En 2014, Facebook anunció la compra de la mayor plataforma de mensajería móvil que jamás haya existido. La empresa le costó a Mark Zuckerberg la bobadita de 19.000 millones de dólares (Colombia tendría que hacer cinco reformas tributarias para recaudar esa cuantía).
Koum y Acton, los vendedores, fueron los creadores de esta plataforma que se fundamentó en unos principios básicos de cero publicidad (imagínense la tortura que sería usar WhatsApp con la exagerada cantidad de publicidad que nos mete, por ejemplo, YouTube) y protección total de la privacidad. Por lo tanto, la aplicación no les generaba mayores ingresos a pesar de ser uno de los programas más usados en el mundo. Sin embargo, la recompensa vino en 2014 con la multimillonaria venta.
Y es ahí donde Ecopetrol debe aprender una lección de estos empresarios. Dentro de las negociaciones con Facebook, los dueños de WhatsApp pidieron que de los 19.000 millones de dólares, 3.000 se destinaran como una propina para repartirlos equitativamente entre los 50 empleados con los que contaba en ese momento WhatsApp. Los inventores de WhatsApp entendieron que aunque ellos fueron los creadores de la idea y los dueños del negocio, tenían una planta de personal que había sido parte fundamental de su negocio, desde los ingenieros y creativos hasta la recepcionista, y les retribuyeron su trabajo asegurándoles una propina para cada uno de ellos de casi 60 millones de dólares, que se hicieron efectivos en 2018, una vez se cumplió la condición que puso Facebook de que a partir de la venta continuaran trabajando mínimo cuatro años para WhatsApp, con el fin de evitar fuga de talentos, porque Facebook también valoraba los trabajadores de su nueva adquisición.
La compañía semiprivada Ecopetrol –hay que recordar que el 11,5 % de sus acciones pertenece a particulares– está a punto de recibir, sin gastar un solo peso, un activo que está valorizado en aproximadamente 400 millones de dólares: los campos petroleros de la Asociación Nare, que se ubican en el municipio de Puerto Boyacá, con sus millones de barriles en reservas y la gigantesca infraestructura que se ha construido durante los últimos 30 años.
Pero a diferencia de WhatsApp, la ingratitud de Ecopetrol va a dejar a los actuales empleados sin sustento para sus familias a partir del 5 de noviembre porque ya les notificó que su labor llega a su fin en esa fecha, que no tiene nada que ver con ellos, porque estos campos van a ser operados por un tercero contratado por Ecopetrol, quien dispondrá a su antojo a quién contratar y a quién no.
Los campos nacieron fruto de la asociación entre Ecopetrol –que en ese momento era totalmente propiedad del Estado– y la petrolera Texaco, que hacía las veces de operadora privada. Texaco le vendió su participación en la asociación a otra empresa llamada Omimex y esta a su vez le vendió a Mansarovar, la actual operadora. El contrato de asociación entre Ecopetrol y Texaco, llamado Contrato de Asociación Nare, contemplaba que para el 5 de noviembre de 2021, la participación del privado pasaría a manos de Ecopetrol.
El activo que va a recibir Ecopetrol ha sido construido durante los últimos 30 años sobre los hombros y la creatividad de los trabajadores de la Asociación Nare, que han dado incluso la vida y han sacrificado la vida familiar para que estos campos hoy en día sean un jugoso negocio que representa utilidades para sus socios de más de 120 millones de dólares anuales.
La única recompensa que recibirán será la patadita de la suerte. Muchos de ellos dieron sus mejores años a la empresa y hoy no están en condiciones de competir con la mano de obra barata, joven y saludable que está disponible en el mercado laboral.
Los ejecutivos de Ecopetrol, en cambio, están ebrios de felicidad porque sus indicadores de desempeño se van a disparar con la adición de millones de barriles en reservas, sin mover un solo dedo. No les importa todo el conocimiento y experiencia que se va a perder con la diáspora de los trabajadores actuales, que saben cómo es el maní para administrar y operar la que tal vez es la industria petrolera más compleja de Colombia, donde se produce un crudo extrapesado, que no fluye si no es calentado con vapor, vapor que se genera en enormes calderas que consumen más gas que cualquier otra industria en el país.