El sionismo no debe olvidar que el Estado que regenta fue creado a la manera de un enclave, en territorio habitado por naturales del mismo.
Que no obstante el despojo ideado por los europeos y materializado por los que carecían de tierras, éstos no han cesado durante más de setenta años de producir asentamientos calificados de ilegales por la siempre inútil ONU, con la consiguiente expulsión de palestinos.
Que si se trata de sacar cuentas acerca de qué parte ha tenido más pérdidas de vidas humanas a manos de la contraparte, no será Israel la que salga mejor calificada.
Que el antisemitismo, contrario a lo pregonado por el sionismo, no lo fomentan los críticos del genocida Netanyahu y su banda de asesinos, sino estos mismos con sus crímenes de guerra.
Que por fortuna millones de ciudadanos en el mundo ya no se dejan confundir por la mojiganga mediática occidental y por eso han expresado en las calles de grandes urbes europeas y norteamericanas y de otros continentes su repulsa a las tropelías de los guerreristas, reeditando las magníficas jornadas contra la guerra de Vietnam.
Mientras esto tiene lugar, Blinken anda en plan distractor al emprender giras por los países árabes a cuyos gobernantes expresa que USA quiere la paz, para darle tiempo a que Israel ejecute la solución final. Erdogàn, presidente de Turquía, que es país de la zona, pero no árabe, no mordió el anzuelo y se inventó un viaje para no recibir al agente gringo.
La inviabilidad de los dos Estados es una política típicamente sionista. Pronto tendrán Netanyahu y su cuadrilla forajida que explicarles a sus conciudadanos y al mundo, cómo pudo ocurrir el ataque terrorista de Hamás el siete de octubre reciente.