Recorrer el Caribe inmenso que nos gobierna desde las vísceras es una aventura programada e irracional. Pasar por cada una de sus comarcas de rumba y alegría desparpajada es un privilegio infinito.
No es que no nos duela el país de tragedias y de conspiraciones de élites para sembrar la infelicidad en la historia que alguien contará más adelante.
No es que con el invento tardío de la RAP en desarrollo (no olvidemos que está en la Constitución del 1991 y en la Ley 152 de 1994) que poca bulla ha tenido, al ser coptada por unos gobernadores con popularidad solo en el patio de su casa y casi que pasada de agache en el imaginario colectivo del Caribe.
Pero eso es tema de otro día.
No es que en el Caribe se viva con indolencia, sino que al dolor le sabemos encontrar su lugar en la irreducible expresión de la naturaleza humana. Descifrar los mitos y razones que hacen del hombre Caribe una conquista social inmejorable, nos permite jactarnos de sobrellevar lo que queda de vida o lo que falta, con una necesaria tranquilidad que no puede ser perturbada por los mayores problemas que los medios, la opinión y las redes sociales (con su dictadura de mentiras) desean agendar diariamente.
Este territorio que circunda mares de sones, rumbas, vallenatos, gaitas, porros y cumbias no se envasa en cualquier contenedor cuadriculado y predecible. Es toda una sociedad líquida disponible para ser bebida a sorbos con fondo de Lucho Bermúdez.
Una geografía que habla de pobreza y desigualdad, de corrupción prestada al andino y distante centro, que se sirve de nosotros, porque nos creen ignorantes y devoradores de mandioca, simplemente, pero que en el fondo ignoran que somos cómplices de su desprestigio porque esa es la lectura que hacemos desde la tranquilidad de una hamaca, que en vientre de hilo, nos protege de la inmundicia de la barbarie que ellos mismos han entronizado.
No es que queramos hacernos los de la vista gorda. Todo lo contrario, vemos más que el resto de mortales de la geografía que nos tocó en estas circunstancias, porque lo simple y el sentido común es nuestra brújula canicular. Cuando ellos iban, ya nosotros veníamos. "Te conozco bacalao aunque vengas disfrazao..."
Una tarea próxima que debemos imponernos como Caribes es la trascendentalidad del territorio pero no en lo físico, sino en lo mental y de consciencia para tomar las mejores decisiones que sobrevienen al país en estos tiempos de extremismos políticos revividos por culpa de la miseria de la política.
Un paso inexorable busca la representatividad de lo Caribe ante nosotros mismos, para valorar lo que nos pertenece sin tener que prestar discursos de cualquier pelambre que tan desgastados están.
Lástima que la política de estos tiempos sea la antipolítica de los que se ufanan de defender a los fines de esa política desgastada y ruin.
La barbarie de lo electoral con sus reducciones agotadas,
sirve para contarnos como Caribes y en medio de sumas y restas
terminamos decidiendo gobiernos y recibiendo castigos inmerecidos
La barbarie de lo electoral con sus reducciones agotadas, sirve para contarnos como Caribes y en medio de sumas y restas terminamos decidiendo gobiernos y recibiendo castigos inmerecidos por la osadía de atrevernos a bailar en el carnaval de la democracia de ruanas y abarcas.
Algo así como tirar pases de champeta con fondo musical de guabina.
La invitación al Caribe y a los que cargamos el orgullo de serlo y sentirlo, no es otro que la consolidación de una propuesta de territorio y sociedad, más allá de los estereotipos vendidos por los vencedores: una seria y coherente visión colectiva de que el respeto y la importancia, primero pasa por nosotros, luego que el resto del país comprenda que seguir siendo idiotas útiles de la política no va más con nosotros.
Dar una lección de dignidad democrática, si es que existe ese término, es nuestra mejor oportunidad para sentar precedente en un país acostumbrado a que las agendas sean impuestas desde las élites sin chistar por el resto de los gobernados.
Buscar y rebuscar en el Caribe a los que necesariamente deben conducir a la Sociedad hacia un tránsito sano y recomendable de autonomía política, es una tarea difícil pero no imposible.
Hay demasiados intelectuales. Su aporte de pensamiento es básico.
Hay demasiados creativos y repentistas. Su contribución diferenciadora irrumpe como brisa al mediodía que amansa la canícula.
Hay demasiada gente buena. Esa es la que necesitamos con el par de oídos dispuestos a lo sentipensante.
Hay demasiados políticos. Deben quedar lo buenos que hasta ahora sirven y que aparezcan los relevos necesarios. Sin herederos de casas reales de hojalata.
Hay demasiada esperanza.
Que vengan los Caribes de verdad y que la democracia se haga realidad en la risa y felicidad heredada desde el dulce y salobre sabor y aroma del mar.
Coda: Lo Caribe no solo puede servir para remedos televisivos de popularidad de personajes, músicos y cantantes en su mayoría, hay que mirar con ojo critico esa supuesta benevolencia andina cuando empatan una serie con otra en los canales de TV de siempre sobre la vida de un "costeño o costeña" ejemplar, pero para el raiting y las pautas comerciales