Pocos pueblos añoran a los gobiernos cuando acaban, cuando se van, cuando nos dejan en paz. El desgaste es alto y los balances amargos. Cuando hay puntos positivos se recuerdan situaciones que los ensombrecen. Lo usual es que nadie queda contento del todo ni frustrado del todo. Lo inusual de un balance final de gobierno es lograr una decepción total, como ocurre con el último que dijo Uribe. El tamaño de sus desaciertos se refleja en su impopularidad que superó 71 % y llevó al 80 % de los colombianos a pensar que el país iba por mal camino. Los generadores de opinión lo tratan de tonto, inexperto, ingenuo, arrogante, arbitrario, fanático, ignorante, inepto, sin pudor alguno. Como si fuera poco ya se publican informes como “Hambre y guerra: el legado del aprendiz” preparado por la Plataforma de Derechos Humanos, la Coordinación Colombia-Europa-Estados unidos y La Alianza con el apoyo de Misereor, con cifras arrolladoras que los lleva a plantear una agenda para superar tanto atropello.
Entre las siete dimensiones de DH que analiza el informe, la más dramática es el fracaso del gobierno en la protección de la vida de los colombianos: 859 líderes sociales fueron asesinados; se cometió una masacre cada tres días; hay 7,7 millones de personas que requieren atención humanitaria y 5,8 viven en 373 municipios en situación crítica rodeadas de grupos armados; y las Autodefensas Gaitanistas Colombianas (AGC) agruparon al 80 % de los paramilitares residuales. El que dijo Uribe desconoció esta realidad. Nunca se conmovió con las víctimas ni entendió la importancia de tomar medidas para frenar la racha de crímenes, o impulsar una reforma de la fuerza pública para que proteja a todos los ciudadanos.
En cambio, el que dijo Uribe si salía a protestar de corbata, y en avión privado recorría el mundo quejándose por la forma como algunos de sus vecinos trataban a sus quejosos. Aunque en sus narices 70 jóvenes colombianos cayeron asesinados por agentes oficiales en menos de un mes y decenas resultaron heridos y discapacitados por los excesos oficiales. Cerró la frontera con Venezuela y suspendió los servicios consulares afectando la calidad de vida de millones de habitantes con un gran resultado: le entregó el territorio a las bandas criminales que se enriquecen a costa de la violación de todos los derechos de civiles de las dos nacionalidades. La frontera se empobreció más que el resto del país gracias a la torpeza del gobernante.
En otras dimensiones, la situación que deja el que dijo Uribe es igual de mala. En salud, empleo, igualdad, concentración de la riqueza, pobreza hubo marcados deterioros. La pobreza aumentó 8 puntos y el desempleo formal se mantuvo por encima del 11% y el desempleo femenino es sencillamente aterrador. “La ineptitud, la mermelada, la corrupción y el recrudecimiento de la violencia” son los factores comunes de la administración que abandona el Palacio de Nariño y deja el país con inflación anual del 9% y al 54% de los hogares sin seguridad alimentaria. Ni hablar de los millones de jóvenes que desertan de las escuelas consolidando el inmenso daño que les hizo la pandemia. Este tema no hizo parte de la agenda del que dijo Uribe pues para él es indiferente que los pobres estudien o no ya que la calidad de la educación es tan mala que que les da lo mismo.
El informe de las ONG también resalta la tendencia autoritaria y el irrespeto a la división de poderes del mandatario, con el continuo irrespeto a las instancias internacionales a las que el país de manera voluntaria se ha inscrito mediante acuerdos internacionales. Una y otra vez en sus viajes al exterior el que dijo Uribe planteó debates insensatos en la comunidad internacional. Sostenía el mocoso, con cifras inventadas yo amañadas y en todo caso ajenas a la realidad, posiciones absurdas. Como si nadie tuviera acceso a la información cierta, el que dijo Uribe niega el mundo que lo rodea. La ciudadanía, las ONG y voceros de los organismos multilaterales desvirtuaban una y otra vez sus tontas afirmaciones con las cifras reales. Claro, eran mejor las que presentaba el presidente, pero eran falsas. Fue tan incapaz de leer su entorno que el pobre chico nunca se percató que nadie le creía.
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La torpeza del chico facilitó que los electores escogieran entre dos candidatos de oposición porque la ciudadanía descartó rápido a los tres candidatos que dijo Uribe otra vez
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En el uso de los recursos públicos el informe subraya el mayúsculo abuso que ningún gobierno había cometido: suspender la Ley de Garantías para disponer de manera libre y arbitraria de los dineros públicos en épocas electorales. Sabiendo que mientras la Corte Constitucional anulaba su atropello dispondría de recursos para la contratación pública para ayudar a sus copartidarios. Tal es el tamaño del rechazo al que dijo Uribe que ni con esta arbitrariedad impidió la debacle del uribismo, que parece final. Por el contrario, la torpeza del chico facilitó que los electores escogieran entre dos candidatos de oposición porque la ciudadanía descartó rápido a los tres candidatos que dijo Uribe otra vez.
Además de la incapacidad del gobierno para enfrentar las crisis que deterioró tanto la calidad de vida y los ingresos de las familias, está su indiferencia e indolencia. Es como si el problema no hubiera existido para Duque porque él se consideró solo responsable del bienestar de las altas clases y de las grandes empresas. Los asuntos sociales del pueblo no entraron a su agenda ocupada en otorgar créditos, exenciones y beneficios para que los efectos de la pandemia no los sintieran, mientras decenas de miles de pequeños negocios tuvieron que cerrar.
Frente al desarrollo del Acuerdo de Paz con las Farc el que dijo Uribe hizo un enorme esfuerzo por destruirlo. Primero, tratando de cambiar las normas para invalidarlo del todo pero como no pudo frenarlo, lo puso en cámara lenta. A regañadientes hizo lo mínimo posible. A pesar de los controles y presiones de la comunidad internacional y de la tarea constante de la Misión del secretario general de la ONU, el muchacho de Uribe dilató hasta la elección de las curules para las víctimas. Duque, el resentido, se limitó al tema de la reinserción pero al tiempo permitió la masacre continua de exguerrilleros, van 350. No le importa ni siquiera que el 48 % de los desmovilizados sigan sin proyectos productivos a los cuales vincularse a pesar de contar con recursos para promover esos desarrollos.
En la producción de coca y cocaína el país bajo Duque dio un gran salto adelante. Logró el mayor número de hectáreas sembradas jamás en el país y el mayor número de kilos producidos al año en toda la historia del narcotráfico colombiano. Los gringos están admirados. El énfasis en reanudar la fumigación con glifosato afectando a los cultivadores que son el eslabón más débil de la cadena narco, enriquece ahora a los carteles mejicanos y a las bandas criminales que coparon los vacíos dejados por las Farc.
En relaciones internacionales el informe destaca el alineamiento con políticas que poco aportan del desarrollo del país o a la integración con América Latina o a los mercados globales. Los descuentos tributarios a las grandes empresas, el absurdo e infantil apoyo a la reelección del presidente Trump y el liderazgo impúdico para hacer creer que Guaidó era presidente de Venezuela. Si es justo reconocer que este gran fiasco lo compartió con medio centenar de países que creyeron que Maduro se caía gracias a los conciertos que organizaba el que dijo Uribe, confirmando que hay más de un idiota gobernando.
El informe “Hambre y Guerra” es contundente. Tiene la cualidad de presentar propuestas concretas y viables para corregir los infinitos desaciertos del que dijo Uribe. Las ideas para elaborar un Plan Nacional de Acción de Derechos Humanos con base en lo aprobado en Viena en 1993, o una política de atención y reparación de víctimas que también es esencial para la reconciliación y la no repetición, pueden ser bien aprovechadas en el próximo cuatrienio.