Lo que no me toca a mí no me duele

Lo que no me toca a mí no me duele

Es común que eso que no toca directamente a las personas no les duele ni afecte. Es más, la indiferencia es la norma. ¿Por qué preocuparse por el otro?

Por: Edwin Raul Quiñones Gaona
septiembre 07, 2021
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Lo que no me toca a mí no me duele
Foto: Pixinio

Cuando las sociedades entiendan que las mayorías no deben sucumbir ante unas minorías violentas, dejaremos de ver estos  extremos, como los talibanes, porque la sociedad los repelerá.

Mientras tanto, ¿deberían las potencias mundiales hacer respetar las libertades individuales?

Ahora las mujeres afganas sufrirán las consecuencias de estos extremistas: niñas de 10 años en adelante casadas o comprometidas en matrimonio, prohibición de educación formal por considerarlas inferiores en intelecto, pequeñas mutiladas y esclavizadas por las familias de los esposos, que en su mayoría las cuadruplican en edad.

¿Aquí nace el dilema moral? Lo que mis ojos juzgan como atrocidades es, a los ojos de los talibanes, apropiado. ¿Y cómo, ante su cultura es apropiado, está bien? Vargas Llosa diría que los influyentes e intelectuales se quedan en la duda  y por eso no actúan.

32 millones de afganos frente a 200.000 talibanes. Que la intervención multilateral fracasó rotundamente al día de hoy es una certidumbre innegable, pero otra cosa bien distinta es abandonar a su suerte a millones de mujeres indefensas frente a este tipo de escenario. El CICR anuncia la reducción total de su presencia en el país, y muchos piensan que tenemos problemas de magnas proporciones aquí en casa como para preocuparme con eso.

¿Eso es suficiente para mirar hacia otro lado? ¿Es deber de la comunidad internacional ofrecer ayuda y evacuación oportuna? Y los hombres, que intelectualmente se abrieron a una cosmovisión diferente, en estos 20 años verán cómo su libertad se evapora como el rocío en el desierto.

¿Los demás ciudadanos del mundo no diremos nada, por qué no me afecta? Vinieron por mi vecino y yo no dije nada porque no era mi casa. Cuando vinieron por mí, nadie dijo nada, porque no había nadie para decirlo.

Mi solidaridad con el pueblo libre de Afganistán. Me causa tristeza cómo su libertad se evapora.

Quedan en esta breve columna de opinión suficientes interrogantes para que usted, estimado lector, cause al menos una duda en cómo vemos los problemas de mi vecino.

Y yo no dije nada.

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