Contra todo pronóstico, llegué a los 40 años.
Sobreviví a una larga y difícil relación conmigo mismo.
No obstante, el de ayer y el de hoy nos toleramos: De hecho, somos un poco amigos...
Pensé que los 40 llegarían como una edad más difícil. Pero lo difícil fue la adolescencia, que me duró desde los 10 hasta los 39 años…
Ya no voy a conciertos (me cansa estar de pie).
No bebo con desconocidos.
Tampoco soporto los fanatismos políticos o religiosos.
Me aparto de todo aquel que aún se comunica diciendo:
"Yo soy...; yo tengo...; yo hago...; yo fui...; yo sé...".
De la misma manera que de los youtubers:
“Yo tuve esto, yo tuve aquello”…
Y de los que lavan y alaban en ese oficio.
No me interesa ser amigo de los Uribe, de Pepita Mendita ni de Verónica Alcocer; de Lourduy o de Puff Daddy.
No fui artista galardonado como Justin Bieber, Maluma o J Balvin, pero aún tengo el fundillo intacto y sin reconstrucción de estrías o blanqueamiento.
Mi superpoder es predecir que va a llover cuando me duele la rodilla. El otro: cuidar de los que amo.
No fui al gimnasio en esta década tampoco. Eso lo dejo para los 50 -si es que logramos no desfallecer cuesta arriba- para no envejecer tan temprano.
Pese a eso, aún como con cubiertos y orino de pie: eso sí, con más frecuencia de lo que quisiera (efectos del Losartán 50 + Hidroclorotiazida).
Leemos menos. Meditamos más.
Trabajamos menos. Ganamos más -gracias a la Providencia no lo he hecho tan mal…-.
Me alegra reconocer que donde está mi atención, está mi alma; y esta cada vez se identifica menos con los sentidos; estos, ya descubrieron los arcanos de la materia…: No hay mucho más por hacer en el más acá... Y ya casi que -como reza la canción- “solo las aventuras del Alma me seducen”.
Al final de estos cuarenta años, que han sido más bien como cuarenta siglos, aprendí que no soy ni la familia en la que nací; ni el lugar donde he vivido o vivo; ni el carro que tengo, la ropa que visto, ni lo que he construido… Me puedo ir en paz en cualquier momento.
Pero antes de eso, me gustará compartir unas bulerías y alguna copita con los amigos que quiero.
***
Ayer atravesé una Bogotá pletórica en horrorosos grafitis. Pensé: “¡Vaya!, es una ciudad agresiva”. Su población más dada a la creatividad y la transgresión del espacio público, tiene una semiótica o un lenguaje para expresar el abandono paternal proyectado al Estado (dientes en los grafittis demuestran la agresión; firmas sin cuento a falta del criterio de un Banksy denotan una falta de inteligencia, de humor), y me pregunté, ¿y qué, si todos los bogotanos pusiéramos en el vidrio trasero de nuestros coches; en las ventanas de nuestras casas y edificios, en los espacios susceptibles de ser grafiteados, unos mensajes que acojan a nuestros conciudadanos de una manera más amable? Ejemplos: “Bogotá te ama”; “los bogotanos queremos ser más empáticos”; “tu dolor me duele”; corazones en adhesivos y pinturas a granel…
Las cruces lamentablemente, hoy ya no simbolizan mucho (solo hipocresía, pues carecemos de amor al prójimo). La religión como dijera Leopoldo María Panero, “es el espíritu de una situación sin espíritu”. La religión -cualquiera que sea- ya no conecta de manera genuina con el prójimo.
Creo que intervenir positivamente nuestros espacios comunes, nuestros vehículos, nuestros espacios públicos, haría que bajáramos nuestros niveles de neurosis y agresividad.
Podría crear un clima adecuado para hacernos muchísimo más tolerantes, caballerosos, respetuosos, desapasionados…menos sociópatas. No cuesta mucho probar. ¿Lo intentamos?
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