Durante décadas, la bahía de Santa Marta ha sido un destino turístico popular en el Caribe colombiano. Sus playas de arena blanca y aguas cristalinas son un deleite para los visitantes, ofreciendo numerosas actividades para disfrutar bajo el sol. Sin embargo, uno de los atractivos naturales más fascinantes y emocionantes de esa otrora hermosa playa solía ser la espectacular colisión de las olas del mar contra el tajamar.
En mi juventud, tuve el placer de presenciar y disfrutar de esta maravilla natural en repetidas ocasiones. Cada vez que el mar se tornaba picado, creando olas altas y poderosas, una cortina de agua salada se elevaba a casi tres metros de altura al chocar contra el tajamar. Era un espectáculo impresionante y lleno de adrenalina que cautivaba a todos los presentes.
No tardamos mucho en descubrir la emoción y diversión que se podía experimentar al atravesar en esa cortina de agua en pleno impacto. Nos convertimos en valientes jóvenes dispuestos a enfrentar el desafío y la fuerza del mar. Con destreza y valentía, nos lanzábamos desde el malecón y nos sumergíamos en ese torbellino de agua salada. Cada salto era una mezcla de miedo y emoción indescriptible.
La cortina, además espumosa, nos envolvía por completo durante breves pero intensos segundos, creando una sensación casi mágica. Cuando caíamos abajo, esa misma ola de regreso nos hacía sentir la poderosa energía de la naturaleza. Al emerger, nos encontrábamos con sonrisas y risas de satisfacción, llenos de una sensación de logro y una conexión profunda con el mar.
Esta actividad no solo era una forma de divertirnos, sino que también nos permitía apreciar la majestuosidad del océano y entender su poder. Nos enseñaba a respetar y admirar la naturaleza en su estado más puro. Además, el agua salada nos brindaba una sensación de frescura y vitalidad que nos recargaba y nos llenaba de energía positiva.
La fuerza de las olas y el impacto contra el tajamar podía ser peligroso, especialmente para aquellos que no estaban familiarizados con el mar. Es crucial recordar que cualquier actividad acuática debe ser realizada bajo la supervisión de expertos y tomando todas las precauciones necesarias.
Hoy en día, gracias a la construcción de La Marina, ese tajamar desapareció junto con ese atractivo que nos hacía disfrutar cada año, cuando llegaban las grandes olas a la bahía samaria. Los recuerdos de esas emocionantes experiencias siguen vivos en mí. Cada vez que veo un vídeo de las olas rompiendo contra algún tajamar de otro lugar, no puedo evitar recordar aquellos saltos valientes y llenos de vida. Siento nostalgia y alegría de aquellos momentos de juventud.
La bahía de Santa Marta siempre será un lugar especial en mi corazón, donde la naturaleza nos regaló momentos únicos y emocionantes. Y aunque la construcción de La Marina nos la quitó y las circunstancias ahora son otras, las hermosas memorias de aquellos días de saltos entre las olas siempre permanecerán grabadas en mi mente y mi corazón. Una aventura y diversión que no podrán experimentar ni siquiera los samarios de la nueva generación.