio delimitado y reservado (el nombre reserva forestal se presta a confusiones) para que el distrito siembre árboles hasta consolidar ese gran bosque urbano. El área de la reserva es de 1395 hectáreas (Ha). Para tener una idea aproximada de su dimensión, se puede decir que es más grande que toda el área urbana de Chapinero (desde la 39 a la 100, desde la Caracas hasta los cerros orientales), que comprende 1349 Ha. Pero ¿qué pasa en realidad en el área de la Van der Hammen? De todo, menos un gran santuario de la flora de la sabana. Según los usos identificados (El Tiempo) en el área que delimita a la reserva, más de la mitad, 809 Ha, actualmente son predios privados dedicados a actividades agropecuarias, es decir, a cultivos y al pastoreo de vacas (sí, vacas). 159 Ha se dedican al cultivo de flores en invernaderos y 52 Ha son rellenos de escombros. Ya en solo esos 3 usos hay un cóctel de insostenibilidad alarmante y suman casi 1.000 hectáreas (el 74%). Además hay parqueaderos, viviendas, cementerios, colegios y hasta 11 Ha para actividades aeronáuticas. ¿Lo rescatable? Según la clasificación de usos, al interior de la reserva hay 11 Ha, de bosque, 14 Ha de vegetación de ronda y 9 Ha de humedal, y pare de contar.
Hace 20 años el ministerio de ambiente le ordenó a la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) reglamentar el plan de manejo ambiental de la reserva, es decir, que esa corporación debía decidir qué usos le iba dar a toda el área definida, teniendo en cuenta temas como la propiedad, las actividades económicas, el potencial ambiental y la capacidad de gestión. En teoría, uno creería que toda el área sería destinada a ese gran bosque altoandino que era la idea inicial, pero la CAR metió un pequeño mico y la reserva forestal pasó a ser Reserva Forestal Regional Productora ($$$$) del norte de Bogotá. Es decir, de las 1395 Ha, la mitad del área de la reserva la dejaron para la continuidad de los usos ya existentes de vivienda ($$$$), instituciones ($$$$), desarrollo de actividades agrícolas ($$$$), entre otros ($$$$). Y la otra mitad, para conservación (81.46 Ha) y restauración ecológica (552 Ha), o sea la construcción del bosque soñado.
Como se ve, prontamente a ese anhelo de consolidar el bosque se interpuso nuestra realidad política y administrativa. El proyecto, 20 años después no ha despegado en propiedad por muchas razones, principalmente porque el suelo en el que se planea la reserva es privado y el distrito no va a gastar plata comprando lotes para sembrar árboles si tiene que comprar lotes para construir vías. Para lograr consolidar ese gran bosque de conexión tendrían que hacerse trabajos de restauración ecológica en 552 Ha, es decir, sembrar árboles en todo ese territorio para recuperar el ecosistema. Entonces, el distrito, primero, debe comprar por bajito 5.5 millones de metros cuadrados de suelo (3 veces La Candelaria) a los actuales dueños de la tierra y luego, a través del desprestigiado Jardín Botánico y de otras entidades deberá hacer siembras hasta consolidar un cultivo de árboles nativos de un área equivalente a 5 veces el Parque Simón Bolívar.
El área y el tiempo es importante tenerlos en cuenta, porque hablando en términos técnicos, digamos que para cubrir modestamente los 5 millones de metros cuadrados del área de restauración, se requiera sembrar 500.000 árboles, entonces, según el promedio actual de siembra de 15 mil árboles por año que realiza el distrito en procesos de restauración ecológica (Cifra “oficial” en toda Bogotá), para lograr la austera meta del medio millón de árboles, con la capacidad instalada actual y siendo muy muy optimistas, tomaría 33 años copar toda el área de la reserva (sin hacer restauración en ningún otro lugar). Ahí habría que esperar otros 20 años a que el último árbol sembrado llegue a la adultez para que realmente podamos hablar de una reserva forestal consolidada (la realidad es aún más compleja porque desde el 2011 en la reserva se han sembrado 9.000 árboles y a ese ritmo, para llegar a 500.000, tardaríamos 444 años). Esas son las complejidades de este proyecto, es una utopía en las manos del mismo distrito cambiante, burocrático, en sectores corrupto, voluble, discontinuo y profundamente dividido que lleva 70 años planeando la primera línea de metro para la ciudad y 20 años la Avenida Longitudinal de Occidente.
Afortunadamente, acá podemos decir lo que los políticos en campaña no se atreven. La reserva, tal como la formularon Van der Hammen y los otros 11 sabios designados por el Ministerio de Ambiente hace 20 años, actualmente es inviable, porque la política, la burocracia, el capital y ahora la polarización la sacrificaron antes de nacer. Como ya se señaló, para empezar, redujeron el área de bosque a la mitad y en el muy muy improbable escenario de que se consolide el área de restauración (los duros 40 años descritos), la conectividad hidrológica y ecosistémica entre los cerros orientales y el área de los humedales está un poco comprometida, porque por ejemplo en la cartografía, las áreas de conservación y restauración se ven desagregadas en una colcha de retazos, pensada desde una perspectiva antropológica para forzar la conectividad de la fauna y el agua. Así como está (en los planos) no se evidencia ese enlace entre ecosistemas que era el fundamento del proyecto.
Además, a la reserva se le atraviesan hoy la séptima y la autopista norte, Multiparque, El Tambor y Bima, entre muchos otros equipamientos, sin contar con los que vendrán producto de las transformaciones y presiones del sector inmobiliario en ese sector (Lagos de Torca ($$$$)). Por eso, ante la dificultad de restaurar ese espacio y la falta de una conexión real en superficie de los ecosistemas, ya no se habla de una reserva forestal sino de una reserva de acuíferos. Entonces, hay que preguntarse si técnicamente vale la pena concentrar toda esa inversión y esfuerzo casi quimérico en siembra de árboles únicamente en el extremo extremo norte, especialmente cuando en la totalidad de los barrios de la ciudad tenemos un déficit inmenso de arbolado y la mayoría de calles de la ciudad son deprimentemente grises y áridas. Cuando en la ciudad construida, en la que vivimos, andamos y desandamos, tenemos un árbol por cada 7 habitantes, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud recomienda tener mínimo 1 por cada 3, y a pesar de que (Según El Tiempo) en ciudades como Santiago, por cada habitante hay 10 árboles y en Curitiba la envidiable cifra de 52.
La alternativa de la actual alcaldía tampoco es muy alentadora porque consiste en urbanizar lo que más se pueda. Hacer un Mazurén (o un Pontevedra, o una Felicidad, o un Castilla, o una Alsacia, o una Colina, usted escoja), desde la 183 hasta prácticamente los linderos de Chía. En la ‘contrapropuesta’ que presentaron a la CAR, ellos dicen que conservarían el 79% del bosque proyectado (¿por qué no el 100%?) y que adicionalmente los espacios ambientales y la conectividad (pensada de) se incrementarían al sumarle el área de los parques y cesiones, y otros 'corredores' verdes contenidos en ese descomunal proyecto inmobiliario (igual, hay que comprar, sembrar y esperar 40 años). Bogotá no puede expandirse ni hacia el oriente ni hacia el occidente, y para la administración lo más fácil ($$$$) es ocupar el área que no se ha llenado del norte. La ventaja de esta propuesta es que garantizaría que el imparable crecimiento de la ciudad sea más o menos ordenado (el crecimiento hacia el norte es inevitable ($$$$) y se urbanizará con o sin reserva, querámoslo o no, en 20 o en 100 años) y se reduciría ese modelo de ocupación disperso, caótico, a veces informal e insostenible que caracteriza a la sabana de Bogotá. Pero, con esa cantidad de viviendas adicionales, pues los actuales problemas de movilidad se multiplicarían, y bueno, los pocos o muchos servicios ecosistémicos actuales (nunca lo sabremos) sufrirían las consecuencias de esa transformación. Indudablemente, los dueños de la tierra y los constructores están a la espera de que la CAR apruebe la modificación presentada a la reserva (y algunos cambiecillos del uso del suelo) y así poder lucrarse aún más mediante el incremento exponencial del precio del suelo y la construcción de ese suburbio sin fin.
El tema de la reserva Van der Hammen es muy complejo y la información con respecto a ella, tanto por parte de la Alcaldía, como de la oposición, ha estado plagada de imprecisiones y omisiones. La reserva actualmente solo es un concepto de grandes réditos políticos y tal vez sea un factor de elección de alcaldes, concejales y representantes por muchos años. Sin embargo, a la luz de la realidad, es un tema que ha ganado relevancia innecesaria, porque ya vamos veinte años y no ha avanzado positivamente en ningún sentido y lo único que ha pasado realmente es que en el espacio de la reserva se han afianzado graves factores de insostenibilidad, (vivienda dispersa, vivienda informal, vertimientos, monocultivos) al igual que en el resto de la sabana, y ante esas amenazas, particularmente el modelo conservacionista de la reserva, no ofrece una solución integral para esas problemáticas y otras de toda la región.
Hay que entender que el crecimiento urbano en el norte de la ciudad es inevitable ($$$$) y lo que se debe hacer es planificarlo (a diferencia de toda Bogotá) con una verdadera visión de sostenibilidad, de manera participativa, consciente de los recursos ecosistémicos, (algo casi imposible con tantos intereses políticos y económicos de por medio). También hay que tener claro que la reserva, la expansión urbana o una propuesta intermedia tardarán mínimo medio siglo en desarrollarse. Pero mientras tanto, si no generamos una propuesta, real, financiable y factible, de convergencia, que armonice esas dos realidades, a la luz de lo descrito en este artículo, lo más probable es que los bogotanos en los próximos años seremos invitados de piedra a ver cómo el gobierno distrital, con sus muy limitadas capacidades, se desgasta sin éxito tratando de desarrollar por parches una reserva inocua en nombre de la sostenibilidad, mientras que por los laditos el capital privado igualmente construye un extenso suburbio.