La mañana en ceros
Despierto sin tener idea de qué día es, sin saber la hora como si fuese un domingo repetitivo. El día comienza exactamente igual que el anterior, me lavo la cara, me miro al espejo, observo a mi mamá y lo único que me pregunto es si todo esto es una pesadilla, de esas que uno tiene después de ver una película sobre el apocalipsis, de esas que uno sabe que no sería posible en la vida real, pero que sin duda es más real que cualquier cosa, una realidad increíble pero cierta. La pandemia que hoy enfrentamos llegó y como un chasquido de dedos cambió el mundo en su totalidad, el mundo que vivía corriendo de aquí para allá, en el que un segundo valía oro, en el que detenernos no era un plan, en que producir y consumir era absolutamente todo, hoy se detiene, y nuestro todo está en cuatro paredes y en la necesidad de mantenerse a salvo.
No sé exactamente qué día es de cuarentena, pero hasta la fecha van 4.356 contagiados por COVID-19, alrededor de 206 muertos y 870 recuperados, y aunque el panorama no se vea tan preocupante como en otros países, las cifras parecen mentir y la incertidumbre cada vez es mayor no solo por la desconfianza en los medios y el gobierno, sino porque también, de apoco, sabemos que la vida no volverá a ser la misma de antes. Y es que en medio de todo esto, hacemos planes una y otra vez con lo que haremos cuando “esto termine” sin darnos cuenta de que en realidad lo esencial y la única opción ahora es poder huir hacia adentro.
La mañana transcurre rápidamente, enciendo el televisor y todos lo canales y todas las noticias solo hablan de números de contagiados, de recuperados, de fallecidos, de pruebas realizadas y lógicamente de economía, de cuánto hemos perdido en los tantos días que llevamos en casa y de cuánto tiempo nos llevará levantarnos. Uno como periodista debe claramente estar al tanto, y casi que está obligado, qué digo casi, está obligado a leer y ver los medios de comunicación mil veces al día, saber de la corrupción que se aprovecha de todo esto, de los avances, de las guerras políticas, de las condiciones en las que hoy trabajan los doctores y todo el personal de salud, de los países que han avanzado, de las crisis, de todo, pero es que ese compromiso ahora es muy difícil de cumplir, porque a veces hay que detenerse y no solo físicamente sino también mentalmente.
La tarde con el vaso medio lleno
Pero llega la tarde y mi cabeza no ha tenido mucho tiempo para descansar se concentra en hacer muchas cosas para “aprovechar el tiempo” para que todo esto pase pronto, y cuando menos lo espero son las 3:00 p.m., y lo sé porque el apartamento pequeño en el que vivo entra el sol y lo inunda todo, entra y avisa que el día está pasando, que un día más estoy a salvo, y me recuerda que él puede acalorar incluso en estos días en los que todo se siente frío, en los que el mundo parece plano. Hace poco leí una teoría sobre que el mundo era plano, plano hoy puesto que no tiene volumen, no se puede tocar, está todo en pantallas, y lo que está a nuestro alcance está en dos dimensiones, un retrato quieto, predecible por las historias contadas a través del televisor, por las noticias que ahora definen que somos eso, un número de personas a salvo, sin tener idea de la tragedia que viven los que están afuera y peor aún quienes están infectados.
Encerrados durante poco tiempo, (a comparación de otros países que llevan ya mucho más tiempo), sabemos lo que nos dicen otros a través de las redes y los medios, hay un montón de especulaciones sobre lo que viene, sobre lo que estamos viviendo, pero lo cierto es que este tiempo no se aleja del todo de lo que ya antes mucha gente vivía, teníamos un pequeño porcentaje de experiencia propia, pero seguíamos entendiendo el mundo a través de la pantalla y ahora, creo que es lo que menos queremos o por lo menos yo. Pero lo bueno es que me estoy entendiendo a mí, y entendiendo que la banalidad que llena el mundo no me llena del todo, y solo ha mudado más que nunca a las redes sociales.
La tarde la tomo para leer lo que hace mucho no había podido leer, repetir lo álbumes de música que había querido investigar, sentir, entender, bailar. La tarde, la tomo en otros días, para escribir, para dibujar pues la tarde con su calor, me recuerda que hoy sin saber la fecha ni el día que es, después de mucho tiempo tengo la posibilidad de tener tiempo para mí y aunque parece “romantizar la cuarentena” no está mal, y agradezco por eso. Sin embargo, el vaso sigue medio lleno o quizá medio vacío, en realidad no lo sé, debido a que mantenerse del todo cuerdo en medio de esto no es tan fácil, la vida para mí no se puede reducir a pensar en mi misma cuando hay muchos que viven una verdadera pesadilla, el hambre que abruma a muchos en mi país no deja la mente tranquila, sobre todo porque no hay altavoces suficientes que hagan escuchar esa realidad y tampoco hay mucho que pueda hacer yo, cuando quienes tienen que preocuparse por eso hoy, no lo hacen.
Entre los testimonios que he leído y el desespero que he escuchado en muchas personas cercanas a mí por no saber de qué van a vivir, entendí que, en realidad, esa forma de enfrentarse al dolor de los demás me salva del propio y aunque suena egoísta, creo que conocer la realidad de otros nos hace comprender que hay dramas mucho más profundos que los que encierran nuestras “preocupaciones” y nuestros miedos cotidianos, tan llenos de privilegios y conformismos.
La noche, la calma y el mundo asustado
Cuando llega la noche, es donde más cerca se siente el desespero, muy pocos han logrado dormir, por lo menos de los que conozco, y para mí el insomnio desde hace mucho es compañía, mientras doy vueltas y vueltas en mi cama sigo pensando en la gente que no puedo ver, sigo pensando en que el mundo hoy es raro y duro, y nunca ha dejado de serlo. Sin embargo, pensar en un mundo distinto después de todo esto, si lo veo posible, por lo menos en lo personal valorar cada segundo a la gente a la que todo este tiempo no he podido abrazar, ni ver, ni escuchar de cerca, ni sentir… va a significar mucho.
Las cuatro paredes en las que estoy, se han vuelto un refugio que me obligaron a huir hacia adentro, que me recordaron que el mundo de hoy es un lugar totalitario, totalizado, copado por un todo, donde vivimos vidas provisorias definidas por el virus, no hacemos otra cosa que hablar del virus, pensar en el virus, inclusive hasta soñar con el virus, y ahora el virus marca todo lo que hacemos: somos para el virus, por el virus. Es tan difícil hablar de cualquier otra cosa en estos días, es tan difícil descansar, es difícil la noche por el silencio rotundo que hay, porque, aunque de calma y nos recuerde que es un día menos de encierro, también refleja la incertidumbre y el susto que todos al final del día no dejamos de sentir.
Sé que todo esto pasará en algún momento sea pronto o lejano, sé que saldré mejor conmigo misma, sé que valoraré un montón de cosas que antes no había volteado a mirar, pero también sé que lo que se viene como país es muy duro y creo que las distancias nos harán ver lo valioso que es estar juntos, lo que es la unidad. Vengo de una familia numerosa y muy unida, y ahora para todos es muy difícil estar lejos sin poder abrazarnos, y sé que la vida individual y apresurada que llevaban muchos va a hacer un espacio en la agenda para abrazar o al menos eso espero.
Mientras eso ocurre, ahora, la casa es el presente tan lleno de pasado y tan lleno de preguntas sobre el futuro, pero también es la posibilidad de detenerse, de enfrentarse con uno mismo y con sus miedos. Ahora, en casa solo queda intentar estar dentro de nuestras pasiones para que el tiempo transcurra y el miedo sea más leve para aprender a sanar a través de la incertidumbre llena de silencios y cuidados mutuos, esta época ha sacado lo mejor y lo peor de la humanidad, unos pensando en sí mismos, robando subsidios y mirando en cómo abastecerse solo ellos y otros haciendo mandados, llevando mercados o solo escuchando a quienes lo necesitan.
Finalmente queda decir que, aunque ha sido una experiencia difícil para todos, era necesario para detenernos, era necesario dejar de producir, de correr para comprar, para lucir, para mostrar, para abastecernos de cosas innecesarias que solo hacían daño al planeta. Es el momento de libertad de los animales, de la naturaleza. El planeta hoy respira sin nosotros afuera, y nosotros debemos aprender a respirar, aunque sea desde adentro porque la noción del tiempo ha cambiado, el tiempo para mí ha muerto, está suspendido y los días parecen círculos, tan difíciles de aceptar, de adaptarnos, de entenderlos, pero necesarios.
Se habla tanto de los cambios que la crisis traerá, de futurología, pero una crisis no cambia nada por sí misma, debemos cambiar nosotros según cómo la contemos, cómo la leamos, cómo nos apoyamos unos a otros desde este mismo instante.