Lo que no cuenta la historia sagrada es que Adán, luego de darse un banquete con el fruto del árbol prohibido, le quedó un hambre salvaje, como a todos los hombres que comen de ese fruto, por lo que empezó a atiborrarse de guayabas, peras, icacos, manzanas, caimitos, corozos, mangos, guamas, bananos, etcétera. (Para los que dirán que algunas frutas son de climas diferentes, les recuerdo que era el paraíso, allí cabía de todo).
Entonces no existía el fuego y a Adán le daba tristeza comerse crudo al conejito, la vaca en lonchas, los perros y hasta el murciélago, por tanto se alimentaba de hojas, bayas y toda suerte de frutos.
Viéndolo en esas, Eva le preguntó por qué evadía intencionalmente aquel fruto redondo y casi parecido al fruto del árbol del suicidio, y este respondió que había visto que no le caían moscas, las aves le evadían y hasta el gusano le temía, por lo que suponía que era venenoso.
Como siempre, la mujer hizo un gesto escéptico retando al hombre a probarlo (ya lo había hecho con otro fruto y ya ve, no pasó nada y bastante que te ha gustado, le dijo).
En la encerrona, Adán, como todo hombre que desea mostrar que es bien macho ante una mujer, agarró el más gordo y jugoso, lo sobó fuertemente hasta que quedó blando y luego le estampó soberano mordisco. Dicen que Adán despepitó los ojos, las lágrimas salieron como si se le hubiese muerto un ser querido, aunque no tenía ninguno, ni siquiera Eva, porque esta solo era una extensión suya, su costilla más jodida por cierto.
Luego frunció el ceño y arrugó la cara de tal manera que Eva se asustó. ¿Viste? ¿Pa qué fuiste a comer ese fruto habiendo tantos en el huerto? No digo, tú siempre inventando cosas.
Cuando Adán recuperó la respiración, dijo: a ese fruto le bautizaré limón, no joda, qué vaina tan desagradable, con razón las moscas, los pájaros y hasta los gusanos le temen.