No había tenido oportunidad de escribir esta columna por una razón curiosa: en tiempos del Mundial, todo el mundo habla de lo mismo y eso hace que comentarios rescatables se pierdan en un mar de repeticiones; pero lastimosamente, escribirlo mucho después del evento, se presta para que sea noticia vieja y trillada. Vaya contradicción. En todo caso, me aventuro porque no hay de otra; pero también porque, afortunadamente, el partido de mañana se presta para la reflexión.
Podría pensarse que el resultado de la Selección Colombiana de Fútbol ante su similar de Brasil fue una derrota. Pero a mí me parece que ganó en varios aspectos; tal cual decía el extécnico de la Selección, Francisco Maturana: “perder es ganar un poco”.
De acuerdo con lo anterior, cabe mencionar un ejemplo histórico para ver cómo el deporte ha permitido la superación de ciertos problemas, que a lo largo de los años y en otros contextos, parecen crear más bien confusión y caos. En el primer caso, tal es el que protagonizó el ya fallecido expresidente de Sudáfrica, Nelson Mandela: “Salió a la cancha del estadio Ellis Park de Johannesburgo en la tarde del 24 de junio de 1995. Ante él, 65.000 espectadores, en su mayoría blancos, que esperaban la final del Mundial de Rugby de ese año entre la selección local y Nueva Zelanda, el equipo más potente del mundo en ese entonces” (ver historia completa). Mandela logró unir a toda la nación que afrontaba el racismo más radical que haya vivido el mundo entero.
En cuanto a lo segundo, la aparición de contradicciones sociales por el propio carácter ambivalente del ser humano en su individualidad y su pertenencia en la sociedad, han profundizado el desorden y la ambigüedad. Un ejemplo de esto son las marcas deportivas como Nike (Adidas, etc.), que pagan salarios miserables a trabajadores del Tercer Mundo, para que produzcan en jornadas de más de doce horas diarias, las camisetas coloridas que ustedes visten con orgullo. Esto y más, lo encontrarán en otra reflexión que hice tiempo atrás, cuando la Selección Colombia recién clasificó al Mundial, y cuyo título, es la antítesis de este escrito (ver columna: Ganó Colombia pero perdió el mundo).
Sin embargo, esta vez, luego del partido ante Brasil, Colombia obtuvo una victoria importante. Las razones: primero, de manera contradictoria, gran parte del país se desconecta de sus problemas sociales tan urgentes e inmediatos, como reformas perjudiciales en educación, agro, salud, etc. Los 20 de julio o 7 de agosto, son las fechas más solitarias en las calles del país. Las banderas que sacan por las ventanas solo las agita el viento. Por su parte, el Día de la Independencia en Estados Unidos, el 4 de julio, “los estadounidenses hacen gala de un espectáculo con luces artificiales y una serie de actividades al aire libre como desfiles y partidos de béisbol” (ver más). En Colombia no se ha sufrido menos como para no recordar y celebrar la historia; y esto no implica tampoco conmemorarla con patriotismo que llega a ser hasta xenófobo. Acá solo sacan las banderas y salen a las calles a celebrar cuando juega la Selección Colombia. Tal vez no sería tan desacertado decir que “Colombia es pasión”, como rezaba el controvertido eslogan de marca país de hace años.
Reconocidas figuras del mundo, sobre todo de la literatura como Jorge Luis Borges y Albert Camus, tuvieron también sus percepciones sobre este deporte. Camus decía que si volviera a nacer, querría ser futbolista y no escritor “porque, después de muchos años en que el mundo le permitió diferentes experiencias, lo que más supo, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol” (ver completo). En tanto que para Borges era: “Estúpido sufrir por algo en lo cual no tenemos participación ni influencia –por más que creamos noble o elevado concebir sentimientos abstractos de identificación y, así, concebirnos como encarnaciones de nuestro país o de nuestro equipo y, por lo tanto, estar sujeto a lo que les ocurre. Quizás el rasgo más claro de la estupidez de nuestra sociedad es verse inmiscuido en el trance colectivo de los medios masivos de comunicación, en las telenovelas, en el fútbol, en el marketing que preda sobre nuestros deseos aspiracionales y nuestras inseguridades” (ver más).
Y Borges no está más cerca de su visión sobre una realidad del fútbol que Camus. Por ejemplo, que se presta para barbaries. Ante la victoria de la Selección con Grecia y Costa de Marfil, aparecieron los estragos. En Bucaramanga, por ejemplo, hubo cerca de 600 riñas callejeras, exhibicionismos en espacio público, etc. (ver video).
Y a lo que iba: finalmente, lo que ganamos, fue que en el último partido ante Brasil, la reacción por la injusta derrota, no encendió la ira de los hinchas. ¿A qué se debió? Es aquí donde entra toda la grandeza de los chicos que ahora hacen parte de la renovada Selección. Los colombianos suelen entregarse con fervor casi religioso a sus figuras idealizadas, sobre todo a las del mundo deportivo y especialmente a las del fútbol. Como James y sus compañeros, pese al arbitraje corrupto, expresaron de una manera prudente su inconformidad entre lágrimas e impotencia; esto es lo que vieron el resto los colombianos: humildad. Si como respuesta hubieran visto rabia, fácilmente habrían asimilado y emulado esa contestación.
En un país sumergido en una violencia de más de cinco décadas que ha depositado sus alegrías y esperanzas en el fútbol, le ha venido muy bien la nueva imagen tanto profesional como humana de los jugadores que componen su amado equipo. Esta vez, en este sentido, el deporte ha facilitado unión de nuevos lazos, en el instante en que otros se rompen por lo mencionado párrafos atrás. Son las contradicciones con las que cargamos como seres humanos; tensiones eternas de todo proceso social.