Lo personal es político: la belleza
Opinión

Lo personal es político: la belleza

“La dieta es uno de los más potentes sedantes políticos de la historia de las mujeres” decía Naomi Wolf ya en 1991

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septiembre 03, 2024
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Hace ya bastantes años entré a una farmacia en busca de un jabón sin detergente que me había recomendado la dermatóloga. La impulsadora del área de belleza me empezó a hablar de otros productos, miró atentamente mi cara y dijo: “le recomiendo este producto para el código de barras”. Yo asociaba siempre código de barras a cosas, precios y productos, así que no entendí. Le aclaré que no, que era un jabón lo que yo buscaba, volvió a mirarme, trajo un espejo y me señaló la parte superior de mis labios y me dijo que esas arrugas verticales pequeñitas, que se veían más cuando fruncía la boca y se disimulaban cuando sonreía, se llamaba código de barras y necesitaba urgentemente una crema para detener su avance.

En otra ocasión comiendo con una amiga me hizo ver que ella ya no podía saludar o despedir a alguien desde lejos porque al levantar el brazo y sacudir la mano se balanceaba la parte interna del brazo, flácida, sentía la carne en movimiento y se perturbaba. La acomplejaba. Años después una paciente me contó que había dejado de usar mangas sisas y camisetas esqueleto porque no eran apropiadas y elegantes. Exponían las alas de murciélago.

No te rías tanto” me decían algunas tías “para que no te salgan patas de gallina”, esas arrugas en la parte externa del párpado inferior; otra tía muy seria y muy maja nos contaba ingenuamente a las primas en los costureros de las mujeres de la familia que su secreto de la eterna juventud era no tener orgasmos.

Mujeres que dejan de ir a paseos para no ponerse vestido de baño, mucho menos bikini. “Pues cómo, quedamos como una concesionaria llenas de llantas, qué vergüenza la celulitis y las estrías. Regaños porque tenemos el pelo muy largo para nuestra edad, “eso envejece”, dice el peluquero o la amiga goda. Mucho menos dejarse las canas: vieja descuidada. “Aquella cuando era joven y nalgona y se sacó los policías”. Como buena latina tiene los senos pequeños (típica forma de pera), cuerpo de nadadora -nada por delante y nada por detrás-, y bien larga -le das de bailar a los hombres-. Solución: silicona.

No bastó con lo que se ve a simple vista: es necesario también modificar axilas, ingles y zona perianal oscuras. Es necesario aclarar el color de piel de esas áreas. Es que son antiestéticas. Porque lo que es “antiestético” es realmente “antisocial”: no encaja en los ideales, que se disfrazan de “valores”. Ese color oscuro es una señal de alarma: revela la mezcla, aquella que nos empeñamos en borrar a diario con tintes de todo color, especialmente aclaradores, para semejar el ancestro esquivo, que se nos dé un lugar mejor en esa escala social colonial de nuestra sociedad que se resiste a aceptarse mestiza, mediterránea, indígena y negra: bajitas, redonditas, de pelo castaño o negro, crespo, ojos cafés, narizoncitas, tetichiquitas y culonas.

También hay que vender “la contra”. Ya está surgiendo otra idea: la huella estética. Un enfoque altruista por un lado porque habla de efectos nocivos de todo lo que nos hemos hecho, untado y operado las mujeres. Un enfoque comercial por el otro. En los congresos médicos se devela el rastro de tanta intervención y con preocupación se investiga.  Ahora está de moda el “Síndrome de Asia”, todavía borroso en cuanto a evidencia científica robusta, pero muy claro para muchas mujeres. A quitarse todo lo que les implantaron hace años porque es peligroso, enferma. Y vemos en este momento a muchas pasando nuevamente por los quirófanos para retirarse silicona y rellenos varios.

La relación entre belleza femenina y plata es obvia, no hay que detenerse mucho para entender los réditos económicos que deja la inoculación de un modelo de belleza inalcanzable para las mujeres de una sociedad determinada. Uno de los renglones más prósperos de la economía mundial con el narcotráfico, las armas, la trata de personas con fines de prostitución y la industria farmacéutica.

¿Y aquello de “lo personal es político” en este tema dónde está? “La dieta es uno de los más potentes sedantes políticos de la historia de las mujeres” decía Naomi Wolf ya en 1991. Hay otros, no crean, el hambre de hombre por ejemplo, emparentado con este narcótico de la belleza delgada y juvenil. Sexy, atlética, flaca, joven, y si no es posible, elegante, que quiere decir muchas cosas -después conversamos sobre eso-: ¿ya van entendiendo por qué la belleza femenina es un tema personal y también político? Esos complejos, esa inseguridad, los epítetos, gorda, vieja y flácida en consonancia con perezosa, dejada, fracasada. Afecta a cada mujer, le resta energía, la obliga a gastar muchísimo dinero, tiempo y cultivo de lo propio (de su sí misma quiero decir) para cumplir la orden, la repito para que la guarden en el rezo matinal y la cumplan a rajatabla, les aseguro que es garantía de felicidad, vana, pero felicidad al fin y al cabo: Sexy, atlética, flaca y joven.


Debíamos ser maternales, sumisas, castas, pasivas, caseras y bellas. Como dejaron de funcionar las primeras cinco condiciones áara ser valoradas, entonces se apretó la férula del régimen: sexy, atlética, flaca y joven


Pero hay más. Desde el corsé ha sido claro el apretamiento de carnes y espíritus. Se aflojó este y nos apretaron de otras formas, y mientras más libres y exigentes con nuestros derechos más severo el canon de la belleza. Debíamos ser maternales, sumisas, castas, pasivas, caseras y bellas. Como dejaron de funcionar las primeras cinco condiciones para ser valoradas y nos les salimos de las manos, entonces se apretó la férula del régimen: sexy, atlética, flaca y joven. Y toda esa energía, el ímpetu arrollador, se disminuye claramente en una mujer centrada en su belleza. Nos vuelve dóciles.

Da tristeza verlas afanadas por parecer dejando el ser a un lado. Profesionales brillantes con miedo a envejecer tapando canas y arrugas gastándose un dineral e incluso abandonando la profesión porque un comentario adverso, generalmente burlón, las sacó del rin. El ejemplo más patético es la evaluación permanente de los medios a la apariencia física de las mujeres de la vida pública, políticas, gobernantes, empresarias, trabajadoras. Una señal inequívoca del mandato.

Estar ensimismadas apostando a ser bellas nos mantiene preocupadas, distraídas, agotadas con terror a ser despreciadas, sin entender la trampa: ser bellas con esos estándares inalcanzables es el tiquete que a cada una (lo personal) les impone la cultura a las mujeres para ser incluidas en los espacios de participación pública, social, en ese juego que pone y quita fichas y determina la vida de cada persona (los poderes – lo político).

Todavía más descorazonador: las menores de selfi en selfi poniendo los labios en forma de deseo, abriendo la boca para chupar en vez de ponerla para hablar. Ansiosas todas del “gaze”, sabemos perfectamente de lo que hablo: esa mirada, esa mirada que nos devuelve la vida, que nos hace sentir que realmente existimos. Un narcisismo femenino orientado al sentido de la vida a través exclusivamente del reconocimiento del otro como la fuente vital de la existencia. Un narcisismo irrelevante que las empequeñece. Y no se dan cuenta. Mujeres “empoderadas”. Arrodilladas ante el espejo esperando al príncipe azul mientras él está decidiendo lo crucial: lo económico, lo ambiental, lo político, lo bélico, lo cultural. No hay hobbies, es el gimnasio -para adelgazar, tonificarse-; amistades que dependen de la popularidad -estándares de plata, clase y belleza-. Ambición -un hombre. ¿Desarrollo intelectual? ¿Qué cambien realidades inicuas? ¿Animales políticos? ¿Eso qué es?

Como no todo es estulticia venimos trabajando en “la contra de la contra” aunque todavía sin entender cuál es el tóxico. Dove ha impulsado dos campañas: “La belleza auténtica”, de hace unos años, y la actual, “Elige sentirte bella”. Algunas agencias y modelos ponen sobre la mesa la belleza “curvie” -no se dice “redonda”, es antiestético- y hablan de que “…las mujeres están buscando algo más auténtico y menos artificial en todas las facetas de sus vidas”, o “… todo un referente para normalizar, por fin, las imperfecciones en el mundo de la moda”.

Pero no apuntan al origen del problema. Dejan la responsabilidad en las mujeres, que aprecien su bella propia y que elijan no dejarse amedrentar por las presiones sociales, o peor aún, intentan “normalizar los cuerpos reales”, “en su imperfección”.  Nos tenemos que hacer cargo nuevamente de nuestras “imperfecciones”. Algo nos queda faltando siempre para el machismo: que no perdamos de vista que estamos en falta, lo llaman falo los psicoanalistas patéticos: prestigio, poder o dinero. Ignoran así de plano el negocio redondo del patriarcado: la riqueza económica a costa del miedo de las mujeres a no ser queridas y el rédito social obtenido a través de la bobada inoculada que las hace todavía más vulnerables, sumisas, sometidas: las mejores seguidoras de la secta.

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