El artículo científico más serio, publicado en el año 2011, en la prestigiosa revista Vaccine, por el neurólogo Souayah, profesor de la Facultad de medicina de New Jersey, (titulado Guillain–Barré syndrome after Gardasil vaccination: Data from Vaccine Adverse Event Reporting System 2006–2009), evidenció 69 reportes del Síndrome de Guillain-Barré (una parálisis ascendente que comienza en las piernas y puede afectar hasta los músculos respiratorios) en mujeres norteamericanas, entre los 9 años y los 26 años de edad, que se vacunaron con el Gardasil (la vacuna contra el papiloma humano). El 70% presentó esta complicación dentro de las seis semanas siguientes a la aplicación de la vacuna. Aunque han tratado de invalidar la metodología estadística del artículo, lo cierto es que nadie ha podido refutar el contenido fundamental del estudio. Como este, hay otros artículos de investigación, cada vez más numerosos, en Japón, Francia y Australia, donde también se han reportado reacciones adversas de la vacunación, que incluyen los síncopes, convulsiones, la esclerosis múltiple, la perdida transitoria de memoria, la uveítis, el eritema nodoso, el lupus eritematoso, los trastornos del lenguaje y la artritis reumática juvenil.
Es cierto que en todos estos episodios existe, posiblemente, un componente idiosincrático importante y que desde el punto de vista estadístico son complicaciones inferiores al 1% o 2% de todos las dosis aplicadas en el mundo. Pero lo que es inaceptable es que el viceministro de Salud diga que los síntomas y signos de las niñas colombianas afectadas, y no solo hablo de las de Carmen de Bolívar, son cuadros clínicos que jamás se han vinculado a la vacuna, cuando es evidente que algunas de ellas podrían tener una esclerosis múltiple en evolución o un Guillain-Barré. Eso es irresponsable, antiético y por supuesto que tiene implicaciones legales, de eso no hay duda. Porque al negar, de tajo, cualquiera de estas reacciones adversas que empiezan a documentarse en todo el mundo, por científicos serios e independientes que no son empleados de los laboratorios que producen la vacuna, están violando el consentimiento informado, que presupone que los padres para aceptar que sus hijas se vacunen deben saber la existencia de potenciales efectos adversos, así sean remotos.
No estamos en la Edad media, donde el conocimiento se escondía y pertenencia a una élite. Así como el ministerio de salud japonés y australiano han decidido terminar las campañas masivas y gratuitas de vacunación con el Gardasil a su población y dejar la vacunación a la decisión individual, pienso que el ministerio de Salud colombiano debería tener mayor rigor científico y ético y no seguir afirmando la total inocuidad de la vacuna, con estudios hechos, casi siempre, por los mismos fabricantes de las vacunas, y aclarar la información sin crear, por supuesto, alarmas sobredimensionadas. Creo que nuestras niñas y jóvenes merecen los mismos cuidados y protecciones de otras niñas del mundo desarrollado. ¿No le parece doctor Alejandro Gaviria?