Lo que importa es el negocio del transporte, no que haya el servicio público...

Lo que importa es el negocio del transporte, no que haya el servicio público...

Se vive en la ilusión que la ciudad progresa, mucho más si se piensa de cómo se da el salto de 500 mil habitantes en los años 50 a once millones de habitantes

Por: Silvio E. Avendaño C.
mayo 18, 2022
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Lo que importa es el negocio del transporte, no que haya el servicio público...
Foto: Archivo

Como si fueran bólidos de carrera pasan tres ambulancias con el ulular de las sirenas, esquivando obstáculos. Y, van en busca de un accidente que bien puede ser de automotores, motos.

Van en búsqueda de un hombre o mujer que yace tirado en el pavimento, mientras los transeúntes se detienen para ver cómo quedó el herido o a mirar a los agonizantes. Y vendrán luego las autoridades en sus motos o en las patrullas de la policía a registrar el hecho y a llenar no sé qué oficio.

Y lo malo de todo esto es cómo cada día el número de accidentes de tránsito aumenta sin esperanzas de que mermen. A lo que hay añadir los accidentes de ciclistas a los cuales no se les da importancia, tal vez porque no tienen soat y, no es negocio auxiliarlos.

De calles anchas era la ciudad cuando el tránsito no era de otra forma que los caballos y las carretas. Mas, en estos tiempos, por más que se construyan grandes avenidas, de doble o cuádruple calzada, la locomoción ha hecho que la intuición del tiempo avance mientras parece que las distancias son inmensas.

Pero el hecho es que el tema del transporte se ha convertido en un caos, gracias a los intereses de la industria del automotor que plantea cómo ser independientes, individuales, autónomos.

Solo si se tiene el auto particular hay vida cómoda. La tenencia del carro particular lleva implícito la ficción del reconocimiento, la autonomía y la singularidad

Pero la prisa se estrella porque el espacio es reducido en la calzada. aunque al interior del automóvil es espacio es amplio. No sucede lo mismo con las zigzagueantes motos que se dan las mañas para culebrear por entre los autos, los grandes mastodontes y los vehículos en constante peligro.

Y bien se puede hacer la historia del transporte en sentido regresivo. Por ejemplo, a finales del siglo XIX, en Bogotá, los tranvías de asnos, mulas y caballos dieron paso al tranvía eléctrico, pero en el nueve de abril de 1948 los vagones ardieron, para dar paso a las empresas particulares.

En los años sesenta transitaban los troles que luego se pudrieron, en la 72 con carrera 24. Entonces vino el negocio de las empresas particulares con todo el engendro de micros, busetas y buses.

Ante el caos se pasó al TrasMilenio y se promete que el metro aéreo dará solución.  Y se oculta la posibilidad del tren que puede llevar a Soacha, Zipaquirá, Facatativá o a Nemocón, porque lo que importa es el negocio, no que haya el servicio público.

Pero se vive en la ilusión que la ciudad progresa, mucho más si se piensa de cómo se da el salto de quinientos mil habitantes en los años cincuenta a un mercado de once millones de habitantes. Poco importa el servicio público, pues hay que vender autos, veloces motos, sin que importen los atascos, trancones y todo género de accidentes.

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