Todo comenzó el viernes pasado. De la nada César Augusto Londoño le mandó un sablazo a Iván Mejía. Le comentó algo de sus hijos, de su esposa, algo referente a su vida privada. Él, quien funge instructor zen, quebró sus propios códigos y se le metió al rancho. Un día después Iván Mejía tenía preparada una entrevista en Cartagena, lugar a donde vive. De manera fresca, directa, Mejía afirmó que César Augusto es “ una porquería” categoría que también usó a referirse al expresidente Alvaro Uribe.
¿Qué es lo que pasa entre los dos?
El prototipo de un periodista valiente, honesto en Colombia, al que no le gusta decir lo que no siente es Iván Mejía Álvarez. Además de estas cualidades está el talento, su opinión con peso. En los setenta fue uno de los primeros periodistas colombianos en escribir para el Gráfico, la Cahiers du Cinemá del fútbol, la puta biblia argentina del deporte más popular de todos. Ya había pasado por Barcelona y leído todos los libros de fútbol que un afiebrado puede leer, ya recitaba de memoria, como si fueran poemas, las alineaciones del Estudiantes de Zubeldía, del Inter de Helenio Herrera. Y entonces fue volver a este pantano y ver como el cargamaletines consigue llegar a la cima sin importar si tiene talento o no. Así cualquiera pierde la calma.
Un ejemplo de un periodista que no le hace daño a nadie es César Augusto Londoño. La única vez que tuvo el coraje de decir lo que sentía fue en la noche del 13 de agosto del 1999 cuando, enfurecido por el asesinato de su amigo Jaime Garzón, mandó a comer mierda a un país enfermo de fascismo. Pero en los últimos veinte años su decadencia se transformó en un monumento a la lambonería. Cuando usa el micrófono lo hace para apoyar las causas de los poderosos desde el 2021 para acá: se fue en contra del paro nacional, en contra del sindicato de futbolistas, usó el micrófono para atacar a González Puche, a la Primera Línea, a los enemigos de Win, a los que atacaban la realización de la Copa América en plena pandemia, a los que critican el orden establecido, ahora oficia de tiktoker -podría ser el tiktokero más viejo del mundo- para darle en la cabeza al presidente Petro sin ton ni son. Una manera de decirle al grupo Prisa, jefes, acá estoy para lo que necesiten. Siempre parado en el lado incorrecto de la historia.
De otro lado Iván Mejía en la entrevista de hace unos días, afirmó que “hay más presidente que gobierno” y que no se arrepiente de haber votado por Petro.
El Pulso del Fútbol empezó a morirse a finales del 2015 cuando, después de que Caracol hubiera decidido sacar a Gustavo Álvarez Gardeazabal de la Luciérnaga, Hernán Peláez decidió sentar su postura y renunciar a la cadena. Así que el Pulso se quedaba sin uno de sus motores y debido a que era el programa con más sintonía de Caracol Radio, decidieron reemplazar a Peláez con Londoño.
No hay dos personas más diferentes que Mejía y Londoño. Durante dos años Mejía tuvo que soportar la discutible manera de hacer periodismo de César Augusto, su peterpanismo crónico, la torpeza con la que quería modernizar el programa a punta de secciones simplonas como eso de Los amigos de Pulso, donde otros periodistas parecidos a él como el instagramero Gustavo Gómez le echaban flores sin asco, y, al final del 2018, Mejía dijo basta no sin antes dejar en claro lo mucho que le fastidiaba de Londoño su tendencia a quedar bien con el poder.
Entonces metió a Oscar Rentería que salió del programa por sus comentarios de dinosaurio y su reemplazo fue Juan Felipe Cadavid. No hay derecho en lo que se ha convertido el programa. Una tiradera de flores entre los dos, una competencia absurda para ver quien es más obtuso. Lo último que se les ocurrió a estos dos fue hacer una competencia de flexiones de pecho ¡Abrase visto!
Si El Pulso del futbol sigue primero en el ECAR en julio del 2023 es sólo porque tiene el impulso que alguna vez le dieron Peláez e Iván Mejía. No se llamen a equivocación que Londoño y Cadavid el único mérito que tienen es que están montados en hombros de gigantes.