El pasado primero de julio fue un día de suma importancia para Canada, se conmemora en esa fecha la conformación como nación independiente de aquel todopoderoso imperio Británico; es precisamente en esta fecha que las calles se llenan de alegría y el aire se impregna de patriotismo, me detuve por unos instantes de ver a mi alrededor; solo veía personas de múltiples naciones, pueblos y razas pero todo bajo la línea transversal de la celebración del Canada day, todos mis pensamientos me relacionaron con un solo lugar: Barranquilla.
La nación de la hoja de maple roja al mismo tiempo que la puerta de oro de Colombia, ambos un crisol de culturas y orígenes, ambos con procesos migratorios con contextos, modos y tiempos diferente, pero al fin y al cabo un pastel donde los sabores son tan diversos como las cifras demográficas.
Barranquilla con riqueza cultural como el caribe mismo, tal cual como dijo Juan Gossain sobre la heterogeneidad migratoria, en el caribe ya existían unos grupos indígenas de donde provino el nombre a esta área de América, luego llegaron los blancos europeos y con ellos los negros africanos, con dificultados, abusos y desarrollo.
Con tal explosión del nuevo mundo el caribe norte se llenó de piratas ingleses, los holandeses ocupan Bonaire, Curazao y el actual Surinam; ya van cinco grupos, para finalizar con los árabes, que nos dejó tal herencia de compartir en la misma mesa de fritos de cualquier esquina donde conviven alegremente una arepa de huevo con un kibbe.
Mientras observo toda esta alegría patriótica, llena de respeto, tolerancia y aceptación, no tengo dudas sobre el camino que debemos recorrer en Barranquilla y en muchas partes de Colombia, donde hoy se viven corrientes de inmigrantes, esta vez no es por la conquista, ni las guerras entre imperios, es por un enemigo que asfixia a muchas naciones, hermanos venezolanos, pueblo haitiano y hasta gentes procedentes de África occidental. Lo anterior excede las estadísticas, si no un valor humano fundamental que merecen nuestro respeto apoyo e intercambio.
Recuerdo algún momento en el museo de la isla de Ellis, donde un relato de un viejo italiano que decía: “Bueno, vine a América porque había escuchado que las calles estaban pavimentadas en oro. Cuando llegue, encontré tres cosas: Primero, las calles no estaban pavimentadas en oro: segundo, ni siquiera estaban pavimentadas: y tercero, esperaban que yo las pavimentara”, es un vivo ejemplo que la migración es una mezcla de sueños, expectativas que al final del día son piloteadas por las motivaciones de generar mejores condiciones de bienestar.
En última instancia, Canadá Day me inspira a pensar en cómo podemos, desde Barranquilla y desde cualquier lugar del mundo, aprender unos de otros, abrazando nuestras diferencias como fuente de enriquecimiento mutuo. Celebrar la diversidad, ya sea en Toronto, Vancouver, o en las calles vibrantes de Barranquilla, es un recordatorio poderoso de que juntos podemos construir sociedades más inclusivas, resilientes y vibrantes.