Es momento de desvelar el secreto a voces que ya conocen algunos círculos de la sociedad payanesa y varias agencias de seguridad del Estado: Popayán se ha transformado en el centro de refugio y operaciones de varios cabecillas de bandas criminales, disidencias y carteles del narcotráfico.
Era cuestión de tiempo para que ello sucediese, porque si el Cauca es un vórtice geoestratégico para el cultivo, producción y exportación de narcóticos, Popayán es precisamente el punto nodal de dicho vórtice, no solamente por ser la capital del departamento, sino también -y ante todo- por sus condiciones socioeconómicas, políticas y por la mentalidad propia de sus habitantes y clase dirigente.
Popayán, la alguna vez señorial, influyente y honorable ciudad blanca, perdió definitivamente el tren del desarrollo y de la modernidad muy temprano en el siglo XX, náufraga inexorable resultante de una "rancia" élite social proclive a vivir de la renta y que jamás superó su primitiva mentalidad feudal y esclavista, y una amorfa masa popular que no pudo trascender su condición mental y espiritual de "peón", absorta en el endiosamiento y la servidumbre ante esa inveterada élite seudofeudal. Siervos sin dignidad guiados por arrogantes y medrosos rentistas, el destino de Popayán no podía ser otro que el terminar siendo una caótica, rezagada y pequeña ciudad intermedia -improductiva y carente de competitividad- agobiada por la pobreza y enclavada en medio de una vasta región colmada de cultivos ilícitos, violencia y estructuras criminales de todo tipo y dispuestas a todo con tal de consolidar su imperio de ilegalidad y muerte.
Los síntomas de que Popayán se había convertido en guarida predilecta de mafiosos, testaferros y bandidos estaban por todas partes: construcción vertiginosa de proyectos de vivienda para estratos 5 y 6, incremento exponencial de la actividad financiera y bancaria, repentina aparición de una gran plantilla de vehículos de gama alta, abundancia de locales comerciales y de servicios sospechosamente perdurables pese a la escasez de clientes...y todo ello en una ciudad sin mayor estructura empresarial e industrial, de mínima generación de valores agregados y agobiada por el desempleo y la informalidad.
Desafortunadamente lo peor está por llegar para la pequeña y críptica Popayán, pequeño pueblo esclavo de las apariencias y de un incomprensible esnobismo de provincia, puesto que el tamaño de la economía subrepticia -según cifras que el gobierno ya ha calculado pero se niega a hacer públicas- alcanza cerca del billón de pesos anuales (lo cual es setenta veces el PIB del Cauca en el 2018), dinero que obviamente ni se invierte productivamente ni se queda en la ciudad, pero que en cambio sí contribuye a la generación de burbujas especulativas que afectan sectores vitales como el de la vivienda y los arriendos, creando además un pernicioso proceso que los economistas llaman "gentrificación", y que no es otra cosa que cuando -debido a factores externos difícilmente controlables- en una determinada ciudad se elevan artificialmente los costes del nivel de vida, sumiendo a la mayoría de la población en la incapacidad de acceder a los bienes y servicios esenciales, multiplicando con ello la inequidad, la exclusión y la pobreza, y configurando por ello bombas sociales de tiempo de reservado pronóstico.
Y como si lo anterior no fuese ya de por sí suficientemente malo, ya existen fundadas sospechas de que dichos capos mafiosos han comenzado a permear las estructuras de poder local y regional, lo cual es otra bomba de tiempo en una ciudad avasallada por la política y la politiquería, que son realmente las grandes fuentes de "empleo" a través de sus diferentes redes clientelares y de contratación. Que en una ciudad vasalla y adicta a la politiquería como Popayán, estén confluyendo los nuevos capos de las mafias (discretos, sagazmente mimetizados) es una tragedia anunciada para esta ciudad, y el destino es descorazonadoramente previsible: terminar siendo una burda copia de lo que se vive en regiones como el bajo cauca antioqueño, el Urabá o sectores de la costa atlántica... tierras sin Dios y sin Ley, sumidas en la miseria y esclavizadas por una nueva élite mixta y todopoderosa de capos mafiosos, seudoempresarios, testaferros y politiqueros sin el más mínimo atisbo de decencia, honorabilidad y sentido del respeto por la dignidad y la vida humana.