“No participé ni en el decreto ni en la ley que creó las Convivir”. Eso dijo el señor innombrable, mientras Francisco de Roux, incómodo y sentado en una silla para que se sintiera molesto, intentaba consignar rápidamente lo que no sabía del hablante- otro.
El otro, Álvaro Uribe, intentó desde el principio de los tiempos, lo que hacía siempre, sabotear y hacer lo que le daba la gana, porque se cree patriarca en un mundo donde están en extinción. Pretendía que el teatro era suyo y nunca imaginó que le estaban tomando otra fotografía histórica de confirmación de su poder ultramachista y pretendidamente absolutista.
Y su principal interlocutor era un hombre sabio, convencido de que hay que escuchar a todo el mundo, incluyendo a los malos.
A Francisco de Roux lo dibujó perfectamente Adriana Cooper en El Espectador: “¿De qué está hecho un hombre que es capaz de escuchar todo tipo de relatos sin perturbarse y sin juzgar? ¿De qué está hecho este señor que se sienta al lado de su entrevistado con esa cercanía rara, casi carente de gestos y al mismo tiempo humana? A través de los años, en un país convulsionado que nunca agota la capacidad de asombro entre su gente, este hombre que es sacerdote, doctor en economía, viajero a través de ríos, selvas, escuelas de pueblo y edificios elegantes ha entregado sus días para evitar de formas no habituales que siga la violencia”.
Roux era casi un desconocido para las mayorías de este país, era simplemente un sacerdote respetable y querido. Pero se le desconocía la sabiduría y la templanza, el carácter y la madurez de su personalidad. Este soy yo, nos dijo con exquisita humildad, casi socráticamente.
Los malos son más conocidos que los buenos. Es la historia de la falsa vida de esta nación.
Uribe es el “príncipe de los ángeles rebelados”, eso le escuché sorprendido a una pasajero en el auto que me transportaba a Barranquilla, “un diablo,” dijo otro. ¿Eso fue lo que vimos en la entrevista con Roux? ¿Cuál es el concepto que la gente cristiana tiene del diablo? ¿Y del infierno?
Humberto Eco decía que la Tierra es el infierno.
Y si uno se atreve a ir más allá del corral territorial nuestro, encontrará personajes innombrables como aquel que nombra Juan Forn en Yo recordaré por ustedes, Samarin el anarquista y caníbal siberiano, un hombre de miedo y hasta inspirador de profundo terror. Leer la crónica Un cuento siberiano contra el calor nos ubica en estas dimensiones extraordinarias y anormales.
Me extravié, volvamos al infierno colombiano. Cuando al fondo del teatro del Ubérrimo, se escuchó la palabra mierda, sabíamos de los atributos familiares del otro, de la herencia paterna. Era lo que faltaba para continuar perturbando la escena.
Estoy obligado a reconocer la sabiduría del sacerdote Francisco Roux, de su ejemplo humanista. Mi fe en el hombre toca sus hombros.